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Las limitaciones del monetarismo clásico

El BCRA está concentrado en la visión “clásica” del monetarismo y omite toda la teoría posterior, que suaviza y condiciona algunos resultados.

24 agosto de 2016

por Pablo Mira (*)

El BCRA está ceñido a una política de monetarismo puro. Eso incluye la confianza ciega en la operación de los mecanismos tradicionales de traspaso de dinero a precios basados en la credibilidad, la agresividad en el uso de la herramienta de la tasa de interés como estrategia antiinflacionaria y la endogeneidad de la política fiscal para ajustarse a sus decisiones.

Estas son teorías que forman parte del núcleo de la receta monetarista. Provienen de las ideas de Milton Friedman, Roberto Lucas y Thomas Sargent, entre sus representantes más conocidos, los tres galardonados con el premio Nobel. Este grupo constituye el más puro pedigree de la ortodoxia económica en asuntos de política monetaria.

No voy a desarrollar aquí las críticas tradicionales a la ortodoxia por parte de las corrientes de pensamiento opuestas a la mainstream, que son muchas y muy importantes, por falta de espacio y porque esta posición parece aportar poco al debate de corto plazo: es poco probable que las autoridades consideren seriamente estos reparos, tanto por la formación teórica que traen como por su convencimiento ideológico.

Sin embargo, sí podemos marcar que las decisiones monetarias del BCRA no se inscriben plenamente dentro de la visión mainstream moderna. La visión de la política monetaria hoy en marcha se espeja en los experimentos monetarios de la presidencia de Ronald Reagan a principios de los '80.

En esa época, Paul Volcker, desde la Reserva Federal, se concentró fijar la evolución de los agregados monetarios sin prestar demasiada atención a ninguna otra variable de la economía, con el objetivo de reducir la inflación a cualquier costo. Y el costo resultó ser, como cualquier economista razonable sabe, una contracción brusca de la actividad económica.

Aun con la economía en recesión y un desempleo que alcanzó el 11%, la inflación tardó casi dos años en empezar a ceder (y desde tasas no tan elevadas). En el medio, las tasas de interés se dispararon a niveles exorbitantes, y fluctuaron como nunca antes, comprometiendo el crédito interno, pero también la sustentabilidad de todos los países endeudados del mundo. Esto incluye a Argentina, que pagó esta política con diez años de estancamiento. Las siguientes autoridades de la Reserva Federal aprendieron la lección y nunca más aplicaron el monetarismo clásico. Y la teoría también se modernizó y desarrolló como idea mainstream de la política monetaria a las metas de inflación que, aunque no están exentas de críticas, mostraron resultados mucho más defendibles.

Otro desarrollo moderno de la teoría que parece pasarse por alto refiere al rol independiente y soberano del BCRA en la determinación de la política económica, algo que podemos llamar “dominancia monetaria”. Muchos modelos, aun basados en los axiomas tradicionales, concluyen que la independencia pura no siempre es una buena idea, y que hay un rol para la coordinación entre políticas. Aun en la mainstream pocos defienden hoy la obsesión por centralizar decisiones en un único cuerpo institucional.

Si bien pocos dudan de que el equipo económico a cargo, en especial el del BCRA, defiende ideas ortodoxas, dentro de la ortodoxia hay muchas variantes y ha corrido mucha agua bajo el puente. Las autoridades parecen decididas, sin embargo, a concentrarse en la visión “clásica” del monetarismo, omitiendo toda la teoría posterior, que suaviza y condiciona algunos resultados.

La insuficiente actualización teórica puede ser un problema de segundo orden en países históricamente estables, pero puede transformarse en preocupaciones crecientes en una economía como la nuestra, donde además de la estabilización de precios debemos lidiar con un conjunto de desafíos estructurales para evitar caer cíclicamente en desencanto tras desencanto.

(*) Economista (FCE-UBA) y autor de “Economía al Diván” (Miño y Dávila: 2016)

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