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Política económica en transición

El plan entonces requiere marcar un rumbo concreto para que los fundamentals macro sean compatibles con los incentivos micro

23 mayo de 2018

Por Guido Lorenzo ACM

En lo que se refiere a la política macroeconómica, cualquier plan debe establecer prioridades por definición. Los objetivos en macroeconomía siempre son múltiples, y el Gobierno ha priorizado dos por sobre el resto: la reducción de la inflación y cerrar la brecha fiscal sin aumentar impuestos.

Para estos objetivos se asignan roles: el primero fue para el BCRA y el segundo, para el Ministerio de Hacienda. En nuestra opinión, los objetivos son contradictorios para una economía que se encuentra en un régimen de transición macroeconómica. No obstante, las contradicciones se reflejan en episodios como el cambio de metas de inflación, la corrida cambiaria del último mes y el problema político para avanzar en la normalización del precio de los servicios públicos, sólo por nombrar algunos eventos. Aun así, esto no significa que la economía vaya a colapsar por estas contradicciones. De a poco, la realidad va marcando las limitaciones y se harán las correcciones necesarias si el Gobierno tiene la pericia suficiente.

Quizás el haber dado prioridad a estos dos objetivos se hayan soslayado otros tan o más importantes que los mencionados. El déficit de cuenta corriente nos marca que no se hizo una buena tarea en este campo, por ejemplo, tal vez porque su prioridad quedó supeditada a la necesidad de reducir la inflación y profundizar el nivel de atraso cambiario.

Pero, al mismo tiempo, existe una creencia que si uno pone en régimen a la macroeconomía, todo se va a solucionar. Sin embargo, una economía en transición puede que no logre alcanzar esa convergencia. Por ejemplo, el comportamiento micro depende del entorno macroeconómico, y la actitud del empresariado, pero principalmente del emprendedor, no puede ser más que defensiva en esta transición si no se lo acompaña de un horizonte claro hacia donde avanza el rumbo económico.

Por citar un ejemplo. Chile vivió treinta años con un déficit de cuenta corriente desde 1984 a 2014 de entre 3% y 7% del PIB, pero su economía y productividad crecían y, por lo tanto, su riqueza entendida como el valor actual del flujo esperado de ingresos era claramente creciente. En nuestra economía la incapacidad de reconocer la dirección a la cual nos dirigimos torna crítico coordinar expectativas. Cuando uno pregunta acerca del rumbo del país las creencias son muy divergentes y los horizontes de planeamiento se reducen drásticamente en consecuencia.

Estas conductas afectan y alimentan el comportamiento macroeconómico y tornan más difícil la estabilización de los objetivos que se han fijado como prioritarios. En este caso, una reducción del nivel de actividad, por ejemplo debido a una postura defensiva, puede afectar los recursos tributarios dificultando el cierre de la brecha fiscal.

El plan entonces requiere marcar un rumbo concreto para que los fundamentals macro sean compatibles con los incentivos micro. Un ejemplo sobre este punto: la política comercial de Argentina, claramente, tiene un objetivo aperturista. Sin embargo, no sabemos la velocidad a la cual se va a hacer esta apertura, que sectores se verán beneficiados y cuales deberán reconvertirse. Esto no implica que necesariamente el Estado elija a los ganadores sino, simplemente, que deliberadamente se vaya hacia un camino específico en este aspecto. Por supuesto, que son discusiones menos atractivas que discutir si el BCRA y/o Hacienda cumplen o no con sus metas, pero son discusiones que permiten definir el comportamiento micro para que el público no se sienta desorientado.

En este aspecto, la política juega un rol interesante. Un presidente puede tener un rol selfreliant (autosuficiente) en el cual las decisiones de todo el conjunto de la política y la económica, más aún en transición, recae sobre sus espaldas o en el otro extremo puede tener un rol minimalist (minimalista) donde las decisiones se las puede subordinar al Jefe de Gabinete, por ejemplo.

Ambos esquemas tienen ventajas y desventajas en los cuales no vamos a profundizar, pero tampoco aquí Cambiemos ha definido algo concreto. ¿La política económica era la de Marcos Peña y va a ser la de Nicolás Dujovne a partir de ahora? Si es así, ¿el diagnóstico cambió? Si el Presidente sigue al mando de las decisiones de política económica no va a haber un cambio de rumbo claro y lo único que estamos viendo es un cambio de figuras por desgaste. En este sentido, si esa tensión no puede ser resuelta dentro del equipo político de Cambiemos será inexorablemente favorable que un veedor como el FMI venga a ordenar y marcar el rumbo.

Es una pena que, transcurridos dos años y medio de gestión, tenga que ser un observador el que tenga que cumplir ese rol. En tal caso, sería bueno que esta vez el un garante del rumbo de la economía no opaque el rol de la política interna. En ese caso, es un equilibrio muy fino el que hay que lograr para generar la previsibilidad y, luego, los incentivos a nivel micro que necesita el público a la hora de tomar decisiones a diario que son las que terminan indicando el éxito relativo del plan económico que tenga el país.

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