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El eterno retorno de la apertura

19 diciembre de 2016

por Alberto Veblen (*)

La idea de eterno retorno se refiere a un concepto circular de la historia o los acontecimientos. La historia no sería lineal sino cíclica. Una vez cumplido un ciclo de hechos, estos vuelven a ocurrir con otras circunstancias pero siendo, básicamente, semejantes. Los mismos acontecimientos se repiten en el mismo orden, tal cual ocurrieron, sin ninguna posibilidad de variación. En su obra “La Gaya Ciencia”, Friedrich Nietzsche plantea que no sólo son los acontecimientos los que se repiten sino también los pensamientos, sentimientos e ideas, vez tras vez, en una repetición infinita e incansable.

¿Y la economía?

En Argentina, en materia de política de importaciones, la idea del eterno retorno se aplica a la perfección. Desde José A. Martínez de Hoz ? léase el libro “Bases para una Argentina Moderna 1976 ?80”- pasando por la convertibilidad hasta nuestros días vemos que con determinada periodicidad histórica ciertos conceptos e ideas reaparecen.

Ideas tales como la de los sectores industriales inviables, la ausencia de competitividad y/o productividad de los mismos, el concepto de sectores industriales ineficientes, la necesidad de abrir las importaciones para que compitan y se hagan eficientes, así como el concepto del bienestar de los consumidores, se han repetido en varias etapas históricas. Constituyen, en conjunto, un mito.

Y lo mismo ocurre con los instrumentos que se aplican en función de estas ideas: por un lado, el retraso cambiario o a la combinación de éste con la reducción de aranceles de importación e eliminación de restricciones cuantitativas. Durante la etapa militar fue el retraso cambiario a través de la célebre “tablita” aunque lo aranceles se mantuvieron elevados. Fue la etapa en la que había que optar entre acero o caramelos.

Luego, durante la convertibilidad, el instrumento fue el régimen de tipo de cambio fijo con reducción de los derechos de importación que ya a mediados de la década del '90 comenzó a desestructurar más aún los encadenamientos industriales que quedaron en pie de la etapa militar. Frente a ello, la respuesta del Gobierno de entonces era que los sectores industriales debían especializarse en lo que eran más competitivos.

Volvimos?

Hoy, nuevamente aparece el mismo escenario a través del retraso cambiario dentro de un esquema de flotación cambiaria, la flexibilización de las restricciones cuantitativas a las importaciones ?eliminación de las DJAI y su reemplazo por las licencias no automáticas de importación así como la anunciada reducción de aranceles para determinados productos tecnológicos?.

Lamentablemente, volveremos a tropezar con la misma piedra. En materia industrial, la supuesta inviabilidad no pasa por la ineficiencia o la falta de competitividad o altos costos laborales sino por un problema de escala productiva que hace que, dado ciertos niveles de producción destinados a abastecer el mercado interno, el costo por unidad de producto sea mayor que el precio internacional. Sería erróneo suponer que es un problema de dumping. No lo es. Y el problema de la escala productiva atraviesa a todas las ramas industriales. Con lo cual se debería deducir que si nos guiamos por la escala ningún sector industrial sería viable con excepción de algunos segmentos de la industria alimentaria.

Tampoco la especialización productiva puede resolver las cuestiones de escala ya que ni siquiera con esta alcanzamos escala internacional. Por otro lado, los procesos de reconversión requieren en general de ingentes recursos del Estado para que tengan alguna viabilidad. Y en cuanto al beneficio a los consumidores no nos debemos olvidar que siempre, en la comparación, un supuesto beneficio general (el beneficio a los consumidores) siempre será superior al costo sectorial (la no preservación del empleo de determinada actividad industrial). Pero si comparamos el beneficio a los consumidores versus la sumatoria de los costos sectoriales (la desaparición de sectores inviables, la destrucción del empleo y, por ende, la destrucción de consumo) no queda claro que tengamos como resultado un beneficio neto para la sociedad.

Y es que mientras el factor capital es maleable ?hoy puedo producir un bien, mañana importarlo y pasado estar en otra actividad? el factor trabajo posee rigideces y no resulta tan sencillo reentrenar a la mano de obra de los sectores que se consideran inviables para que pasan a engrosar el empleo de los sectores viables. No existen los automatismos.

A este mito se le ha contrapuesto un contramito que se puede sintetizar en la protección ilimitada a la industria, una sustitución de importaciones que se olvidó muchas veces de la eficiencia económica así como regímenes de promoción sectoriales y regionales donde el aporte fiscal ?salvo excepciones- no se tradujo en un mayor desarrollo productivo. En este enfoque las cuestiones de productividad y competitividad no aparecen o asumen una importancia menor. En última etapa kirchnerista fue cuando predominó ese contramito.

Esta alternancia en el predominio de un mito sobre el otro esconde, en realidad, el conflicto entre modelos productivos antagónicos. Conflicto que hasta ahora no ha podido ser superado a través de algún enfoque superador el cual sólo podrá ser alcanzado en la medida que todas las fuerzas políticas puedan convenir consensos básicos en torno a las siguientes ideas.

Que en contextos de bajo crecimiento de la producción y el comercio internacional es ingenuo regalar mercado, empleo y salarios.

Que un país como Argentina resulta inviable sólo apostando a los recursos naturales (que no se industrializan) y los servicios.

Que esquemas de apertura de las importaciones unilaterales implican perder moneda de negociación para futuros acuerdos de negociaciones regionales o multirregionales.

Que resulta equivocado comparar las distintas velocidades de los procesos de integración al mundo de otros países de la región que tienen estructuras productivas menos diversificadas.

Que la estructura productiva argentina ?su heterogeneidad- requiere de diferentes velocidades de integración con el mundo y que para el caso de algunos sectores industriales la defensa del empleo hará inviable cualquier posibilidad de integración plena.

Que la inserción de Argentina en acuerdos comerciales regionales y multirregionales es auspicioso en la medida que se respeten las diferentes velocidades recién señaladas.

Que no existen sectores inviables.

Dado que las estrategias de reconversión, de aplicarse, supondrá ingentes recursos públicos asignados a las mismas deben quedar claro ante la sociedad los objetivos, metas y resultados a alcanzar.

(*) Economista

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