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Los ansiosos pronósticos sobre la política exterior de Joe Biden

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Atilio Molteni 25 enero de 2021

Por Atilio Molteni

Desde mucho antes de conocerse las ideas, los equipos y el diagnóstico profesional y político del Gobierno que hoy encabeza Joe Biden, el nuevo Presidente de Estados Unidos, una enorme legión de especialistas y opinantes de todo el planeta empezaron a elaborar indemostrables vaticinios de política exterior.

Esas reacciones nacieron de la lógica de los “expertos”, no de las personas que están llamadas a decidir, ni de la mente de quienes son los antagonistas de cada escenario.

La herencia que dejó Donald Trump no necesitaba una gigantesca pandemia ni un epílogo de terrorismo interno como el registrado en la primera semana de enero para hacer más difícil la tarea de reparar, ordenar y superar el inventario de conflictos que tienen sobre la mesa la administración que se hizo cargo el pasado 20 de enero.

Ante los hechos, el actual jefe de la Casa Blanca saltó al ruedo con

un mensaje de unidad y reconciliación nacional, en el que destacó que el país no sólo debe adherir a la verdad, sino desterrar la mentira. Sin abiertas menciones a su antecesor, cuestionó el tenor de la herencia y concentró su mensaje en los problemas “tierra adentro” y en reivindicar el valor central de la democracia. Sólo retrotrayendo la vista a la época del expresidente Abraham Lincoln es posible hallar versiones de similar partición belicosa de la sociedad estadounidense. Con la diferencia de que en estos días el país también está sumergido en una visible tensión global, donde se espera que Washington provea un liderazgo de tinte democrático y le suelte la mano a muchas de sus pretensiones hegemónicas.

El nuevo Gobierno enfrenta una agenda interna de difícil ejecución

debido a las múltiples crisis que vienen de arrastre y no dejan margen para treguas.

Anthony Blinken, el Secretario de Estado, dijo con claridad que Estados Unidos está obligado a reconstruir y modernizar las alianzas históricas, recuperar la confiabilidad colectiva y priorizar nuevas estrategias para resolver las sensibles divergencias que existen con China, Rusia e Irán.

Al presentarse el 19 de enero ante la Comisión de Relaciones

Exteriores del Senado para obtener el acuerdo que le permita ser parte del gabinete, encaró de frente las preguntas que le fueron sometidas.

Blinken es un funcionario de origen liberal e internacionalista de gran experiencia, que tiene un antiguo vínculo en el trabajo legislativo diplomático con Biden, factores que le permiten expresar con precisión los puntos de vista de la Casa Blanca.

Estados Unidos intentará desarrollar con China una política que

permita resolver los más sensibles diferendos con una equilibrada

dosis de confrontación y cooperación. Semejante estrategia fue

pensada como un esfuerzo que contará con el respaldo de sus aliados

europeos y asiáticos. Pero tal idea fue saboteada en los últimos días

del Gobierno de Trump, el que denunció tardíamente un genocidio en Sinkiang contra los uigures y otros musulmanes.

Este hecho surgió tras una videoconferencia entre un alto funcionario de Estados Unidos y la presidenta de Taiwán, un paso que transgrede las normas destinadas a limitar los contactos con funcionarios taiwaneses aceptadas en 1979, cuando Washington reconoció el principio de la unidad de China.

Las referidas acciones crearon un precedente que pone en jaque las

futuras políticas al ser una decisión de deliberada impericia. Y si

bien el secretario Blinken reconoció ante la comisión la

existencia de un genocidio de esas minorías, la antedicha medida de

Trump afecta la negociación de soluciones de mayor prioridad o

importancia.

Blinken no se opone a los objetivos de la política bilateral aplicada a Beijing, sino a la modalidad elegida para llevarla a cabo. En esencia, Trump convirtió en provocación lo que era una formulación principista. Paralelamente subrayó que no existían dudas de que China plantea el desafío más importante al papel protagónico de Estados Unidos, sin que ello suponga un obstáculo para trabajar en asuntos de interés común como la mitigación del cambio climático, la pandemia del Covid-19 y en distintos foros internacionales.

La pandemia afectó las relaciones bilaterales en muchos planos.

Ninguna fuerza política de Estados Unidos ignora que el país tendrá

que modificar su alta dependencia de China tras muchos años de

significativos vínculos industriales y de inversión. A ello se suma el

hecho de que el Covid-19 demostró el importante nexo que hay en los suministros esenciales para la seguridad nacional y la salud, el que afecta las actuales características de la globalización.

Para el Gobierno de Biden, el cambio de la política comercial no puede ser inmediato sino gradual, una definición que supone preservar, por el momento, las tarifas existentes.

Tampoco es dable suponer que la Casa Blanca de Biden ignora que el

Partido Comunista de China tiene una agenda agresiva y desestabilizadora hacia Washington. Esa visión indica que tanto la competencia política como económica no se detendrán.

El liderazgo chino no tiene intención alguna de aflojar los destinos

de su nación ni los instrumentos del poder. Este concibe derechos de

las personas con una óptica colectiva y no individual. La actividad

económica y comercial mantendrá la primacía del Estado, con

limitaciones en el acceso a los mercados, la protección de la

propiedad intelectual y la transferencia de tecnología, las que aún no

están garantizadas en un régimen legal de garantías y libre

competencia. Salvo en el Viejo Continente, el reciente Acuerdo

Comprensivo de Comercio e Inversiones entre la UE y China originó una llamativa sorpresa (el texto se venía negociando hace siete años) y muchas dudas vectoriales.

El poderío de ese país se refleja en un incremento del 85% de su gasto militar y una notable modernización de sus fuerzas armadas (el número de misiles balísticos intercontinentales está en constante aumento). Beijing estableció su primera base militar extranjera en Djibouti, puertos en Sri Lanka y Paquistán (Gwadar) y otros alineados con ese enfoque estratégico.

Además, la iniciativa de la Franja y de la Ruta (BRI) acentuará la influencia geopolítica en Medio Oriente y Europa. A ello importa agregar la reciente suscripción de la Asociación Económica Regional y Comprensiva (RCEP en inglés), de la que participan China, Japón, Australia, Nueva Zelandia y Corea del Sur) con los países de ASEAN (Myanmar, Brunéi, Cambodia, Filipinas,

Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia y Vietnam).

En el campo político, China incorporó de facto a Hong Kong, se

proyecta en el Mar del Sur de la China y mantiene enfrentamientos

armados con India, lo que demuestra el interés de expandirse, hecho

que molesta a la mayoría de los países vecinos del Asia-Pacífico.

Beijing mantiene con Irán un pacto estratégico y sus relaciones con

Moscú se han intensificado en múltiples aspectos, motivo por el que la concepción original de Henry Kissinger de acercamiento a China quedó obsoleta. Está claro que Washington quiere suponer que Beijing puede condicionar a Corea del Norte para que vuelva a una mesa de negociación sobre su plan nuclear y misilístico.

Nadie espera que la relación con Rusia sea fraterna, lo que afecta la

posibilidad de acercar posiciones en el campo armamentista. La

intervención de Moscú en el proceso electoral de Estados Unidos que llevó a la presidencia a Trump es parte del problema, no es el único motivo de esa actitud. En Washington tampoco hay tolerancia a los ataques cibernéticos rusos, los que aún están aún muy presentes para el nuevo Gobierno.

El desarrollo de una nueva estrategia de contención de las acciones de Rusia es una medida realista y se vincula con el resurgimiento de sus condiciones de potencia militar, así como por su mayor capacidad nuclear y cibernética. Washington tiene en cuenta que Rusia es un país antiliberal y profundamente anti occidental, en el que la figura de Putin es la de un líder populista de tendencias demagógicas y revisionistas, predispuesto a demostrar gran audacia en varias acciones militares (Crimea, Siria y/o Libia). Por otra parte, el Pentágono espera su dilatada permanencia en el poder.

Al respecto, Blinken dijo que las sanciones impuestas por el Congreso a Rusia son muy útiles para generar costos y consecuencias políticas al accionar de ese Gobierno. Blinken es partidario de prorrogar el denominado “Nuevo Tratado Start”, único convenio de control de armas

vigente entre ambos Estados, cuyo vencimiento es inminente. La idea es seguir limitando el número de cabezas nucleares y el despliegue de sistemas estratégicos de ese país.

Otro de los objetivos de la Administración Biden consiste en que

Estados Unidos vuelva a participar en el Plan de Acción integral

Conjunto (PAIC), acordado con Irán después de largas negociaciones en julio de 2015, a fin de detener y condicionar su plan nuclear.

Trump denunció el aludido plan en mayo de 2018 y reiteró una serie de sanciones a Teherán, de conformidad con la estrategia de “Máxima Presión”, un hecho que lesionó gravemente su economía y fue acompañada por un importante despliegue naval en el Golfo. Biden también condiciona la nueva propuesta a Irán al requisito de que su gobierno cumpla con las obligaciones del PAIC al pie de la letra, pues Teherán reinició el enriquecimiento de uranio y parece tener la posibilidad de contar con un arma nuclear en cuatro meses. Irán afirmó que antes de cualquier negociación debían levantarse todas las sanciones. La mera negociación de condiciones para avanzar será muy compleja.

El debate sobre ese tema en la Comisión de Relaciones

Exteriores del Senado demostró que hay profundas vacilaciones en ambos partidos mayoritarios. En ese órgano legislativo subsisten las dudas que existían cuando se presentó al Senado el acuerdo original de 2015.

Blinken se comprometió a que, en caso de un haber margen para un

compromiso más extenso y comprensivo, Washington habrá de consultar desde el inicio de las negociaciones a sus aliados de la región, incluyendo a Israel y otros Estados del Golfo, cuyos gobiernos hasta la fecha han sido muy contrarios a entendimientos con Irán. Éstos últimos sostienen que, al margen de su capacidad nuclear, ese país efectúa acciones regionales altamente desestabilizadoras. El tiempo dirá si este desafío puede o no llegar a buen término, aún en el caso de que mejoren los atractivos para el Departamento de Estado y de su nueva dirigencia.

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