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Las emociones son claves en la campaña

25 junio de 2019

Por Carlos De Angelis  Sociólogo @cfdeangelis

Indetectables para gran parte de los estudios de opinión pública los sentimientos y las emociones tendrán un rol fundamental en la campaña presidencial que se inicia en Argentina.

Muchos se preguntan empleando argumentos racionales como puede ser que un Gobierno como el de Mauricio Macri, con los datos económicos mayoritariamente negativos, sostenga una intención de voto que incluso le permita aspirar a la reelección. Evidentemente el mensaje de caída del PIB, deterioro de la actividad económica o la alta inflación que recita permanentemente el Indec no es suficiente para hacer cambiar de opinión a aproximadamente un tercio del electorado y aún más si se proyecta al balotaje. ¿Por qué pasa esto? Es evidente que hay otros factores que se están poniendo en juego, y deben buscarse explicaciones adicionales por fuera de la esfera de lo económico, especialmente cuando incluso gente que manifiesta sentirse directamente perjudicada por las políticas del Gobierno insistirá en su voto hacia Macri-Pichetto.

Uno de estos factores son las emociones que las personas sostienen y que le permiten decodificar en forma subjetiva el mundo que los rodea en cada momento, lo que cobra particular dimensión en el terreno político. Si durante largos años se pensó que existía una correspondencia casi lineal en las vivencias del mundo social e intereses económicos de los sujetos con las ideas que portan, hoy se sabe que las emociones y otros factores subjetivos (como la individuación) cambian las percepciones, pudiendo estimular los sentidos en forma personal, lo cual hace verídica la máxima “cada persona crea su propia realidad”. Sin embargo, por lo menos para el terreno político, no hay que confundir emoción con conmoción violenta. Las emociones, como otros aspectos de la realidad, se van construyendo socialmente en forma lenta y paulatina y la campaña electoral sólo tiene que actualizar sus contenidos para reactivarlas.

Hoy las emociones mayoritarias que se juegan para estas elecciones son negativas: broncas, odios, miedo, e indignaciones. No siempre fue así. En 2015, Cambiemos construyó afanosamente el sentimiento de esperanza como una corriente de aire fresco luego de doce años de kirchnerismo. En aquellos días, cuando se los interrogaba por el porqué de su voto, la inexplicable (para los cánones racionales) esperanza era la respuesta mayoritaria de los que introducían en la urna la boleta Macri-Michetti. Era la contracara del odio antikirchnerista que se venía prohijando en parte de la sociedad especialmente en los sectores medios y medios altos.

En este sentido, la estrategia central de la campaña de Jaime Durán Barba será reactualizar el odio hacia Cristina Kirchner e instalar que, de ser electo Alberto Fernández, en realidad gobernará la expresidenta como ya lo vienen insinuando desde sus portadas algunos periódicos nacionales. Este elemento generará broncas por la sensación de una ruptura en el contrato electoral, estrategia que dio muy buenos resultados en 2015 como presión sobre la fórmula Scioli-Zannini. “Daniel, ¿en qué te han transformado?”, Macri dixit. El centro de la movida será la aceleración de la polarización, buscando como efecto colateral enflaquecer otras opciones minoritarias como la de Roberto Lavagna o José Luis Espert (si finalmente logra prosperar su nominación). En síntesis, el objetivo central será trasformar la primera vuelta en un balotaje, para alejar la posibilidad que Alberto Fernández gane en primera vuelta.

Por parte del Frente de Todos, la campaña propia se verá tensionada entre elaborar discursos racionales y dar cuenta de las emociones del electorado. La tentación de mostrar los magros resultados económicos tras cuatro años de macrismo, apelando al costado analítico de los votantes será muy alta, dejando el terreno libre a los mariscales electorales del macripichettismo. La otra cuestión y que encarna peligros para Alberto Fernández es que el kirchnerismo sea abrumado por la “necesidad” de responder permanentemente a los ataques planteados en forma virtual y analógica sobre sus principales candidatos, ya sea Cristina Kirchner, Axel Kicillof o el propio Fernández, dejándole nuevamente la iniciativa de campaña a los tanques amarillos.

El espacio vital emotivo que puede intentar generar Alberto Fernández no es otro que el que abandonó en su momento Mauricio Macri: la esperanza, esto es la posibilidad de que los electores puedan visualizar un futuro mejor apelando a buena parte de la sociedad que vive abrumada ante las peripecias económicas. Es claro que las emociones negativas son más sencillas de estimular y un mensaje positivo puede resultar hasta naïve entre tanta pesadumbre y campaña negativa, pero allí tiene una oportunidad contra el hiperrealismo imperante.

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