por Andrés López (*)
Que la Argentina no fue un lugar convocante para la Inversión Extranjera Directa (IED) en los últimos años es un hecho muy conocido. Y también es conocido que prácticamente la totalidad de la IED registrada entre 2013-2015 fue reinversión de utilidades, motivada no por el gran entusiasmo de los inversores por las perspectivas de la economía argentina sino por las restricciones cambiarias.
En la medida en que el país vuelva a crecer y se consolide un escenario de mayor previsibilidad institucional y macroeconómica, es altamente probable que veamos un mayor interés de los inversores extranjeros por iniciar o expandir sus operaciones en Argentina. En un contexto en el cual las oportunidades de inversión en el mundo desarrollado siguen siendo débiles, el hecho de que la economía argentina probablemente registre un desempeño superior al promedio de la región latinoamericana seguramente va a ayudar en este sentido.
La creación de la Agencia Nacional de Inversiones puede ser una herramienta importante para potenciar el atractivo del país ante la IED, pero también para apuntar, siguiendo lo que hoy son las mejores prácticas en organismos similares en otros países, a atraer inversiones en sectores y actividades que contribuyan a la diversificación productiva y exportadora y a la generación de derrames de conocimiento y productividad.
En el mismo sentido, el trabajo de la agencia debería también ayudar, en alineamiento con otros organismos del Gobierno, al establecimiento de encadenamientos con empresas locales y a estimular los procesos de escalamiento de las filiales extranjeras en las cadenas de valor de sus respectivas corporaciones. En otras palabras, no es sólo la cantidad sino también la calidad de la IED lo que importa en esta materia.
(*) Facultad de Ciencias Económicas de la UBA
