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Políticos sueltos

Uno de los problemas de la precariedad de los debates en nuestro país se debe a tener profesionales de la política que carecen de programas y, por lo tanto, de identidad

Carlos Leyba 05 enero de 2018

Por Carlos Leyba

Hay insistencia, por parte de los intelectuales ligados al oficialismo, en negar la condición de liberal a la gestión PRO.

Conforman una “pareja cultural” contradictoria  con sus homólogos de la deshojada “Carta Abierta” también integrada por intelectuales ligados al kirchnerismo en el poder. Estos, en lugar de negar la pertenencia del kirchnerismo a una corriente de pensamiento, afirmaban que el proceso K era progresista y transformador.

Ambos conjuntos de “articulistas” se equivocan. Unos, al afirmar que no son lo que son y otros, por afirmar que son lo que realmente no son. Veamos.

El kirchnerismo no fue ni transformador ni progresista. Los resultados lo evidencian. No ha habido, con los K, ni transformación económica ni progreso social.

La estructura real de la economía argentina, en los 12 años K, continuó la tendencia a la primarización de las exportaciones que es lo que pone en blanco y negro el proceso de desindustrialización y lo que produce el déficit comercial estructural. El fundamento de la economía para la deuda que, finalmente, llegó.

Además en ese tiempo se profundizó la dependencia de la asistencia social, para subsistir, de una proporción creciente de los ciudadanos. El trabajo productivo fue sustituido por la asistencia del Estado. Se dedicó a fabricar consumidores no productores.  Dependencia versus autonomía.

Con los datos estadísticos, que cualquiera puede corroborar, se confirma que no ha habido un proceso de transformación sino de confirmación de la estructura heredada disparada por la Dictadura y perfeccionada por el menemismo.

Los datos estadísticos, que cualquiera puede corroborar, confirman que las políticas K no resultaron progresistas sino profundamente regresivas: 12 años de pobreza estructural.

Una economía estancada y una sociedad más conflictiva es el legado del kirchnerismo al que no pueden rescatar, y ya ni siquiera lo tratan de hacer, la tropa de “articulistas” K. De hecho hoy se concentran en la crítica del presente que es una prorroga, mal llevada por cierto, del pasado reciente.

Las ideas

Más notable y sorprendente es la necesidad de negación de los “articulistas” PRO que insisten en que su economía no es profundamente liberal. Por cierto que ser liberal no es lo mismo que ser neoliberal. Aclaremos.

La esencia del “neoliberalismo” la sintetizan dos frases. Margaret Thatcher afirmó “la sociedad no existe”. No hay tal cosa como el bien común. Ronald Regan declaró “el Estado no es la solución sino el problema”.

No hay tal cosa como el bien común, entonces, la parte del Estado ocupada del bienestar colectivo queda derogada; lo que subsista de ella es sólo una carga. Margaret puso la doctrina y Ronald la aplicación. Retirar el Estado es contribuir a solucionar los problemas. ¿Ejemplos?

¿Por qué utilizar al Estado (la Justicia) para administrar la adopción de niños huérfanos o abandonados? La solución neoliberal (minimizando el papel del Estado) es “el mercado”. ¿Cómo? Simple. Un remate. El niño será adoptado por el que comprometa mas recursos. Y por ese mínimo proceso administrativo el Estado, además, obtendrá recursos. De la misma manera puede ocurrir con la seguridad. ¿Quién está más interesado en que no haya robos ni crímenes o accidentes? Claramente las compañías de seguro. La conclusión de mercado es obvia. La seguridad debe ser entregada a las compañías de seguro. Todos asegurados. Cálculos actuariales.

Los ejemplos no son pura imaginación. En los tiempos de auge del neoliberalismo, donde se procuraba pensar fuera del marco del Bien Común y diluir al Estado, estas ideas se promovían. La memoria selectiva de algunos neoliberales lo ha olvidado. Ambos ejemplos desenmascaran la radical ausencia de ética del neoliberalismo. “El plan es ética en acción”, decía Paul Ricoeur.

El PRO quiere menos Estado. No la desaparición. Pero procura una orientación del mismo bastante alejada del Estado de Bienestar. No lo cree posible. Pero tampoco sufre la “imposibilidad” porque no lo cree necesario.

Pero los PRO tampoco derogan la idea del bien común. Sí, creen es que el mercado, librado a su energía propia, es el que generará más bien común que el Estado en acción. Esa creencia religiosa en el “mercado” los hace liberales.

Es iluminadora la creencia en la “apertura económica” (solita ella) como mecanismo de “creación dinámica de competitividad”.

¿Por qué se empeñan en negar el carácter liberal de su pensamiento? ¿Cuál es el problema?

Negar una identidad no es afirmar la propia. PRO no afirma su identidad y, en mi opinión, es porque no la tienen.

La identidad en política, y el PRO hace política aunque crea que no es necesario hacerla, se define en función de un programa y un programa requiere tener objetivos y sobre todo herramientas.

El PRO no define objetivos ni herramientas más allá de generalidades que no admiten discusión. Y es en ese sentido que no tiene identidad. ¿Es importante?

Una identidad no es una marca. Una marca puede vaciarse de contenido. Una identidad supone objetivos y herramientas que, juntos, forman un programa y una identidad.

Podemos decir que uno de los problemas de la precariedad de los debates en nuestro país se debe a tener profesionales de la política que carecen de programas y, por lo tanto, de identidad. No forman partidos y sin las “partes” ?que son los partidos? no hay “todo”. Los profesionales de la política son como navegantes solitarios sin brújula, sin vela, sin remos y que, además, no saben -ni les preocupa saberlo? donde quieren ir y donde nos quieren llevar. Políticos sueltos.

No tan distintos

La improvisación, el paso a paso, de Néstor no es muy diferente al “gradualismo y al reformismo permanente” que es, en rigor, un oximoron.

Pueden compartirse objetivos,  pero pueden proponerse herramientas distintas para conseguirlos. No hay programa sin objetivos y herramientas explícitas.

Miremos el pasado inmediato. Cuando decimos “peronismo” después de la muerte del General ¿hablamos de una marca o de una identidad?

¿Los “peronistas” se han propuesto objetivos y herramientas comunes?

Repasemos

María Estela Martínez parió el Rodrigazo, el antecedente más siniestro del neoliberalismo en la Argentina. Fue ejecutado por la secta “Los Caballeros del Fuego” integrada por José López Rega, Celestino Rodrigo, Ricardo Zinn y Pedro Pou.

Zinn fue mano derecha de Franco Macri, María Julia Alzogaray y sus privatizaciones menemistas baratas y participó de la fundación del CEMA ? hoy universidad cuna del liberalismo? a través de Pou, quien fue parte del equipo de Carlos Menem. Otros miembros de ese “equipo”, por ejemplo la mano derecha de Domingo Cavallo, formaron parte de la Alianza integrada por el Frepaso en el que se destacaban dirigentes surgidos del peronismo. Agotada la Alianza algunos de ellos militaron en el Gobierno K. ¿No lo altera su manera de bogar?

¿Cuál es la identidad, definida por programa, objetivos y herramientas,  del peronismo si este fue la marca con la que se vendió el menemismo y el kirchnerismo? Por abandono explícito de programa se convirtió, al menos por ahora, en una marca sin contenido.

De manera temprana el PRO se está convirtiendo en marca. ¿Cuál es el contenido en términos de programa, objetivos y herramientas? Aclaremos que sin programa es imposible resolver problemas. Y mucho menos transformar y progresar. Que tenemos problemas, que necesitamos transformar (productividad) y progresar (pobreza), no hay dudas.

Hagámonos algunas preguntas al respecto. ¿Qué objetivos de exportaciones y de inversiones tiene el PRO? ¿Cuáles son las herramientas para lograr unas y otras? ¿Qué objetivos de desarrollo territorial y demográfico tiene el PRO? ¿Cuáles son las herramientas?

¿Qué objetivos educativos, de empleo, de distribución del ingreso? ¿Cuáles son las herramientas PRO? ¿Objetivos de pobreza? ¿Herramientas? ¿Objetivos de consenso como dilución de la grieta? ¿Qué herramientas? Y así. Sólo palabras y pocas cosas.

En todos los órdenes, la ausencia de explicitación de objetivos y el relegar las herramientas a la desregulación de mercados, define una orientación liberal.

Ellos, lo digan o no, creen ? por sus actos lo sabemos - que, parodiando a Alfonso “El Sabio”, hay cuestiones que “el mercado ha resuelto” y otras “que el mercado resolverá”.

Las que “ha resuelto”, si hay algunas, no las ha resuelto aquí en nuestra Patria y las que resolverá son, al menos, una incógnita, para ser generosos.

Por ejemplo hasta aquí, según el Gobierno, el tipo de cambio lo determina el mercado y nada cabe hacer, para “corregir” esa definición del mercado; y si esa definición primariza las exportaciones y determina un colosal déficit comercial de la industria, no importa. ¿Ese es “el objetivo”?

Y si las inversiones reproductivas no ocurren es porque “el mercado” no ha dado las señales suficientes. Y nada debemos hacer por afuera del mercado para que lleguen. El resultado es que no tenemos inversiones. ¿Ese es “el objetivo”?

De la misma manera, en materia territorial y demográfica no hay objetivos y ninguna herramienta. Si uno mira la acción del jefe de la Ciudad podría decir que, si es parte del Gobierno, esas herramientas ?ciertamente de poco peso-  reman en contrario.

Pero nada hay en materia de inversiones de empleo productivo que aporten en esa dirección. ¿Hay acaso alguna herramienta más allá de las negativas señales de mercado?

De la misma manera en materia educativa nada hay que nos señale la existencia de herramientas específicas para atender al 50% de los menores de 14 en estado de pobreza, o para generar la posibilidad que no sea el Estado o la asistencia social lo que genere oportunidades de salario.

Distribución progresiva, pobreza y grieta son caras de la misma ausencia.

La ausencia de forjar una identidad y no una marca, un programa y no generalidades.

La consecuencia política de esas ausencias es que nada incentiva a la “otra parte” y sin partes no hay todo. En cierto modo esto es lo que nos hace una sociedad incomprensible.  Y que los “políticos sueltos” sean un entretenimiento.

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