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El hartazgo podría traer racionalidad en el ataque a la inflación

Al final, parece, ahora algo estamos aprendiendo. Hoy, la gente percibe que la emisión excesiva deriva en un problema inflacionaria

El hartazgo podría traer racionalidad en el ataque a la inflación
Manuel Alvarado Ledesma 09 noviembre de 2021

¿Qué nos pasa? Tantas décadas de inflación y, al parecer, la dura experiencia no ha cambiado nuestra visión de la realidad. ¿Realmente es así?  Según diferentes compulsas, parece que, al final, ahora algo estamos aprendiendo.

Hoy, la gente percibe que la emisión excesiva deriva en un problema inflacionario. A juzgar por los comentarios en la calle y en distintos medios de prensa, las personas de a pie están tomando conciencia de que la inflación se relaciona con la cuestión monetaria

La inflación es, pese a los diferentes argumentos esgrimidos a lo largo de décadas, un fenómeno fundamentalmente monetario. De hecho, no hay inflación sin dinero. Bajo la economía de trueque la inflación no existe.

En vez de centrar la atención en la tasa de creación de dinero, otros argumentos pretenden explicar la inflación sobre ideas inconsistentes para demostrar lo contrario. Exponen, así,  los determinantes de los precios detrás de las curvas de oferta y de demanda agregada, como si la simple suba del nivel pudiera ser definido como inflación. Es cierto que toman en cuenta las expectativas, pero lo hacen sin detenerse en el hecho de que éstas, también, se engendran a partir de la creación de dinero.

Hay una verdad irrefutable: si la emisión cesara, tarde o temprano, la inflación cedería. Es un problema de tiempos, donde la impaciencia (ciertamente comprensible) lleva a recostarse sobre espejismos que solo acentúan la enfermedad.

Cuando las expectativas son negativas, la velocidad de circulación del dinero se incrementa. Entonces, la gente huye de los pesos o, al decir de los economistas, la demanda de dinero se reduce.

La velocidad de circulación está referida a la frecuencia o, mejor dicho, a cuán rápidamente el dinero pasa de manos en el proceso de compra y venta de bienes, servicios y divisas.

Ambos fenómenos -la emisión y la huida- operan en un círculo vicioso. Así, explican por qué la inflación se activa. Aunque, ocasionalmente, tenga parcialmente otros cómplices de ella.

Lo central es que no solo se trata de una cuestión de emisión, también, se trata de la velocidad de circulación del dinero que este año viene en acelerado aumento, a raíz de la desconfianza en el peso y en quienes lo manejan. 

Reducir la velocidad de circulación exige modificar radicalmente la forma en que la gente percibe el problema. Y solo es posible a partir de un nuevo cuadro que despierte confianza.

Acá es cuando debe entrar en el análisis el comportamiento del BCRA que, en lugar de ser visto como un organismo totalmente independiente del poder político, hoy dividido por conflictos fraticidas,  es apreciado como un apéndice. La desconfianza, así las cosas, es caldo de cultivo de este mal.

Desde la estatización del BCRA en 1946, la  tasa de inflación promedio se ha mantenido próxima al 150% anual. Durante el tiempo de alta dependencia, fue fenomenalmente mayor que la inflación registrada durante la Convertibilidad, cuando ese organismo alcanzó considerable independencia.

La inflación no es exactamente un fenómeno determinado por pocos operadores, productores o comerciantes complotados, sino de millones de personas que aceleran el uso de sus pesos para convertirlos en dólares o en bienes y servicios.  Esto es lo que está pasando actualmente.

Sin embargo, se hace lo contrario. En lugar de apuntar al aumento de confianza y al control de la emisión, se persiste en la caza de brujas. El Gobierno insiste en controlar precios y en implementar alientos artificiales al consumo. Una suerte de fanatismo controlador corre por las venas de quienes implementan las políticas económicas.

La inclinación por el proteccionismo, los subsidios y la sujeción del tipo de cambio lleva inexorablemente a déficits fiscales crónicos y escasez de divisas. Y, en consecuencia, inflación persistente.

¿Hay una esperanza de que el cuadro cambie en un futuro no muy lejano? La respuesta se puede encontrar en la presunción de que la gente se ha cansado del intervencionismo, que en lugar de solucionar los problemas, los termina acentuando. Harta de fracasos, parece que la gente desea un cambio.

Como Einstein ha dicho: “Es una locura hacer lo mismo, una y otra vez, y esperar resultados diferentes".
 

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