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Acuerdo y pacto

Sin pactos de verdad, y no unos pocos, esta Argentina, la de hoy, no tiene salida. Está empantanada. La disputa por los ingresos nos pone en riesgo de aceleración inflacionaria. Es mucha la inflación que deja el PRO. Hay indexación, hay atrasos, hay una cultura del “por las dudas”.

Carlos Leyba 15 noviembre de 2019

Por Carlos Leyba 

Cosas que aclarar. Se habla indistintamente de acuerdo y pacto social que, según “se” dice, serían eje de una política de ingresos y, a la vez, un paso para diluir la grieta o sus consecuencias.

Se puede estar de acuerdo y no pactar. Se puede pactar y no estar de acuerdo.

El acuerdo tiene toda la energía de un motor y, a la vez, supone una marcha y una dirección.

Un pacto es un conjunto de concesiones y representa “una suerte de freno”.

Un pacto, en tanto freno y concesión, es lo que puede evitar, por ejemplo, el aumento del desempleo.

Es lo que puede, por ejemplo, administrar los precios para evitar la aceleración inflacionaria.

Es lo que puede, por ejemplo, postergar necesidades o realizar sacrificios, para evitar el default.

Es obvio que no todos pueden estar de acuerdo con renunciar al despido, a trabar las ganancias o a poner recursos para que sirvan a la cancelación de deudas generadas por otros.

Es decir, puede no haber acuerdo y, a la vez, ser imprescindible y realizable, un pacto.

El pacto se basa en renuncias. Y las renuncias no son motor. Las renuncias no mueven el amperímetro del crecimiento. Pero son la base que abre posibilidades.

Pactar, aquí y ahora, es la condición necesaria para detener la decadencia.

Un acuerdo es algo superior. Implica acumulación de energías y, por lo tanto, la posibilidad de tener un motor endógeno.

Sin pactos de verdad, y no unos pocos, esta Argentina, la de hoy, no tiene salida. Está empantanada.

La disputa por los ingresos nos pone en riesgo de aceleración inflacionaria. Es mucha la inflación que deja el Gobierno del PRO. Hay indexación, hay atrasos, hay una cultura del “por las dudas”. Todo entendible. Pero todo absolutamente imposible.

Es muy alto el riesgo del crecimiento del desempleo bien medido. Detrás de ese desempleo está la ausencia de inversiones, más la recesión y el continuado cierre de empresas. Está la ausencia estructural de inversiones y la continua desacumulación y desorganización del capital que genera la recesión prolongada. Pero al desempleo le sigue el incremento adicional de la pobreza. Una pobreza que hoy no está lejos de una situación de “punto de no retorno”. Sin duda, es prioritario resolver el absurdo inmoral del hambre. Pero el riesgo es muchísimo más que eso. La condición de pobreza de la mitad de los jóvenes no se resuelve sólo con comida.

La deuda, por su parte, corre con plazos establecidos y son plazos inmediatos. Y no hay manera de que el éxito de la economía, si es que fuera posible, permita cumplir con los compromisos externos tal como están.

Estamos, entonces, ante la imperiosa necesidad de materializar las bases para una refinanciación de las deudas para que sean pagables sin abortar los esfuerzos para generar el crecimiento.

Hay, por cierto, muchas más cuestiones que requieren de “pactos”, es decir, de renuncias.

Por ejemplo, algunas renuncias en materias de inversiones de “modernización” debe realizar la Ciudad de Buenos Aires: serán pocos fondos mirados a nivel nacional, pero son inmensos mirando a nivel de Formosa, por poner un ejemplo. Eso llama a un pacto regional. Llama a un pacto de la redistribución regional.

Y, por cierto, hay un pacto imprescindible respecto del gasto público: no hay manera de crecer con las estructura de gasto de estos Estados nacional, provinciales y municipales. No nos engañemos: hay que regenerar nuestros Estados ineficientes, que no brindan bienes públicos, que disminuyen la productividad social y que disfrazan el drama de la incapacidad de generar empleo. Ninguno de estos pactos es postergable.

Pero estos pactos, y los otros muchos, que también son imprescindibles, no son para desarrollarnos. Son para detener la decadencia, lo que no será un mérito menor. Condición necesaria pero no suficiente.

Para desarrollarnos, que tiene que ver con el diseño del futuro, son necesarios fuertes acuerdos. No es lo mismo pacto que acuerdo. Los pactos constituyen remedios para contener la decadencia a la que asistimos impávidos hace 45 años.

Los acuerdos son imprescindibles para pensar y abordar el desarrollo. No hay acuerdos posibles acerca del pasado. Por eso, querer hablar del futuro es una bendición.

Los pactos evitan y los acuerdos motorizan.

Desde hace 45 años nos domina el desacuerdo sobre los objetivos globales y sobre las prioridades. Pero los desacuerdos son mayores cuando se trata el modo de lograr esos objetivos: el desacuerdo del cómo.

Por ejemplo, entre otros desacuerdos, atravesamos uno que es paralizante y es acerca del papel del Estado y el mercado en la organización económica. O sobre el papel de la industrialización; o sobre la imparable tendencia a no producir bienes transables, o sobre la dinámica de la apertura de la economía.

Hace 45 años nos domina el desacuerdo. Y el desacuerdo es la madre del estancamiento.

Un ejemplo. Cuando Raúl Alfonsín propuso la asociación de Aerolíneas Argentinas con una empresa estatal para mejorar su gestión, el peronismo lo acusó de querer entregar la soberanía nacional. Pocos años después el peronismo procedía a la rifa de esa empresa pública y apenas unos años más adelante, quizá con los votos de los mismos legisladores, procedía a la estatización de la empresa.

El desacuerdo no es solamente “con los otros” sino que es “entre los mismos”: es un desacuerdo íntimo, una fluctuante e irreflexiva pérdida de identidad.

El desacuerdo con “los otros” y con “nosotros”. Es eso lo que nos ha dominado y lo que ha generado notables ausencias.

El “desacuerdo dominante” ha cumplido 45 años. En ellos no hubo una propuesta global, de desarrollo integral, consensuada por consistentes mayorías políticas, sociales y económicas.

Tampoco hemos asistido a la oferta de un plan arquitecturado de desarrollo de la Nación, aunque fuera pensado por una corriente dominante y excluyente. No ha habido un proyecto nacional en propuesta.

Nada, como diría José Ortega y Gasset, que tenga el sabor de un “proyecto sugestivo de vida en común”. No hubo consenso: todo se dividió.

En la división predominan las visiones e intereses particulares, se instala el reino del “particularismo”.

Se dividieron como nunca antes el sindicalismo, los partidos políticos, los núcleos empresarios, las fuerzas sociales.

La ausencia de consenso multiplica los disensos e impide el plan.

Un plan es , dice Paul Ricoeur, “ética en acción”. No hay legitimidad en la acción de gobierno “sin plan” propuesto, consensuado y controlable.

Hace 45 años que asistimos a una cadena inexplicable de contradicciones en las decisiones públicas. Cada ir y venir es una acumulación de pérdidas. Una desacumulación de stocks.

El resultado de esa ausencia generó una deuda social gigantesca partiendo de una equidad social que era única en América Latina. No admite discusión ni aquella equidad ni esta deuda social. Lo dicen las cifras y las caras.

También resultado de esa ausencia es que, habiendo logrado disponer del aparato industrial más grande en relación a su población y el más moderno de la región, hoy ? 45 años después ?, ha pasado a ser una estructura de armado con una dependencia de importaciones insostenible. Una dependencia que si todos esos aparatos productivos se pusieran milagrosamente en marcha deberíamos parar: no podemos crecer si al mismo tiempo no encaramos reformas estructurales que incluyen volver a producir. “Lo nuevo es lo que se ha olvidado”, escribió Francis Bacon.

La ausencia de acuerdo y de plan implica que el PIB por habitante es hoy igual al de una década atrás y que su tasa de crecimiento, entre 1975 y hoy, fue de 0,58% anual acumulativo. Triste: a esa tasa, el PIB por habitante se duplicaría en 120 años.

¿Seremos capaces de lograr un acuerdo de los principales partidos, de las principales agrupaciones de los trabajadores, de la mayor parte del empresariado y de las principales voces de los sectores sociales marginados, sobre un régimen que promocione y premie las inversiones en actividades productivas de bienes transables por encima de las que apuntan a actividades de servicios?

¿Acordaremos en la necesidad prioritarias de substituir importaciones industriales?¿O en la necesidad de substituir servicios que hoy importamos?

¿Seremos capaces de acordar que la mayor parte de las inversiones deben aplicarse en el interior del país, para generar así tendencias a repoblar el interior y rebalancear nuestra demencial demografía?

¿Seremos capaces de generar beneficios, zanahorias, para el retorno inversor de los capitales fugados hoy blanqueados o a blanquear?

El poder se ejerce con el garrote, el abrazo o la zanahoria.

En el capitalismo el capital se administra con zanahoria. Y la política en democracia funciona con el abrazo.

Sin estos y otros acuerdos del mismo orden, el desarrollo es imposible.

Sin acuerdo no hay visión sostenible del largo plazo. Y sin visión de largo plazo, compartida por una mayoría consistente, no existe la posibilidad del desarrollo. La demostración es nuestra propia historia.

Con la muerte de Perón y el fin real de su gobierno, se terminó el plan en economía, el abrazo en política y la vocación de desarrollo. Es historia documentable.

Para que gobierne una visión racional y ética a la vez, debe materializarse en un plan que requiere, para su elaboración, el acuerdo mayoritario en las líneas básicas y las definiciones sobre las alternativas sistémicas.

Fundamentalmente es imprescindible la reinstalación del Consejo Nacional de Desarrollo, una agencia integrada por profesionales calificados, concursados, con capacidad para diseñar un Programa de Desarrollo Nacional sistémico.

Las capacidades están. Pero hoy sólo son solistas eximios sin orquesta, sin “particella” y sin director.

Ese programa, esa partitura, capaz de ofrecer objetivos realizables, instrumentos apropiados, proyectos movilizadores, será la ratificación de la afirmación que un Acuerdo es condición necesaria para, después de evitar la decadencia con los pactos, abrirnos al futuro.

Un futuro que mirando a este presente, sin acuerdos y sin las renuncias necesarias para pactar, se nos hace esquivo.

¿Seremos capaces de forjar esos pactos y esos acuerdos? ¿Capaces?

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