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El futuro del déficit fiscal

26 diciembre de 2016

por Gabriel Caamaño Gómez (*)

Hace casi un año, escribí un breve artículo titulado “Verdades que ya deberían ser obvias: el problema es el déficit, no la forma de financiarlo”. En el dicho artículo señalaba que el problema macroeconómico básico de la economía argentina era el sostenido sesgo expansivo de la política fiscal y el consecuente, e igualmente sostenido, históricamente elevado déficit primario y financiero.

Pues del mismo se derivaban la mayor parte del resto de los desequilibrios existentes, en general, y la sostenida apreciación del tipo de cambio real (TCR) y el consecuente desequilibrio de la balanza de pagos, en particular. En tanto que la forma de financiar el déficit no alteraba esa cuestión sino sólo como se daba el proceso.

Posteriormente, escribí otro artículo relacionado, pero esta vez centrado en la necesidad de generar esquemas de política económica consistentes en términos estáticos y dinámicos. En ese artículo señalaba que una constante detrás de todos los fallidos esquemas de política económica implementados en los últimos 50 años había sido, justamente, su incapacidad para lograr la convergencia a una situación fiscal sustentable en el mediano-largo plazos.

A tal punto que, en los últimos 54 años, el Sector Público Nacional No Financiero (SPNNF) sólo tuvo resultado financiero positivo en once ejercicios. Es decir, uno de cada cinco. La mayoría de los cuales se registraron luego de crisis por balanza de pagos de diversa magnitud, que fueron las que hicieron el trabajo sucio del ajuste.

Y llegó Cambiemos

Dicho eso, nadie puede negar la magnitud de los esfuerzos realizados por el Gobierno de Mauricio Macri hizo para normalizar el funcionamiento de la economía local, eliminando distorsiones, simplificando y derogando regulaciones contraproducentes, reduciendo la presión fiscal, resolviendo la cuestión de los holdouts, reinsertando a la economía local en los mercados financieros e, incluso, enfocando al BCRA en la estabilidad del nivel de precios y logrando una tendencia desinflacionaria hacia el segundo semestre, entre otro hitos. Sin embargo, en el balance del año, no hubo el mismo nivel de esfuerzo respecto del fondo de la cuestión: la reducción del déficit fiscal vía racionalización del gasto público. Por lo tanto, el carro volvió a estar delante del caballo: gastamos mucha más energía en encarar los síntomas que la enfermedad.

El año y el cómo

Esa inconsistencia dinámica que mostró el esquema de política económica local en 2016 puede ser corregida en 2017. Aunque el carácter electoral de ese año atenta en ese sentido. Pero, obviemos ese detalle, y supongamos que se avanzará en ese sentido durante el 2017. En cuyo caso, vale la pena preguntarse nuevamente cómo habría que hacerlo.

La respuesta se cae de madura. Habría que, por un lado, reducir el gasto primario corriente, en general, y las transferencias corrientes al sector privado, en particular. Y, por el otro, incrementar la cantidad y la eficiencia del gasto de capital, en general, y las obras de infraestructura económica, en particular. Vale la pena aclarar que las transferencias corrientes al sector privado no incluyen los denominados “subsidios sociales”. Pero sí los subsidios asociados al mantenimiento de tarifas muy inferiores a los costos de producción en el caso de la electricidad, el gas y el transporte de pasajeros.

Por otro lado?

Claro que es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Pero, igualmente cierto es que en 2016 ocurrió, justamente, lo contrario. Ya sea porque así se lo pensó o así salió como resultado de errores de implementación, subestimación de los problemas y/o sobrestimaciones respecto del impacto de algunas medidas y la velocidad de ajuste de los distintos mercados que conforman la economía real.

En particular, los propios datos del Ministerio de Economía nos indican que, en primer lugar, durante los primeros once meses de 2016 el déficit primario del SPNNF (sin deuda flotante) no sólo no se redujo en relación al mismo período de 2016, además se incrementó. Paso de representar -3,6% del PIB durante los primeros once meses de 2015 a -4,2% durante igual período de 2016.

En segundo lugar, el gasto primario corriente del SPNNF no sólo no se redujo en relación al PIB sino que además se incrementó. En particular, el citado guarismo pasó de promediar un valor de 20,8% durante los primeros once meses de 2015 a uno de 21% en igual período de 2016. Peor aún, durante los primeros cinco meses del segundo semestre, el gasto primario corriente del SPNNF aceleró respecto del primer semestre y promedió un ritmo de expansión interanual de casi 41% nominal, que no solo estuvo en línea con la tasa de inflación comprable (no hubo ajuste real) sino que, además, superó en 15 puntos porcentuales la tasa de crecimiento interanual promediada durante el mismo período por los ingresos primarios. Es decir, un decidido retorno del sesgo expansivo al frente fiscal.

En tercer lugar, las transferencias corrientes al sector privado, promediaron durante los primeros once meses de 2016 un ritmo de crecimiento interanual incluso superior al del gasto primario (+39,8% nominal), incrementando su peso en el PIB (pasaron de 5,5% a 5,7%). Además, aceleraron de forma mucho más marcada durante los primeros cinco meses del segundo semestre (+50,3% nominal anual)

En cuarto lugar, el elevado dinamismo de las transferencias corrientes al sector privado sólo fue superado por las transferencias corrientes a las provincias, CABA y municipios y el déficit operativo de las empresas públicas, otros dos rubros que deberían ser como mínimo sujetos de profundos replanteos (+117,5% y +70,1% nominal anual en once meses de 2016, respectivamente).

En quinto lugar, el gasto de capital fue por lejos el rubro que más ajustó en términos nominales y en relación al PIB. En particular, el mismo promedió una tasa de crecimiento interanual de sólo 4,5% nominal durante los primeros once meses, razón por la cual su peso en el PIB se redujo en 0,6 puntos porcentuales (de 2,8% en 2015 a 2,2% en 2016).

Cerrando. De cara a lo que vendrá tenemos una necesidad imperiosa de dotar al esquema de política económica local de un mayor nivel de consistencia. Más aún, ante la incipiente aceleración del proceso de deterioro del contexto internacional. Cuestión que sólo se logrará replanteando profundamente, antes o después de las elecciones legislativas de octubre próximo, el enfoque que se le dio hasta ahora a la cuestión fiscal. Pues, lamentablemente, aquel artículo que escribí hace casi doce meses, sigue tan vigente como en aquel entonces.

(*) Economista jefe de Consultora Ledesma

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