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¿Superávit fiscal?

18 marzo de 2019

Por Francisco Eggers Universidad Nacional de La Plata

El Gobierno anterior nos decía que, mientras los salarios, la base monetaria y la recaudación tributaria crecían 25% por año, la inflación era 10% y, además, que se crecía todos los años, incluyendo el 2009, año en el que la recesión era palpable. No resultaba muy creíble, pero igual insistía en un relato para el cual los números de lo “bueno” (salarios, gasto social, PIB) si se “tocaban” era para sobreestimarlos y los “malos” (inflación, desocupación, pobreza, déficit fiscal) se subestimaban.

El Indec ya no miente y, si bien los números pueden diferir de la realidad, no es a propósito. Ese es un avance. Pero, aun contradiciendo los datos oficiales, el Gobierno nos dice que está bajando la inflación, que la pobreza bajó durante dos años seguidos, que en su gestión se pavimentaron 20.000 kilómetros de rutas, que la recesión terminó a fines de 2018 y que hay superávit fiscal.

En lo que hace a la inflación y la recesión, el discurso no basta: si la gente no lo percibe, no lo cree. Pero el Gobierno, al menos, logra que los medios en general repitan, sin un análisis crítico, lo que dice acerca de la situación fiscal. Y no me refiero a algo de menor importancia, sino a una cuestión que está en la raíz de los problemas económicos que atraviesa nuestro país, y cuya resolución es muy compleja. Por eso insisto con la necesidad de análisis crítico. Lo primero para solucionar un problema es tener conciencia de la existencia y dimensión del problema.

En función de los datos publicados, sabemos que en el primer bimestre de 2019 los ingresos genuinos y permanentes del Gobierno, provenientes de la recaudación tributaria, fueron 38% mayores que los de igual período del año pasado mientras que el gasto aumentó 40%. Dado que los precios aumentaron alrededor de 50%, y el PIB nominal aproximadamente 45%, hubo una reducción en términos reales del gasto, principalmente gracias a que las “prestaciones sociales” se redujeron 14% en términos reales. Pero la recaudación tributaria también se redujo en valores reales y, por ende, no se ve una mejora genuina respecto al año pasado.

Y 2018 no fue, precisamente, de equilibrio fiscal: el déficit nacional fue del orden de 5,3% del PIB, unos US$ 26.000 millones. En gran parte fue financiado por el FMI, que incrementaría su apoyo financiero en 2019, pero lo reduciría en 2020. La idea es que para entonces tendría que haber una fuerte reducción de las necesidades financieras, porque los mercados internacionales no le van a prestar a nuestro país si avizoran dificultades para cobrarle luego.

Para mostrar una reducción en términos reales del déficit, Hacienda computa “otros ingresos” (distintos de la recaudación tributaria), que aumentan muy por encima de la inflación. Se destacan las “rentas de la propiedad” que más que se duplican respecto del primer bimestre de 2018, y son 13,6 veces las percibidas en el primer bimestre de 2016.

¿Cuál es su origen? El comunicado de Hacienda no comenta nada al respecto, a pesar de su enorme importancia en el resultado, y de que representa un ingreso para el Gobierno en el primer bimestre de 2019 equivalente al del Impuesto a las Ganancias. Es probable que el motivo para esta opacidad es que, si aclaran, oscurecen (las perspectivas fiscales).

Luego de computar esos otros ingresos, los recursos fiscales aumentan 43% anual en el bimestre, logrando así que el déficit fiscal disminuya del equivalente al 12,5% del gasto en el primer bimestre de 2018 a 10,8% en 2019. Teniendo en cuenta la gravedad de la situación fiscal, no es una gran reducción, aunque algo es.

Pero es más: Hacienda llega a un superávit (el “primario”, al que le otorga el papel de variable principal) cuando no computa el gasto en intereses. También se podría llegar si no se computa el gasto en jubilaciones, o en salarios de empleados públicos. Pero, ¿cuál es la relevancia de este resultado? Sirve sólo para decir que el déficit es menor de lo que es, o incluso en algunos períodos decir que hay superávit. No parece serio. En algún momento se lo justificó diciendo que los intereses no reflejaban lo que se hace en un período, sino el costo de la deuda tomada en períodos previos. Pero se hace muy difícil sostener eso hoy, teniendo en cuenta el crecimiento explosivo de los intereses en esta gestión, producto del fuerte endeudamiento, principalmente en moneda extranjera.

Tal como se evidenció en 2001, reducir significativamente un déficit fiscal muy alto en un contexto de recesión y altas tasas reales de interés es bastante difícil, porque la recaudación cae y la cuenta de intereses aumenta. Pero no sirve decir que se logró un superávit, cuando apenas hubo, en el mejor de los casos, una pequeña reducción del déficit. No se va a poder engañar a los actores principales de los mercados financieros internacionales: ellos hacen sus propios análisis, aunque no los publiquen. Lo que se estaría buscando es decirle al gran público que se está en el camino correcto. Esto serviría para que se acepte que los subsidios a la energía aumenten a pesar de los incrementos de tarifas, y que los esfuerzos gubernamentales estén puestos en que el dólar aumente menos que los precios hasta las elecciones.

¿Y luego? Lo más probable es que el nivel real del dólar tienda a ser mayor que el actual, que no es suficiente para lograr el superávit externo que, en el mediano plazo, el país necesitará para lograr sustentabilidad, luego de 3 (¿o 4?) años de formidable aumento de su deuda externa sin contrapartida de mejoras en la capacidad productiva.

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