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Cómo desarrollar la complejidad económica de Argentina

Por alguna razón, los argentinos insistimos con seguir planteando inquietudes con las mismas palabras que nuestros viejos.

22 julio de 2019

Por Gonzalo Huertas Magíster en Economía Internacional (UBA) y en Desarrollo Económico (Harvard University) (*)

Uno de los desafíos más importantes para Argentina en los próximos veinte años, y que lleva a discusiones de parte de todos los sectores de la sociedad, es qué “modelo de país” queremos para el futuro. Es la primera pregunta que se le hace al proyecto económico de un gobierno. Y, en general, es una discusión que en Argentina se tiende a encarar al estilo Siglo XX. ¿Industrialización o materias primas?

Por alguna razón, los argentinos tenemos una insistencia con seguir planteando inquietudes con las mismas palabras que nuestros viejos. Formulada así, esa pregunta ya no sirve. Podríamos ser incluso más específicos y decir “es una pregunta que resta”. Porque si creemos que el desarrollo económico es una de esas dos alternativas, entonces solamente puede haber dos respuestas. “La riqueza viene del campo, que es lo que Argentina tiene y siempre funcionó”, o “la riqueza viene de las fábricas, y lo que hay que hacer es desincentivar el trigo y poner chimeneas”. No es así.

Los países que más logros están alcanzando en el camino a aumentar su riqueza per cápita no se plantean vivir solamente de commodities, pero tampoco de líneas de montaje. Tenemos que actualizar la forma en la que nos preguntamos por nuestro modelo de país. El objetivo es el mismo: queremos convertirnos en un país más rico. ¿Cómo hacemos? La respuesta corta es: diversificando las capacidades productivas de los argentinos.

Vayamos a la respuesta larga y entremos en más detalle. Sabemos que los países ricos producen y exportan bienes de países ricos (autos y robótica, pero también chocolate) y los países pobres producen y exportan bienes de países pobres (tabaco, carbón, granos de café). Pero, ¿por qué? ¿Por qué una sociedad que produce computadoras es más rica que una sociedad que produce bananas? La explicación es que los bienes que produce un país reflejan algo importante: el nivel de complejidad económica de su sociedad [1].

No es igual de fácil producir medicamentos oncológicos que camisas: para cada tipo de producto se necesita un cierto nivel de conectividad física, de conocimiento especializado en la fuerza laboral y de acceso a una variedad de insumos. Los productos más complejos, y los más redituables, son los que requieren muchos componentes, o componentes escasos, y que no cualquiera puede hacer, sean físicos (circuitos eléctricos) o intangibles (ingeniería). Autos Tesla vs. bananas. Medicamentos vs. camisas. El secreto del éxito para las sociedades ricas es haber alcanzado un nivel de complejidad económica que les da capacidades para producir bienes que requieren combinaciones difíciles de lograr.

El desafío no es “campo vs. industria”, es “medicamentos vs. camisas”. Hasta ahora, en realidad, no respondimos lo importante. ¿Cómo desarrollamos y diversificamos nuestras capacidades productivas para expandir el abanico de bienes complejos que los argentinos podemos hacer? La respuesta tradicional tiende a ser “aportando valor agregado a lo que producimos”. Pasar de avena a barritas de cereal. Ese puede ser uno de muchos resultados, pero el motor del desarrollo productivo es otro: se trata de agregar capacidades a nuestras capacidades, no solamente de darle valor a las materias primas.

Finlandia es un ejemplo muy interesante: un país lleno de bosques, que originalmente puso fichas en su industria maderera. Pero los fineses no se limitaron a darle valor agregado a la madera y empezar a hacer muebles: de a poco, mejoraron las sierras que usaban para cortar árboles, y empezaron a producir maquinaria para cortar materiales; desarrollada esa industria, se ampliaron a producción de máquinas automatizadas de distintos tipos, no solamente cortantes. Y una vez que se establecieron en el rubro de la maquinaria automatizada, empezaron a explorar la digitalización, y eventualmente llegaron a crear Nokia [2].

En el Siglo XXI, la pregunta de nuestro modelo de país es cómo aceleramos la complejidad económica de Argentina. Estamos llenos de oportunidades. Desde las industrias autopartista y papelera en el NEA, a la maquinaria agrícola y los lubricantes en la región del Nuevo Cuyo, a la producción química en Buenos Aires. La clave está en agregar capacidades a nuestras capacidades: mejorando el acceso a la tecnología para tener las herramientas que se necesitan para hacer productos complejos, construyendo instituciones fuertes para que los argentinos puedan planear proyectos ambiciosos y con horizontes de tiempo más largos, y desarrollando conectividad a nivel país para que los insumos de distintas ciudades amplíen el abanico de oportunidades de cada persona que quiere emprender.

Es un desafío de políticas públicas mucho más profundo que campo vs. industria. Pero también es mucho más constructivo, porque en lugar de ser una discusión entre quien gana y quien pierde, es un ejercicio de colaboración e interdependencia. La pregunta no es qué modelo de país queremos. La pregunta está en qué vamos a hacer para darle a los argentinos el entorno, las capacidades y la conectividad que necesitan para producir bienes cada vez más prometedores y diversos.

(*)  La columna se publicó originalmente en “Ideas para la Argentina del 2030”.

[1] Uno de los principales académicos de la literatura de la complejidad en el crecimiento económico es Ricardo Hausmann, a quien recomiendo muy fuertemente que leas, y muchas de cuyas ideas están incorporadas en este texto.

[2] Una lección clave en esta anécdota es qué cosas hay que hacer y qué cosas no hay que hacer. Por ejemplo, un país rico en materias primas podría creer que para diversificar hay que “redirigir” recursos a la fuerza desde sus commodities a sus fábricas; pero ese tipo de estrategias tienen el riesgo de ahogar los productos más competitivos del país, y cortar lo que podría haber sido un muy buen camino de diversificación hacia la complejidad económica. Es un equilibrio sensible.

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