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Inventamos o erramos: el desafío de volver a empezar

10 noviembre de 2019

Por Sebastián Giménez

Es notable cómo cambió el clima entre las PASO y las elecciones definitivas del 27 de octubre en el búnker del Frente de Todos triunfante. En las primeras, se vio al futuro Presidente electo ingresando al escenario del brazo de Taty Almeida y Lita Boitano, militantes de organismos de derechos humanos. Clima festivo, nervios descontracturados luego del trajín de una campaña agotadora. La bravuconada al rival, vamos a tener que arreglar el desastre que nos dejan. Se deja subir desbordante el entusiasmo como en la semana previa a un partido o una pelea. A dos meses de las elecciones de “endeveras”, hay menos cuidado en lo dicho porque sigue funcionando el modo campaña.

El 27 de octubre también se festeja pero ya en el discurso impera otra responsabilidad. Ejercen la voz los que ganaron cargos, los que van a gobernar. Se visualiza ese instante en que se desintegran como el polvo los candidatos y toman forma los funcionarios públicos. La Vicepresidenta electa, el Gobernador, el Presidente. Se cuidan más los términos que expresan y los semblantes ya traducen un poco más el cansancio o el peso de la responsabilidad. Se piensa en el discurso y también en la agenda ajetreada del día de mañana, las reuniones pactadas, los primeros pasos a dar. Sabiendo que esa multitud reunida no tardará en disgregarse, y al día siguiente, volverán a trabajar. Del trabajo a casa. Y de casa al trabajo, diría el General. Del paseo a Dylan relativamente descontracturado de esa mañana al desayuno en la Casa Rosada con el Presidente saliente.  Se acaba la prescindibilidad del "yo soy solo un candidato a Presidente". Fiesta responsable, medida, elogio de la democracia y del acto eleccionario. Alberto Fernández se abraza al recuerdo de Raúl Alfonsín como una especie de mantra para cerrar la grieta entre los argentinos.

En la coyuntura, el primer viaje del Presidente electo no es a Venezuela ni a Cuba (fantasmas que agitara el oficialismo derrotado),  sino hacia el México de Andrés M. López Obrador. Progresismo ordenado que no come vidrio.  Capitalismo de leve sesgo humanista, abierto a la sensibilidad social. Con el progresismo se come, se educa y se cura pero sin pasarse de rosca con el gasto. Cuentas equilibradas y paz social, esa es la cuestión. Que cierren los números con todos los argentinos adentro, el desafío que Fernández enunciara luego del triunfo en las PASO. Los números y las personas, o el desafío de cómo compatibilizar lo que se quiere y lo que se puede. Lo macro y lo micro. Variables macroeconómicas estables y que se vuelva a llenar un poco la heladera de los trabajadores.

Equilibrio y un poco más. Ortodoxia para cuidar las cuentas y heterodoxia para atender las demandas sociales. Se pasó de rosca el neoliberalismo ortodoxo y secó la plaza de dinero. Dónde hay un mango, viejo Gómez, se volvió a repetir, como en el tango de Tita Merello. Como lo afirmara en el primer debate presidencial, Alberto Fernández se propone combinar la ortodoxia con la heterodoxia. Un jugador polifuncional que le puede pegar de derecha o de zurda de acuerdo la necesidad. No seguiría por el mismo camino, más rápido. Exploraría otros caminos, variantes, y recorriéndolos más despacio, extendiendo el plazo de la deuda (de los intereses, pocos hablan). Pero que la deuda afloje un poco la cuerda y la sensación de agobio. Que los muertos no pagan, como supo decir Néstor Kirchner. Que la deuda deje vivir y no hipoteque el futuro.

Una complicada alquimia, pero la situación económica y social autoriza a innovar de alguna forma. Porque por el mismo camino no hacía más que agudizarse la crisis social. Tiempo de valientes. Como diría Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar: inventamos o erramos. No introducir variantes sería seguir estrellándose contra la pared y Argentina eligió cambiar el 27 de octubre. Una forma de volver a empezar.

Que la economía no arranca, está tildada, o “lagueada” como dirían mis hijos. Cuando la computadora se tilda o laguea, en lugar de seguir insistiendo y  antes de llamar al técnico probamos una solución criolla: apagarla y volverla a encender. Desenchufarla y volverla a conectar. Y, a veces, curiosamente, los archivos se reacomodan y arranca el sistema operativo como si estuviera nuevo. Si el problema persiste, habrá que llamar al técnico, que deberá reprogramar el sistema, eliminar lo que no sirve, agregar lo que hace falta. Ajustar, una palabra cargada con total justicia de malas significaciones y pesadillas. Pero de otra forma, con otra sensibilidad, haciendo los acomodamientos que hagan falta, exigiéndoles más a los que más pueden y protegiendo a los más débiles.

Como dijera en el número anterior de el estadista Tomás Mugica, hablando de Chile (y, en realidad de todos los países latinoamericanos, incluso la Argentina), es fundamental “alcanzar y sostener el crecimiento económico; reducir las inequidades; lograr un balance entre la responsabilidad personal y la solidaridad colectiva”.

No será sencillo. Son tiempos difíciles, anunció el Presidente electo. En los momentos difíciles, más se precisa de la generosidad. Para poder avanzar, por distintos caminos, sorteando problemas. Y explorando, por qué no, nuevas oportunidades.

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