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Mala praxis en economía, un debate abierto

06 mayo de 2016

Por Santiago Chelala

El mercado perfecto es más que una utopía. Es una fantasía. Y lo mismo ocurre con la perfecta planificación. No existe un modelo económico ideal que garantice la inexistencia de problemas. Sobre cómo responder a las diferentes contrariedades que se van presentando a lo largo de la vida económica de la sociedad es de lo que trata precisamente la política económica.

Cuando la solución adoptada es equivocada, ¿pueden los economistas o hacedores de política económica ser juzgados por mala praxis? La pérdida que ocasionó al Fisco la venta de dólares a futuro reabrió un viejo debate. ¿Deberían tomarse en consideración los hechos objetivos, los resultados obtenidos o las intenciones previas?

En Argentina, abundan ejemplos de decisiones económicas equivocadas y costosas. Incluso con buenas intenciones. En los albores de la crisis de 2001, José Luis Machinea pensó que el Impuesto a las Ganancias para la clase media sería aceptado como un acto de solidaridad con los docentes, a quienes se había prometido un aumento salarial durante la campaña de la Alianza. La Carpa Blanca de protesta se levantó, pero la tablita tuvo un fuerte rechazo, el consumo se contrajo y la economía entró en recesión. Buenas intenciones, malos resultados.

En ocasiones, el costo monetario de los errores es incluso factible de medir. En sus últimos años, el Gobierno de Cristina Fernández decidió que trataría de evitar una devaluación del tipo de cambio vendiendo reservas y bonos en dólares de la Anses para incrementar la oferta de divisas, incluso antes de la venta de dólares a futuro. Con las sucesivas devaluaciones, enero de 2014 y diciembre de 2016, el ahorro previsional fue víctima de la desdolarización. ¿Debe restituirse al patrimonio de la Anses la pérdida por la venta de bonos en dólares a un tipo de cambio implícito de $6 cuando al poco tiempo ese valor fue superado con creces?

La respuesta no es sencilla por una razón fundamental: la economía no es una ciencia exacta. No se parece siquiera a la medicina, que en la mayoría de su tarea diaria funciona como una técnica. Un anestesista sabe exactamente cuánta anestesia aplicar en cada intervención. Puede haber diferentes opiniones pero sobre cuestiones mínimas. Los procedimientos quirúrgicos son estándares y se cumplen a rajatabla. Sólo quienes están en la frontera del conocimiento médico realizan investigaciones científicas pero el método, más allá de las particularidades de la disciplina, no difiere aquí de otra ciencia, con sus posibilidades de éxito y error.

En leyes sucede lo mismo: los procedimientos están normados. Por eso contadores y abogados deben seguir pasos estrictos bajo el riesgo de perder la matrícula o de ser sancionados si se apartan demasiado del reglamento. Es la diferencia entre ciencia y técnica.

En economía, sólo es posible aventurar una predicción de tal o cual acontecimiento, suponer que la fuga de capitales va a ceder, que los exportadores liquidarán divisas, que los bancos competirán por otorgar préstamos y no por obtener depósitos impulsando una baja de la tasa de interés, que ganará tal o cual candidato presidencial, que la devaluación será gradual y no brusca, etcétera. Y es por este motivo que la clave para identificar la mala praxis debe pasar por detectar dolo o intencionalidad en el daño, difícil de demostrar como en cualquier delito.

Con certeza nunca se sabe a priori cómo reaccionarán las personas ante determinados estímulos o decisiones. Por eso más que un traje único o una mezcla de ideales prefabricados en serie para cualquier talle y contexto, los modelos económicos deberían parecerse a la estrategia del ajedrecista, en la que los ajustes permanentes, dependiendo de lo que haga el rival, son tan necesarios como una buena planificación previa.

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