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Sobre la importación de bienes de consumo

La visión neoclásica establece que el neto es positivo y, por lo tanto, recomienda abrir la economía. Sin embargo, este análisis es muy insuficiente.

13 septiembre de 2016

por Pablo Mira (*)

En un contexto recesivo y con buenas alternativas financieras a la inversión real, las importaciones de insumos y bienes de capital no reaccionan y son, en cambio, los bienes de consumo el único rubro que muestra incrementos anuales en términos reales.

La preocupación por esta dinámica tocó a varios sectores y Sergio Massa, un importante referente político actual, tomó el riesgo de ir más allá y pedir medidas extremas para detener la competencia externa. Massa propuso 120 días sin ingreso de mercadería, algo que siquiera el Gobierno anterior se animó a poner en marcha.

De inmediato surgieron voces de los economistas que favorecen el libremercado para atacar la propuesta. Un analista destacó que Argentina no estaba viviendo una “avalancha” de productos importados como se decía, mostrando el coeficiente agregado de apertura de la economía (entre el 10% y el 15% del PIB). Otras opimienda niones destacaron el papel positivo de las importaciones: inducen mayor competencia y disciplinan los precios, favoreciendo a muchos consumidores. Los liberales más convencidos aseguran que una economía con total libertad de importaciones no sólo funciona mejor en el corto plazo sino que además favorece el desarrollo económico.

Una aproximación para entender mejor los efectos de las importaciones es mediante un “análisis de bienestar”: sumemos los beneficios y restemos los costos de la apertura a los bienes de consumo extranjeros. Como conclusión general, la visión neoclásica establece que el neto es positivo y, por lo tanto, reabrir la economía. Pero este análisis es muy insuficiente para entender por qué en todos los países del mundo se escuchan quejas por “la competencia importada”.

Uno de los supuestos fundamentales del análisis tradicional de bienestar es que asume que quienes pierden su empleo por la competencia encontrarán otro inmediatamente en otra actividad en la que el país sí sea competitivo (recordemos que la competitividad en economía es una cuestión relativa, y no absoluta). En Argentina, el caso promedio podría ser que quien pierde su empleo en una empresa textil, debería terminar trabajando en el sector agropecuario. Pero este ajuste es de una complejidad enorme que, como todos nos imaginamos, requiere un cambio estructural en la vida del trabajador, y que le puede llevar años.

Por tanto, no vale lo mismo el beneficio, que favorece al consumidor que el costo, que perjudica al trabajador. Cuando ingresa un producto final importado, el consumidor no tiene más que cambiar la marca del producto que compra, pero un desempleado se ve frustrado porque toda su calificación de repente ya no sirve en un sector que ya no lo necesita. Más aun, normalmente los consumidores que se benefician con la importación son aquellos que están en condiciones de elegir (no precisamente los más pobres), y los trabajadoresqueprimeropierdensuempleo son los que trabajan en empresas de baja competitividad, y que seguramente están en la informalidad. La importación de bienes de consumo, de seguro, también altera negativamente la distribución del ingreso.

Todos estos efectos negativos han sido perfectamente desarrollados y demostrados por la teoría tradicional de libre mercado, pero sus defensores a menudo omiten mencionarlos, o los consideran “efectos secundarios”. El enojo de muchos sectores por la importación descontrolada demuestra que, indudablemente, se trata de consecuencias de primer orden.

(*) Economista

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