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El mini-Davos y el retorno

El que gana conduce. Es cierto. Pero conduce un proyecto estratégico que debe tener consenso. Conducir sin proyecto es inútil. Y un proyecto sin consenso es efímero. Los militares, el menemismo y el kirchnerismo se creyeron eternos y no lo fueron. Tampoco lo será Mauricio.

Carlos Leyba 16 septiembre de 2016

por Carlos Leyba

Hay dos cosas que han retornado junto con la llegada de un número impresionante de ejecutivos. Un signo de la marcha de la globalización y de la abundancia planetaria de dinero, identificada por la tasa de interés cero? a nivel internacional. Tasa que desconcertaría a Adam Smith y que alegraría a los Padres de la Iglesia que condenaban el interés ya que el dinero no debía rendir frutos. Giovanni Papini y el papa Francisco llamaron al dinero el “estiércol del Diablo”.

En este mundo globalizado llegó una tropa de CEO's planetarios. Y con ellos han retornado por un rato, primero, “la tasa de inflación cero local” y, luego, “la corbata”. La ausencia de la corbata diferenciaba a los ciudadanos del común con los no tan jóvenes del PRO y los jóvenes de La Cámpora. Ambos adoptaron masivamente la ausencia de corbata que los identifica en el mismo amor por la moda casual.

No recuerdo a los de La Cámpora sumergidos entre hombres de negocios internacionales. Pero acabamos de presenciar que, frente a personas que consideran importantes, la gente del PRO recupera la práctica de atarse lazos al cuello.

Uno, lazo al que llamamos corbata, que es una estética masculina simpática. Otro lazo espiritual que ata el cambio al excedente financiero internacional. Volveremos.

Las vueltas

El retorno de la tasa de inflación cero es “el éxito” de la macro de corto plazo. “Vamos a menos cero de inflación en este mes. Yo revisé las góndolas de los supermercados y los grandes proveedores bajaron los precios”. Lo dijo el 31 de agosto Elisa Carrió y marcó la agenda del Gobierno.

Para Alfonso Prat-Gay la inflación no es un problema. En realidad lo que ha querido decir es que el método de lucha del BCRA contra la inflación, mediante la suba talibán de la tasa de interés, es el problema.

En economía, lo sabemos, la categoría del éxito no existe. La política económica es una administración de compromisos. Toda solución implica, siempre, un nuevo problema. La clave del éxito es lograr que el nuevo problema sea menos difícil que el ya solucionado.

Por ejemplo, la tasa de interés al alza, en términos reales, empuja normalmente a la economía para abajo. Hoy, los grandes bancos locales alientan el crédito en dólares al 5% anual. Créditos para actividades vinculadas a la exportación, o sea, a facturas en dólares. Apuestan a la estabilidad cambiaria que, con inflación mayor que la de los países socios, es retraso. Ese banco ofrece tasa fija en pesos a cinco años a 37% anual. Si Prat-Gay tiene razón y la inflación deja de ser un problema, la quiebra del deudor está garantizada. Una manera dura de reflejar que hay situaciones en las que la solución es peor que el problema.

Dijimos “retorno” de la inflación cero. Si bien lo será por un instante, es un retorno. Pasó en los ´90.

La estabilidad lograda entonces fue a consecuencia de un fuerte endeudamiento que financió el atraso del tipo de cambio y también la invasión importada del “déme dos”, que terminó con lo que quedaba de la industria nacional.

Esa doble Nelson destruyó el empleo e instaló la pobreza. Todavía no salimos. De la desgracia es siempre más fácil entrar que salir.

Cuando los dólares dejaron de llegar tuvimos dos problemas: no podíamos pagar y la demanda social era infinanciable. Default más devaluación con retenciones y precio de la soja fueron los pasos en la niebla de la crisis para que el país se ponga en marcha.

Por ahora, esta “inflación cero” es casual y transitoria. Parece ayudarla el atraso cambiario, que además amenaza con perpetuarse si el blanqueo es un éxito y si la entrada de capitales financieros decide aprovechar la oportunidad local.

Por lo pronto, la deuda externa aumenta y las conversaciones en el CCK y los debates legislativos de las últimas horas sobre el sistema públicoprivado van en la misma dirección. No será fácil evitar el atraso cambiario ni tampoco no acudir al endeudamiento externo. Cada deudor se convierte en un militante del atraso.

Con atraso cambiario es más difícil evitar la sustitución de producción nacional por importaciones. Y estas alimentan la deuda y expulsan la ocupación. Circulo vicioso.

Como todos los gobiernos desde hace cuarenta años, en este también, la estrategia de empleo es la obra pública. Es una estrategia de respuesta positiva inmediata que crea demanda. Pero si no se consolida pari passu la oferta de producción nacional de bienes, produce presiones inflacionarias. El riesgo de la expansión por esta vía ?dado el retraso cambiario y la desintegración de las cadenas de valor? es la demanda de bienes importados como arma de disiciplinamiento de precios. Hace cuatro décadas que la importación es la herramienta disciplinadora de precios más utilizada. Por eso es importante promover, al mismo tiempo, la inversión en bienes y no sólo en la infraestructura.

Las visiones internas

Frente a este riesgo, el Gobierno, al menos un sector del mismo, alienta estrategias defensivas. Son transitorias para los sectores de la manufactura. Digamos, clases de gimnasia y nutricionistas para adelgazar.

Mientras otro sector del Gobierno alienta con mucho vigor el libre comercio basado en que el crecimiento, y el interés de los inversores externos, y la distribución del trabajo que nos asigna el proceso de globalización será el camino más rápido de crecimiento vía actividades primarias, agrarias, mineras y energéticas.

Nada nuevo. Afirma la creencia en las abundancias naturales y la muy bien fundada productividad de nuestro sector primario.

En esa filosofía, la deuda, el financiamiento externo, el blanqueo o reingreso de fondos de argentinos en el exterior son los elementos necesarios para pasar el Rubicón, y lo que alienta el futuro es el sector primario. Y le agregan ahora las “nuevas tecnologías” y los éxitos internacionales de nuestros jóvenes emprendedores. Todo eso es verdad. Pero es dramáticamente insuficiente.

Con José A. Martínez de Hoz y con Domingo F. Cavallo nos llegaron dólares de todos los colores y, con ellos, importaciones del mundo. Para amplios sectores de la clase media fue una fiesta disfrutar de la calidad de la industria extranjera mientras los edificios de las zonas industriales se convertían en lofts de alta jerarquía. La marea de cierres, desempleo y pobreza fue incontenible.

Con los K, la soja reemplazó a la deuda. Pero lo esencial del modelo no fue sustituido. Como señaló el ministro Jorge Triaca, no hay demanda de trabajo de calidad. Tenemos 10% de desocupación y más del 30% del trabajo en negro y casi la mitad del trabajo en blanco está en el sector público. Si hacemos un cálculo de las actividades urbanas de alta productividad, esto es, productividad de país desarrollado, no cubrimos ni el 10% de la población trabajando.

¿Son estas las mejores condiciones para hacer gimnasia y meterse en la boca del comercio libre? Los funcionarios insisten en que piensan en términos graduales, que lo harán junto con los sectores empresarios y hasta teniendo en cuenta a los sectores del trabajo. No proponen un suicidio liberal en masa. Es cierto.

Pero el problema no es la velocidad del viaje, y el problema es la dirección. ¿Dónde vamos y dónde queremos ir?

Hasta acá el dónde vamos: lo han manifestado Marcos Peña, Mario Quintana y Mauricio Macri. Ellos creen que hay que buscar recursos para explotar nuestras riquezas naturales. Y con eso nos garantizamos dólares y salarios altos. No está mal. Pero es insuficiente. Aclaran, para la industria haremos “transformaciones” destinadas a mejorar la competividad de los sectores rescatables. Es decir, una estrategia de naturaleza, como motor de crecimiento, y una de defensiva para lo que tenemos y “debemos conservar” de actividades industriales.

Una nueva estrategia

El problema es que el país requiere de una estrategia ofensiva. Un planteo de fondo que agregue motores al motor natural primario. Y requiere pensar la apertura al mundo, el comercio libre, las “alianzas estratégicas”, desde la visión ofensiva de la transformación industrial. Y no al revés.

Nada de eso se logra sin plan y sin largo plazo. Y no hay manera de señalar un horizonte de largo plazo sin un consenso amplio de la sociedad. Claramente no lo hay. Y no es sensato suponer que existe.

No hay consenso acerca de que el rumbo insinuado sea el dónde queremos ir. El “qué queremos” debe consultar a trabajadores, empresarios, dirigencia política, social, etcétera. No es tiempo de esclarecidos. Nunca lo fue.

El kirchnerismo apostó a los dólares de la soja hasta el último centavo y se derrumbó con los precios de la soja. Desde que esos precios dejaron de crecer y cayeron, la economía dejó de crecer y cayó. Hubo muchos más errores.

Pero el error principal fue no pensar ni hacer nada que tuviera que ver con el largo plazo consensuado y un horizonte pensado de país.

El mismo error del menemismo que, sin soja, apeló a los dólares. Carlitos se sacó la barba y el poncho, también se puso corbata e inclusive fue invitado a hablar al FMI y a formar parte del G20. ¿Se acuerda como terminaron ambos?

No está nada mal celebrar la llegada y el entusiasmo que suscita Argentina. Lo que está mal es repetir los mismos errores. Creer que existe el éxito. Celebrarlo.

Y, además, pensar que sin pensar y consensuar con amplias mayorías, sociales, políticas y económicas nacionales podremos tener un trato fructífero con la globalización y todo lo que la representa, como el Davos y el mini-Davos criollo. Todo bien.

Pero, ¿estamos yendo dónde queremos ir y cómo acordamos dónde queremos ir?

El que gana conduce. Es cierto. Pero conduce un proyecto estratégico que debe tener consenso. Conducir sin proyecto es inútil. Y un proyecto sin consenso es efímero.

Los militares, el menemismo y el kirchnerismo se creyeron así mismos eternos y no lo fueron. Tampoco lo será Mauricio.

El peor retorno no es el de la inflación cero tipo Cavallo, ni el de la corbata tipo Carlitos. No, el peor es el retorno de la piedra de Sísifo que, después de cada esfuerzo de subirla, vuelve a caer.

Para que el esfuerzo no sea inútil, para que la piedra quede en la cima, debe partir del consenso de hacia dónde queremos ir.

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