María Esperanza Casullo

"Javier Milei es un excelente contador de historias"

"Ganó la presidencia de un país grande como la Argentina, sin haber tenido prácticamente nunca un cargo público", dice Casullo en esta extensa entrevista con El Economista.
Estudió Ciencias de la Comunicación en la UBA y obtuvo un máster en Políticas Públicas en Unsam- Georgetown. .
Ramiro Gamboa 22-06-2024
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"Los discursos presidenciales tienen una gran capacidad de designar adversarios", explica la politóloga María Esperanza Casullo y detalla que "el efecto que tienen discursos como el de Milei es impedir la formación de cadenas de solidaridad entre la clase media con trabajo en blanco y la precarizada". 

En este diálogo con El Economista, Casullo sostiene que en Argentina, hasta ahora, nunca hubo un discurso antiinmigrante que fuera potente políticamente, y aclara por qué en 2019 el empleo público todavía no era el principal enemigo del pueblo. 

"Milei no quiere cambiar de antagonistas -asegura- y esto sí puede ser problemático porque esta posibilidad de ir cambiando el antagonismo es central en la posibilidad de mantenerse en el poder de este tipo de populismos", y agrega: "El populismo nos muestra que la palabra sigue importando en política, y que la política sigue teniendo la capacidad de generar lo impensado", argumenta la autora.

María Esperanza Casullo es profesora de la Universidad Nacional de Río Negro, investigadora del Conicet y autora del libro "¿Por qué funciona el populismo?" (Editorial Siglo XXI, 2019). También coordinó junto al politólogo panameño Harry Brown Araúz en el 2023 el libro "El populismo en América Central": "Con mi colega y amigo Harry Brown Araúz empezamos a conversar sobre el populismo en el año 2019. Harry vio que no había nada prácticamente publicado sobre el populismo en América Central a pesar de que el populismo es y ha sido un fenómeno importante en la historia política de la región; el libro que coordinamos tiene la finalidad de llenar el vacío que habíamos encontrado", dice Casullo.

En "El populismo en América Central", los autores toman como punto de partida la idea de mito populista que Casullo desarrolla en "¿Por qué funciona el populismo?", donde se explica la realidad social conflictiva en términos narrativos: en el populismo hay un relato articulado por un héroe que delimita un "nosotros" y un "ellos", donde se encuentra el villano. 

En "El populismo en América Central" desarrollaron una encuesta en el 2022 donde le preguntaron a un gran número de personas de Honduras, El Salvador, Costa Rica y Panamá quiénes son los "villanos", los traidores y enemigos externos del país, y si los problemas se solucionan mirando al pasado con un elemento más nostálgico, o mirando hacia el futuro con un elemento moderno, entre otras cosas. El libro se divide en capítulos donde cada uno es un ensayo para entender los rasgos particulares de los distintos países de la región. Gracias a ello podemos entender, por ejemplo, qué está pasando en El Salvador, y el fenómeno de Nayib Bukele que "combina la mano dura con un realce de lo nacional".

Casullo publicó "¿Por qué funciona el populismo?" (Siglo XXI) en 2019.

—En el libro "El populismo en América Central", escriben junto a Harry Brown Araúz que, en el caso de Nayib Bukele, presidente de El Salvador, la innovación ha sido combinar elementos típicos del más clásico "manodurismo" con una comunicación con rasgos igualmente futuristas y estetizantes. ¿Podés explicarnos mejor esta combinación de mano dura, bitcoin, juventud y redes sociales?

—En el libro, metodológicamente, nosotros tomamos una decisión que es utilizar la definición más teórica o conceptual sobre populismo que yo desarrollé en "¿Por qué funciona el populismo?". En esa definición, para distinguir entre populismos más de izquierda y populismos más de derecha, es bastante central el carácter más futurista o más nostálgico. Otra de las cuestiones interesantes del libro es que desarrollamos una metodología bastante novedosa: una encuesta en la cual le preguntamos a las sociedades por las categorías de esta definición mía de populismo, es decir, ¿quién es el héroe? ¿Quién es el villano que está dañando al pueblo? ¿Y cuál es el horizonte temporal? ¿Es necesario avanzar hacia el futuro o es necesario regresar hacia el pasado? Uno de los hallazgos interesantes es que en Latinoamérica no hay populismos románticos, no hay populismos de volver hacia el pasado. Probablemente, por el carácter colonial de la historia latinoamericana, en ningún caso hay un pasado glorioso al cual volver, con una excepción: Costa Rica. Y la verdad es que en ese sentido encontramos que el caso de Bukele es interesante porque, aún en un gobierno que tiene componentes que podríamos denominar como clásicamente de derecha, hay una combinatoria muy fuerte con un relato futurista y modernizante: el Bitcoin, las cárceles, las nuevas metodologías de comunicación. La única excepción que encontramos es la de Costa Rica, que también se explica porque es uno de los países de América Central y de Latinoamérica, que había construido un estado de bienestar extenso e igualitario que lleva ya más de veinte años de retracción con políticas que podríamos denominar neoliberales. Entonces, en Costa Rica sí aparece la idea de que hay un pasado mejor que se perdió y al cual habría que tratar de volver.

En Latinoamérica no hay populismos románticos, no hay populismos de volver hacia el pasado. Solo hay una excepción.

—Con respecto a Costa Rica, en la encuesta que hicieron, el 44% señaló que el principal responsable de los problemas del país es el "empleo público". ¿Hay una conexión entre el traidor interno de Costa Rica y de Argentina? 

—Sí, la hay. Lo que nosotros encontramos con la encuesta es que estamos en un momento en el cual vemos cómo el discurso de los líderes políticos tiene la posibilidad de formar las opiniones de las sociedades, y no al revés. Por ejemplo, en el caso de El Salvador, en la encuesta que se hizo en el año 2022, la sociedad salvadoreña no registraba como el culpable de sus males a la delincuencia organizada o a las maras, sino que el malvado era la partidocracia, que por otro lado es el malvado número uno en todos los países que nosotros trabajamos con la excepción de Costa Rica. Hay un verdadero desagrado muy fuerte con la clase política, lo que deja un interrogante que es cómo construir una democracia sólida de partidos, que es la que tenemos en la región constitucionalmente, en un contexto en el cual la sociedad no solo tiene desconfianza, sino ya tiene directamente desagrado hacia la clase política profesional. En El Salvador, luego de que el presidente Bukele designó como adversario principal a la delincuencia, apareció el reconocimiento social del rol de la delincuencia (no antes). Sobre Argentina, y la conexión que hacés con Costa Rica, me atrevería a decir que en nuestro país, si uno preguntara quién era el villano en el año 2018, 2020, 2021, no aparecería el empleo público como el principal enemigo del pueblo. Y probablemente ahora sí, porque los discursos de los líderes políticos, y sobre todo los discursos presidenciales, tienen una gran capacidad de designar adversarios. El discurso antagonista viene más de arriba hacia abajo que de abajo hacia arriba. Y esto también nos pone de cara a la importancia que tienen las élites en este momento de la democracia: las élites políticas, pero también económicas, de opinión, de medios de comunicación. La otra cosa interesante en Argentina es que hoy aparece un discurso mucho más nostálgico que en otros momentos. El discurso de que hay que volver al pasado. ¿A dónde hay que volver? Ya no hay que volver antes de 1945, no antes de 1930, sino hay que volver antes de 1916 (año en que Hipólito Yrigoyen fue elegido presidente en Argentina bajo la Ley Sáenz Peña). Hoy, el de Milei es un discurso con poca apelación futurista; no hay una promesa de un futuro de prosperidad, de modernidad. Tal vez sí lo hubo en su momento con la dolarización, pero hoy eso es una promesa que aparece mucho más matizada.

Hoy, el de Milei es un discurso con poca apelación futurista; no hay una promesa de un futuro de prosperidad, de modernidad.

—En el libro explican que los empresarios son los traidores internos en Honduras. El 56% de los entrevistados de Honduras estuvo de acuerdo con que los empresarios son los principales culpables de los problemas del país. ¿Podemos afirmar que esto no pasa en Argentina? ¿Que nuestro sentido común critica a la clase política, pero no a los empresarios?

En Argentina nunca apareció un discurso que antagonice frontalmente con los empresarios. La sociedad (entre comillas porque hay que discutir qué es la sociedad) no arma su discurso en un vacío, sino que hace sentido con los discursos que le bajan. Los empresarios tienen bastante mala imagen en las encuestas en Argentina desde hace diez años. De todas formas, no hay ningún actor político en Argentina que se entienda que es antiempresario. No lo son, obviamente, los partidos más market friendly, pero tampoco lo fue el peronismo, ni siquiera el kirchnerismo. Todos se reivindican como capitalistas, si querés algunos proponen más limitaciones que otros, o más impuestos, pero no hay un discurso antiempresario. Sí hubo a principios del siglo XXI, durante la salida de la crisis neoliberal, otros adversarios como los organismos internacionales, el FMI o los economistas, pero esos villanos se fueron borrando un poco en los últimos veinte años.

—¿Por qué en Argentina el empleado público no era el villano para la mayoría de la sociedad en el 2019 y hoy sí lo es? Cuando el líder populista logra que el empleado público sea su villano, ¿logra enfrentar a la clase media con trabajo en blanco con la clase media baja precarizada? 

—Eso siempre sucede con este tipo de discursos que pegan hacia abajo. El efecto que tienen discursos como el de Milei es impedir la formación de cadenas de solidaridad entre la clase media con trabajo en blanco y la precarizada. Es parecido a cuando en Europa o en Estados Unidos se elige como adversario, como villano, a los inmigrantes que también forman parte de la clase trabajadora. Lo que eso impide es la formación de cadenas de solidaridad entre clases trabajadoras que no son inmigrantes y trabajadores que sí lo son. 

El efecto que tienen discursos como el de Milei es impedir la formación de cadenas de solidaridad entre la clase media con trabajo en blanco y la precarizada.

En Argentina, uno puede ver que el discurso antiempleo público, el discurso de identificar el empleo público con privilegios, tampoco es de ahora, sino que viene de hace varios años, de la figura de los choriplaneros, de los ñoquis. En el 2015 ya había animadversión con los investigadores de ciencia. Estas cosas llevan un tiempo en sedimentarse. También hay una realidad: las personas que tienen un salario en blanco, un empleo formal, tienen más derechos que los trabajadores informales en un contexto en el que en Argentina el empleo informal es una limitante fuertísima; desde el año 2001 hasta ahora, la Argentina ha pasado por momentos de alto desempleo y por momentos de muy bajo desempleo, pero nunca pudo perforar el empleo informal del treinta y pico por ciento. En todo el mundo hay un avance de discursos en los cuales lo que se busca es pegar hacia abajo de tal manera de poder enemistar a grupos que están "abajo" objetivamente, que no son los propietarios de los factores de propiedad social, de tal manera de impedir o de dificultar los movimientos más amplios de solidaridad.

Casullo escribió "El populismo en América Central", junto a Harry Brown Araúz

—¿Qué diferencias hay entre los líderes populistas de derecha del mundo, entre Milei, Trump, Bolsonaro, Bukele, etc.?

—Hay matices. El populismo no tiene una ideología bien articulada como la puede haber tenido en su momento el marxismo, por ejemplo. No hay una Internacional Populista, no hay un libro rojo del populismo, lo que hay son algunos principios, la diseminación es por imitación. Algunos líderes que son ambiciosos y quieren ganar el poder, que es lo que quiere un líder político, dicen "esto funcionó". Por otro lado, los populismos son movimientos que, en general, reivindican lo local frente a lo cosmopolita. Son muy situados en el tiempo y en el espacio y en relación a ciertas tradiciones políticas. No es lo mismo construir un discurso populista en Europa que en Argentina, por ejemplo. En Argentina, hasta ahora (nada lo garantiza) nunca hubo un discurso antiinmigrante que fuera potente políticamente. Eso no aparece como un tema como sí aparece en Europa y en Chile, donde los dos temas más candentes de las últimas elecciones han sido el delito y la inmigración. En Argentina hay toda una tradición de pensarnos como un país de inmigrantes, y el atractivo del discurso de mano dura es más limitado. Para un veinticinco o treinta por ciento de la población sí es importante, pero por la historia argentina, para una parte importante de la sociedad, hay una desconfianza hacia las instituciones represivas, hacia las fuerzas de seguridad, hacia las fuerzas armadas que no encontramos en otros países. La otra cosa interesante de Argentina: populistas como Trump, Le Pen, tienen un componente nacionalista. Defienden la idea de decir "Mi país es el mejor del mundo y está asediado por enemigos de todos lados"; pero creen que es algo excepcional. Entienden que hay una esencia positiva que tienen que defender. En el caso de Argentina esto es al revés. Esto es una tradición muy fuerte de los partidos de derecha en Argentina. Hay textos muy buenos de Sergio Morresi y de Ernesto Bohoslavsky que analizan a las derechas del siglo XX en Argentina, y estas élites entienden que Argentina es irremediablemente subdesarrollada y la única manera de salir adelante es ponerse en una posición subordinada con una potencia "civilizada", que en el siglo XIX era Gran Bretaña hasta la década de 1920, y en el siglo XX en general es Estados Unidos. Esto es algo bastante único de Argentina, pero no es novedoso, sino que es una continuidad. No es nada muy diferente a lo que vos encontrabas si leías las editoriales del diario La Nación en 1880. Pero de cualquier manera, también es importante no solamente mirar las diferencias, sino mirar ciertas similitudes. Esto nos puede ayudar a dar una especie de fisonomía o parecidos de familia de estos movimientos actuales. Lo que los unifica son las guerras culturales más que lo económico. En lo económico son todos pro-mercado, son todos pro-empresa, pero ahí hay más matices; incluso hay ciertos populismos de derecha que pueden ser proteccionistas, como fue Donald Trump con respecto a China, o que pueden plantear que hay que aumentar el estado de bienestar, como lo dice Marine Le Pen. Pero lo que los unifica es que entienden que la sociedad se movió culturalmente demasiado hacia el progresismo, sobre todo ven que las mujeres y las diversidades sexuales han ganado derechos que amenazan una jerarquía social natural. Entonces, lo que los unifica es un antifeminismo decidido, misoginia y una visión jerárquica masculinista y patriarcal de la sociedad. Eso lo encontramos en todos los populismos de derecha del mundo, me atrevería a decir.

Lo que unifica a los movimientos de derecha actuales son las guerras culturales más que lo económico

—¿Quién es el "nosotros" de Javier Milei? ¿Quiénes son los villanos?

—Los populismos siempre plantean un nosotros y un ellos. En la ideología marxista hay un fuerte antagonismo de clase que incluso se puede traducir en violencia, en revolución, en dictadura del proletariado, pero existe el ideal, la aspiración, de que luego de ese estadío la emancipación va a ser total, y las clases se van a diluir; no va a haber más una clase obrera y una clase burguesa. En el populismo esto no es así. Si hay política, tiene que haber antagonismo. Ese antagonismo no es fijo, es situacional, puede cambiar día a día, momento a momento. Ese adversario que un día está fuera del nosotros, otro día puede integrarse al nosotros y el adversario puede ser otro. Si lo analizás, esto fue muy claro durante el kirchnerismo, cómo el kirchnerismo fue cambiando de adversario. En su inicio era el FMI, los organismos multilaterales, el neoliberalismo y los economistas neoliberales. Esto cambia en el 2008, donde aparece el conflicto con el campo. Cambia en el 2009, donde pasa a ser con los dueños de los principales medios de comunicación, cambia, cambia, cambia. Y el nosotros se altera también en el 2010 porque para los populismos es importante seguir cambiando el adversario y seguir renovando el nosotros. En el 2010 se sanciona la ley de matrimonio igualitario y se intenta integrar un sector que nunca había estado adentro del nosotros peronista. 

El presidente Javier Milei

En el caso de Milei, quién es el adversario es muy claro. Es interesante porque tiene puntos de contacto y de ruptura con otras definiciones del "nosotros" del macrismo. Los adversarios son los empleados públicos, los privilegiados, la casta política, que es toda la clase política, y los empleados públicos de todo tipo. Hay una distinción del discurso de Milei que me interesa marcar: la denotación de ese otro es moral. Los empleados públicos son malos moralmente; no es que funcionen mal. Si analizamos el discurso del Gobierno de Milei sobre el empleo público, sobre las instituciones públicas, él entiende que moralmente están mal. No es un discurso tecnócrata en el sentido de decir "les falta eficacia" o "hay que reformarlas para modernizarlas, hagamos un plan, llamemos expertos del Banco Mundial para que nos digan cómo mejorar la performance de tal institución". Milei busca decir que las instituciones públicas están mal moralmente, entiende que sería mejor que no existieran. Entonces, el villano es el Estado y todos los que trabajan para el Estado, "la casta política". También hay otros malvados que son todos aquellos que se niegan a aceptar las incertidumbres del mercado. Si sos cualquier tipo de actor social que busca algún tipo de protección con respecto a esta especie de incertidumbre ontológica que ofrece el mercado, automáticamente defendés un privilegio. Y no importa quién sea: puede ser una cooperativa, un grupo de cartoneros, los empresarios de la pesca; automáticamente pasan a ser designados enemigos. Una diferencia es que en Milei no es tan fuerte el peronismo como adversario, por eso está Scioli, por ejemplo. Otro adversario clarísimo son las feministas, la ideología de género y el feminismo y todo aquel que quiera corromper el "orden natural". 

Daniel Scioli, Javier Milei y Guillermo Ferraro. "En Milei no es tan fuerte el peronismo como adversario", dice Casullo.

En el caso de Milei, hay cierta dificultad para refrescar o para cambiar este antagonismo. En momentos, uno puede pensar que debería querer arreglar algunos conflictos, no pelearse tanto con el sector universitario, porque la marcha fue muy grande; que arregle la cuestión de los comedores, la cuestión de la política social, porque a la sociedad argentina en general no le gusta ver un discurso en el cual se sostiene tan explícitamente que no se va a asistir en lo más básico la subsistencia a una porción importante de la sociedad. Milei no quiere cambiar de antagonistas y esto sí puede ser problemático porque esta posibilidad de ir cambiando el antagonismo es central en la posibilidad de mantenerse en el poder de este tipo de populismos. Cuanto más congelado quede el discurso del líder populista en un antagonismo moralizante, peor. Lo que uno lee es que hay algunos consultores o personas dentro del Gobierno que le dicen a Milei: "Esto nos está pegando en términos de la opinión pública, sería bueno que nos corramos, sería bueno que demostremos más flexibilidad". Pero al interior del Gobierno hay voces que dicen "no, esto para nosotros es algo de tipo ético, es algo de tipo existencial, y es una pelea de la cual no nos vamos a bajar".

—En el libro "¿Por qué funciona el populismo?" escribís que un líder populista es un buen contador de historias. ¿Javier Milei lo es?

—Sí, por supuesto, Javier Milei es un excelente contador de historias. Es una persona que ganó la presidencia de un país grande como la Argentina, sin haber tenido prácticamente nunca un cargo público, con solamente dos años de diputado nacional. Además, Milei se vuelve famoso por sus libros, por sus videos de YouTube y por sus apariciones en la televisión. Básicamente, es una apelación basada en la palabra política y en la performance política. Esto a mí me resulta interesante. ¿Qué aprendemos en la facultad de Ciencia Política? Que la política se explica por fundamentals, por la performance económica, por datos demográficos, por datos de sociología política, o se explica por el diseño de la comunicación política, por las encuestas, por la consultoría. Y la verdad es que el populismo nos muestra que la palabra política, la narrativa política, el talento político, el carisma, como diría Weber, siguen importando en política, y que la política sigue teniendo la capacidad de generar lo impensado, lo incondicionado, como también decía Arendt. Por supuesto que son procesos contingentes porque la política sigue siendo ese espacio de libertad.

Javier Milei es un excelente contador de historias

—¿A Horacio Rodríguez Larreta le faltó populismo para ganar la interna en el PRO y para ganar las elecciones? ¿Le faltó ser un mejor contador de historias y delimitar mejor quién era el pueblo y quienes sus villanos? 

—Le faltó ser un mejor contador de historias, pero el principal problema es que no se puede ser líder populista cuando la autoridad está dividida. Ni Rodríguez Larreta ni Alberto Fernández pudieron ni quisieron ser líderes populistas. 

—En "El populismo en América Central" escriben: "Los pueblos de los populismos latinoamericanos no se presentan como algo puro, ya constituido en un pasado al cual hay que proteger de la contaminación o la impureza. Hay algo aluvionado en ellos, algo que se mueve, se desplaza, se mezcla, se arma y se rearma. La impureza es la norma, no la pureza". Me gusta esa idea del pueblo como asociado a lo impuro, lo plebeyo, me hace pensar en la figura de Maradona. ¿Esto es distinto a los populismos de Europa? ¿Cuándo hablamos del pueblo de Milei también hablamos de un pueblo impuro?

—Claro, la de América Latina es la idea de pueblo de tipo más republicano, republicano en el sentido de Maquiavelo. El pueblo que se tiene que constituir a sí mismo en la acción. No existe un pueblo antes de la acción. En Europa la idea de pueblo es diferente, la idea de pueblo es mucho más hegeliana, más romántica, es el folk, es algo que se constituyó orgánicamente en el tiempo y que tiene una esencia más pura que hay que proteger de contaminaciones; está asociado con una serie de tradiciones y de rasgos del pasado, con un idioma, con una historia de dominancia. En los discursos de los populismos de derecha, tanto el del Brexit como el de Marine Le Pen, por ejemplo, lo que aparece es una nostalgia muy fuerte, no solo del momento en el cual el pueblo de Francia o de Gran Bretaña era puro, sino en el cual era dominante. Pero en Latinoamérica la idea de pueblo es diferente, es un pueblo que en general se concibe a sí mismo como algo que es mucho más impuro y es el resultado de procesos de mezcla y de procesos de activación política. Es un pueblo que se crea a sí mismo. Es interesante el mito de origen de la Argentina con el Cabildo, y el pueblo que quiere saber de qué se trata, y todos mezclados. Los vendedores, las vendedoras de velas, de empanadas, es un pueblo que se autoconstituye en el acto de hacerse presente en una plaza pública, y eso es lo que no habría que perder de la experiencia latinoamericana.

El populismo es un fenómeno coetáneo de la democracia contemporánea, no es una patología de países tercermundistas

—Textos como los que publicás combaten la idea de populismo que prevalecía en Argentina, asociada a un líder que despilfarra los recursos públicos y es demagogo. ¿Sentís que vos, junto a otros politólogos, lograron complejizar el concepto de populismo? ¿Creés que hoy se usa de manera diferente en Argentina y en otros países?

—Sí, creo que sí, no es casualidad que después de veinte años haya mucha producción sobre el término de populismo; hoy está de moda en la ciencia política estudiar populismo porque está de moda en la política. Hoy hay una mucha mayor comprensión de que el populismo es un fenómeno complejo y es uno de los fenómenos centrales para entender la política de nuestra época. En otro momento había una gran fe en que el populismo era como una enfermedad de la infancia de la política, y se sostenía la idea de que una modernidad política plena lo iba a dejar de lado. Antes también se suponía que el populismo era una patología de las sociedades políticamente inmaduras como la nuestra, y ahora lo encontramos en todos lados. Hace pocos días fueron las elecciones en Europa y ganaron populismos de derecha. Hay populismos en todos los países europeos, Trump probablemente vuelva a ser presidente de Estados Unidos. Hoy la mayoría entiende que el populismo es un fenómeno coetáneo de la democracia contemporánea, no es una patología de países tercermundistas.

—¿Por qué en Europa los populismos de izquierda no son tan poderosos como en América Latina?

—Los populismos de izquierda en Europa tienen dificultades por lo fuerte que es el elemento de la nostalgia, hay una idea muy romántica de pueblo. También hay una dificultad de sociología política, que está presente tanto en Europa como en América Latina. ¿Cuál es tu sujeto? Es un contexto en que la clase trabajadora está muy fragmentada y no tiene la fuerza que tenía antes. Y finalmente hay una cuestión complicada en Europa que es cómo intersectar una dinámica populista con la fortaleza del Estado-nación. Esto quedó muy claro, por ejemplo, en el caso de Podemos en España, en el cual las izquierdas europeas han sido más de solidaridad de clase, no con un discurso tan abiertamente nacionalista, y en general las clases populares siguen identificándose fuertemente con el Estado-nación. En Latinoamérica esto es más sencillo porque los símbolos del Estado-nación no necesariamente son vistos como naturalmente de derecha. El concepto de soberanía es un concepto central también para las izquierdas latinoamericanas, mientras que en Europa tiene menos fuerza.

—En el libro "El populismo en América Central" escribís que el villano del pueblo es dual, que hay un enemigo externo y un traidor interno, y sostenés que el expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro, eligió a China como el enemigo externo. ¿Cuál es el enemigo externo de Milei?

China también. China, el comunismo, una especie de confabulación internacional, nunca muy claramente definida, porque estos enemigos en general se definen con cierto margen para la vaguedad. Los actores que se denominan como antioccidentales, una especie de alianza entre China, la ONU, el Proyecto 2030, el comunismo, el socialismo, y también hay una especie de héroe externo, que es una alianza opuesta, que vendría a ser Israel, los Estados Unidos y actores ideológicamente similares de Europa. Es interesante que Milei haya dicho "ganamos en Europa". Esto es bastante novedoso; es la primera vez que una fuerza política de Argentina busca asociarse tan fuertemente a la política interna de Europa.

"Es interesante que Milei haya dicho 'ganamos en Europa'. Esto es bastante novedoso; es la primera vez que una fuerza política de Argentina busca asociarse tan fuertemente a la política interna de Europa", reflexiona Casullo.

—Notamos con el director de El Economista, Alejandro Radonjic, que bajaste tu presencia en redes sociales. ¿Esto fue por algo en especial?

—La verdad que ya no opino de la coyuntura públicamente. Por un lado, no tengo más ganas de que me hagan campañas de acoso. Por el otro, últimamente me equivoqué bastante.