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Protestas a cuatro bandas

El verano boreal de 2019 no sólo elevó la temperatura del ambiente, sino también la social, en cuatro continentes: América, Asia, Africa y Europa.

Jorge Elías 02 agosto de 2019

Por Jorge Elías

En Puerto Rico, las protestas por la filtración de mensajes de un grupo de Telegram con chistes sexistas y homófobos, desprecio por las víctimas del huracán María y amenazas con tono de broma contra rivales políticos provocaron la dimisión del gobernador Ricardo Rosselló. En Rusia, más de 1.000 personas fueron arrestadas mientras emitían imágenes por YouTube en defensa del líder de la oposición, Alexei Navalny, supuestamente envenenado mientras permanecía detenido. En Sudán, el consejo militar que terminó con la dictadura de tres décadas de Omar al Bashir canceló el acceso a Internet para sofocar el ardor popular.

En Praga, los checos realizaron la concentración más grande desde la caída de la Cortina de Hierro. Exigían la renuncia del primer ministro, Andrej Babis, acusado de corrupción. Cerca de mil personas fueron arrestadas en Kazajistán en medio de acusaciones masivas contra Kasim-Yomart Tokáyev, elegido presidente tras un recuento de votos considerado irregular. El final de la autocracia de Bashir en Sudán coincidió con las protestas que evitaron la candidatura para un quinto mandato en Argelia de Abdelaziz Buteflika, enfermo y postrado en una silla de ruedas desde 2013. Un títere en toda regla.

El verano boreal de 2019 no sólo elevó la temperatura del ambiente, sino también la social, en cuatro continentes: América, Asia, Africa y Europa. Las protestas a cuatro bandas, incluidas las detenciones en Hong Kong por medio del reconocimiento facial de los opositores al régimen comunista chino y los bloqueos de Internet a los ciudadanos de Irán y una veintena de países, marcan el pulso de rebeliones que, como en las de la Primavera Árabe y las posteriores, responden a varios patrones: economía; representación política; Justicia y derechos.

La gente cada vez protesta más. Y mucho tienen que ver Internet y las redes sociales, vehículos inmediatos de la crispación. De los indignados de España y Occupy Wall Street, en 2011, a los chalecos amarillos de Francia, en 2018, mucha agua ha corrido bajo el puente. La respuesta ha sido la misma. No se trata en forma exclusiva de la economía, como pregonaba Bill Clinton, sino también de la corrupción, el cambio climático y los excesos de políticos inescrupulosos que, en algunas latitudes, no vacilan en ordenar la represión como respuesta.

Puerto Rico, Rusia, Sudán y la República Checa sólo coinciden en algo: los problemas estructurales, más que los coyunturales.

Las protestas, a veces, derivan en el resultado deseado o pasan a mayores en su demanda de mejor democracia o, inclusive, de democracia a secas frente a los escándalos de corrupción, la desigualdad, las violaciones de los derechos humanos, la censura y el control social, entre otros estigmas. Las movilizaciones, en ocasiones exentas de banderías políticas, aumentan en forma proporcional al autoritarismo de varios líderes mundiales.

“Los autócratas contemporáneos dominan el arte de subvertir los estándares electorales sin romper su fachada democrática por completo”, observan Anna Lührmann y Staffan Lindberg, profesores de ciencias políticas en la Universidad de Gotemburgo, Suecia. Desde 2017, infieren, “la mayoría de los países aún califica como democracia (56%) pero la forma más común de dictadura es la autocracia electoral (32%)”. El desequilibrio proviene de la tolerancia frente a la corrupción como sistema, la desigualdad como inevitable y las instituciones como molinetes para las próximas elecciones, no para las próximas generaciones.

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