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¿El último de los blanqueos?

Si el blanqueo es exitoso, el impacto sobre la economía no sería despreciable. Los activos exteriorizados permitirían reforzar los ingresostributarios es, mejorar la situación fiscal de corto plazo, robustecer el stock de reservas internacionales y estimular la economía real.

03 junio de 2016

El Congreso tendrá arduas semanas de trabajo. El Gobierno envió un proyecto de ley que incluye beneficios para jubilados, la ratificación del acuerdo entre la Nación y las provincias por el 15% de coparticipación destinada a Anses, cambios en el FGS, una amplia moratoria tributaria, modificaciones impositivas y, acaso lo más polémico de todo el paquete, el blanqueo de capitales.

La situación macro local hace del blanqueo una herramienta interesante para el Gobierno. En la literatura se encuentran tres motivos comunes para introducir este tipo de medidas, y Argentina cumple con todos ellos:

necesidad de elevar ingresos fiscales a corto plazo;

necesidad de incrementar la base recaudatoria a futuro;

 necesidad de inducir la repatriación de capital por motivos específicos (aumento de inversión). La credibilidad de la política fiscal a mediano plazo se ve erosionada semana a semana, ya que los ahorros generados por el recorte de subsidios y otras erogaciones se contrarrestan con compromisos firmes de aumentar el gasto y ceder recursos.

El blanqueo pretende reingresar al sistema parte de los activos fugados en las últimas décadas. La intención del Gobierno es recuperar alrededor de US$ 20.000 millones (10% de los activos externos del sector privado) a través de un blanqueo que excluiría a personas condenadas y procesadas y a funcionarios públicos. Podrán blanquearse tenencias de moneda nacional o extranjera, inmuebles, muebles y demás bienes en el país y el exterior, sin obligación de repatriación. Se pagará un impuesto especial cuya alícuota dependerá del valor total de los bienes blanqueados y del período de ingreso al régimen, pudiéndose evitar el pago si los activos se utilizan para la suscripción de dos bonos o a la adquisición de cuotas parte en FCI's dedicados a proyectos con impacto sobre la economía real.

La experiencia nacional con este tipo de medidas no es alentadora. En los últimos treinta años se han implementado cuatro blanqueos, tres de los cuales fracasaron. Con distintos propósitos, plazos, condiciones y costos, los efectuados en 1987, 2009 y 2013 estuvieron muy lejos de las expectativas oficiales. En tanto, el blanqueo impulsado durante la convertibilidad tuvo más éxito.

El problema, más allá de lo ético, es económico. Cuando estas medidas fracasan, ello se debe a cuestiones de inconsistencia temporal. Si se abren amnistías fiscales de forma regular los incentivos a exteriorizar activos ocultos caen (no se cree que el último blanqueo sea realmente el último). Asimismo, los blanqueos disminuyen el costo esperado de incumplir con las obligaciones tributarias y tienen un efecto desmoralizante sobre los contribuyentes cumplidores. En otras palabras, una buena tasa de participación no está garantizada y, lo que es peor, la repetición de blanqueos puede erosionar la base tributaria futura. Además, no son una buena señal respecto al diseño del sistema tributario ni de la capacidad del Gobierno para lograr el cumplimiento de las normas, cuestiones ambas que pueden afectar la inversión.

¿Por qué esta vez la historia podría ser diferente? Primero, el interés externo por bonos argentinos y el bajo endeudamiento público le permiten al Gobierno apalancarse en el mercado y administrar la transición fiscal. Aunque lo que aporte a las arcas del Estado será más que bienvenido, el blanqueo no está pensado exclusivamente como una herramienta recaudatoria para la coyuntura, lo cual reduce la posibilidad de futuras amnistías. Segundo, el proyecto prevé que se trabajará en una reforma integral para mejorar la equidad y progresividad de la estructura tributaria, lo cual a futuro implicaría menores incentivos a incumplir con las obligaciones y mayores controles contra la evasión. Por último, se estima que las posibilidades de ocultar activos a nivel global se reducirán a partir del año próximo debido al mayor intercambio de información financiera que impulsan la OCDE y el G20. Esto aumenta la credibilidad del Gobierno en cuanto a que este será el último blanqueo y, además, eleva los costos de la evasión.

Si el blanqueo es exitoso, el impacto sobre la economía no sería despreciable. Los activos exteriorizados permitirían reforzar los ingresos fiscales al aumentar la base tributaria, mejorar la situación fiscal de corto plazo, robustecer el stock de reservas internacionales y estimular la economía real. Al mismo tiempo, lo recaudado por el impuesto especial financiaría los beneficios a jubilados. Muchos efectos positivos, varios de los cuales se sentirían con más fuerza en el año electoral. De todas formas, hay que tomar el blanqueo con cautela. Que pueda ser un instrumento útil no quita que sea uno más dentro de la caja de herramientas. Si el Gobierno realmente quiere que éste sea el último de los blanqueos deberá generar las condiciones apropiadas para evitar la fuga de capitales, empezando por estabilizar la economía.

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