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Pensando la reconstrucción

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08 julio de 2020

Por Ricardo Delgado Socio y Director de Analytica Consultora

Será en algún momento de la primavera, quizá en setiembre u octubre, cuando la economía argentina comience a transitar por completo la etapa de la “nueva normalidad”, en la cual gran parte de las actividades en todo el país puedan volver a encender sus motores bajo los mandatos del distanciamiento social y el bajo contacto.

Habrán pasado los 180 días más traumáticos de la historia social y productiva de Argentina. Cuánto se habrá perdido en el camino, cuántos más desocupados y pobres, cuántas empresas menos, cuál será el costo final de las medidas de asistencia para el estado, es un conteo que aún está en marcha. Pero no hay dudas que la destrucción de valor, de capital y de trabajo, que dejará la pospandemia será mayúscula.

En otras palabras, lo que viene es una economía más pequeña para la que habrá que adaptar las nuevas estructuras de los negocios, e incluso de las familias y del propio Estado. Que 2020 deje caídas en variables clave, como el PIB, el consumo, la inversión, los salarios o la recaudación fiscal, que vuelvan a la memoria la crisis de la convertibilidad, entre 2001 y 2002, puede ser al fin de cuentas una anécdota. Explicar todo a través de variaciones porcentuales ya no será suficiente. La economía argentina de la “nueva normalidad” tendrá que analizarse también bajo la óptica del nivel, de lo absoluto, de la escala, a fin de tomar decisiones en el escenario posCovid-19.

Esta especie de downsizing significa que la economía argentina será en los próximos años sustancialmente más pequeña de lo que supo ser. En niveles, equivale a que el PIB proyectado para 2021, superada la pandemia, sea igual al de 2007, del orden de los US$ 390.000 millones, que los ingresos salariales volverán a los niveles de comienzos de 2013 y que el consumo correrá igual suerte que el producto.

Esta nueva economía reducida en tamaño no es más que el resultado de combinar una recuperación muy modesta de la actividad con un tipo de cambio real que, sin financiamiento externo suficiente ni precios externos como los de los de mediados de los 2000, no se apreciará por al menos un tiempo. Los salarios en dólares, entonces, seguirán deprimidos, será muy arduo el camino para bajar sensiblemente la inflación, y el consumo no tendrá la fuerza necesaria para acelerar la actividad.

Apuesta a la coordinación

Bajo estas complejas condiciones, la agenda pública deberá focalizarse en trazar un camino claro y previsible que ordene la salida de la pandemia. Si la torta se achicó, el Estado, más que nunca, tiene la responsabilidad ineludible de coordinar el juego entre los distintos sectores, de modo de darle equidad y sustento a los respectivos “aportes” durante la reconstrucción. La articulación de los equilibrios sectoriales, entre lo público y lo privado, entre el capital y el trabajo, y al interior de cada uno de ellos, será fundamental en la etapa que viene.

“Todos ponen”, como el azar dispone en la conocida perinola, sería la consigna. El cómo no es trivial. Profundizar la caída del salario real -en 2020 será histórica- o expulsar trabajadores para adecuar las estructuras a la “nueva normalidad” no parece ser el camino. Es obvio que habrá ajustes en las empresas, pero deberían minimizarse todo lo posible para no quitar poder de fuego a los ingresos de las familias, que son las que pueden traccionar más rápido en la recuperación inicial.

Vale resaltar el rol que, en general, vienen jugando los sindicatos en estos meses. Para moderar la pérdida de puestos de trabajo, varios gremios importantes optaron por aceptar reducciones de salarios nominales en un contexto de alta inflación, un hecho inédito en la Historia Argentina. Este apoyo (y la doble indemnización) le está permitiendo al Gobierno suavizar las lógicas tensiones en el mercado de trabajo formal, frente a las masivas e inéditas pérdidas de empleo que muestran las economías desarrolladas y claramente también las de la región. En el mercado informal las cosas no están funcionando de este modo.

En las empresas, las opciones de supervivencia pasan por postergar pagos, reducir stocks y costos variables, y en aquellos sectores con poder para formar precios, aumentar los márgenes brutos por unidad de producción. Aquí cabe detenerse un instante. El IPC de los últimos meses muestra cómo, excepto los servicios públicos y el transporte, todos los demás sectores aumentaron los precios por encima del promedio. Si la economía se contrajo, esto significa que numerosas actividades aumentaron sus márgenes unitarios en la crisis. Una cuestión que debe incluirse en la agenda de la reconstrucción, en especial si efectivamente el gobierno busca seriamente estabilizar los precios.

Y finalmente, el rol del sector público. Cómo ordenar las cargas entre los distintos sectores productivos y del trabajo exige necesariamente también definir cuánto estado requerirá la “nueva normalidad” y, consecuentemente, cómo financiarlo. Nuevamente se abre la nunca resuelta discusión acerca de la presión tributaria. Es claro que no hay espacio para aumentarla y que, por el contrario, muchas actividades requerirán menos impuestos para sobrevivir en la pospandemia. Además, generar los dólares necesarios para volver a crecer exige incentivar la inversión y las exportaciones. Una Argentina más barata en dólares no es suficiente. El Estado además debe asegurar estabilidad macroeconómica y básicamente una carga impositiva menor. Pero los delicados equilibrios sociales también reclaman mayor presencia del estado en la asistencia en los próximos tiempos, en especial a las pymes y los informales.

Cuatro sectores productivos cuentan con un equilibrado mix entre empleo, salarios, nueva inversión, potencialidad exportadora y desarrollo territorial como para responder rápidamente y liderar la reconstrucción pospandemia: naturalmente la cadena agroalimentaria hasta sus manufacturas; la economía del conocimiento; el cluster Vaca Muerta en gas y petróleo y la construcción privada.

Hacia ellos debería estar definiéndose un conjunto de estímulos específicos que posibilite transitar con los menores costos económicos y sociales posibles el trauma de la pospandemia.

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