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Otra vez, año terminado en 9 marca derrota oficialista y fin de época

Oscar Muiño 02 septiembre de 2019

Por Oscar Muiño

No hay caso, la historia se repite. Desde el regreso de la democracia, los años terminados en nueve marcaron derrotas ?de severas a desastrosas? para los gobiernos, cualesquiera fueran.

En 1989, la fórmula Menem-Duhalde aplastó a Eduardo Angeloz y determinó el derretimiento de la administración de Raúl Alfonsín. Diez años después, en 1999, la tortilla se dio vuelta. Duhalde vivió en carne propia el designio: como candidato del oficialista Partido Justicialista fue derrotado por la Alianza. El peronismo abandonó la Casa Rosada y los radicales, esta vez en coalición con el Frepaso, volvían al poder.

En 2009, el invicto kirchnerismo mordió el polvo. Su primera derrota, la advertencia que no era invencible. Y cambió su morfología: pasó del nestorismo al cristinismo. Desde entonces cosecharía apenas un triunfo (en 2011) y tres derrotas al hilo: 2013, 2015, 2017. La seguidilla de contrastes terminó este 2019, el año de la catástrofe macrista.

Incluso se podría ir más atrás. Hace medio siglo, en 1969, el Cordobazo ?el mayor de muchos levantamientos populares que estallaron por todo el país- terminó con el sueño del general-presidente Juan Carlos Onganía de establecer una dictadura interminable. La única que se atrevió a disolver los partidos políticos. La mayor rebelión popular de la historia moderna.

En 1979, la sanguinaria tiranía de Videla vio agujerear su trama de control represivo. El año de la primera gran huelga de los trabajadores y la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que rompió complicidades y secretos sobre desapariciones, tormentos y asesinatos. Sería el último año en 9 de una dictadura militar.

Historias diversas, resultado idéntico

Pero recordando sólo los años terminados en 9 del período democrático, puede advertirse que cada una de esas cuatro historias tuvo su matiz, su sino, su diferenciación.

El grueso del peronismo de los años ochenta jamás aceptó la legitimidad alfonsinista. Se consideraba representante natural de lo nacional y popular. Menem había sido una excepción cuando en 1983 junto con Duhalde y otros pocos admitió el carácter irreprochable del triunfo radical. Pero luego aprovechó el compromiso de Cafiero con Alfonsín ?para enfrentar alzamientos militares y ratificar la supremacía civil?, lo mostró como “colaboracionista” y lo doblegó en la interna. Finalmente, preparando su inmensa metamorfosis de caudillo andino a globalizador pronorteamericano, decidió que el gobierno radical escupiera sangre. Guido Di Tella anunció que el dólar estaría “recontraalto”. Todo el mundo salió a comprar divisas y la debilidad de un gobierno en retirada se convirtió en derrumbe.

Diez años después, Menem fantaseaba con la re-reelección. Volver a cambiar la Constitución. La oposición se plantó, pero también lo cruzó Eduardo Duhalde. Ese 1999 terminó de liquidar la reelección indefinida. Y el candidato justicialista Eduardo Duhalde vio ante sus ojos como Raúl Alfonsín, la víctima del 1989, terminaba de armar la filigrana de una Alianza con sectores peronistas y grupos diversos del Frepaso. Como se sabe, De la Rúa derrotó a Duhalde y liquidó el decenio del peronismo menemista.

Una década más tarde, en 2009, quedó clausurado el ciclo de nestorismo. Hasta entonces, el kirchnerismo se había concentrado en la cooptación de fuerzas tradicionales. Desde el conservatismo adecentado de Gustavo Béliz hasta los barones del conurbano duhaldista, pasando por los gobernadores radicales. Pero en 2009 el kirchnerismo sufrió su primera gran derrota nacional. Al año siguiente moría Néstor Kirchner. Su Concertación Plural acabó y a partir de 2009 nació el cristinismo, un giro discursivo que logró la convocatoria hacia la militancia proveniente de la izquierda. En 2009 terminó la invencibilidad kirchnerista y comenzó la centralidad de CFK. También fue aislando a sus vencedores ?desde Narváez hasta Sergio Massa? para elegir de rival a Mauricio Macri. En su idea, jamás un empresario de centroderecha podría ganar una elección presidencial. Se equivocó.

El mismo análisis fue hecho desde el PRO. Eligió como adversario ideal a Cristina Fernández, con la convicción de que nunca podría volver y que era la única candidata a la que siempre se le podría ganar. Idéntico error al cristinista. Este 2019 también tuvo su propia especificidad: fue una PASO, es decir, una elección sin valor legal para elegir pero con una contundencia política fulminante.

El fin de ciclo macrista de 2019 es una nueva demostración de un rasgo central de toda democracia: la alternancia. El desgaste de todo poder ?a veces antes, en ocasiones más tarde? y su sustitución por vía electoral.

Otros no creen en el nueve. Ni en bultos que se menean. El sábado último, Juntos por el Cambio sacó mesas a la calle en la Capital. Con el habitual orden vertical, puso mesas con material: sólo un volante con Rodríguez Larreta. Igual que los carteles, sólo figuraba el jefe de gobierno. Ni una referencia ni una foto ni una línea que recordara a Mauricio Macri?

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