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27-O: ¿Cuánto puede cambiar el escenario?

La tendencia que dejaron las PASO parece acentuarse, con un incremento de la polarización y una mayor diferencia en favor del Frente de Todos.

08 octubre de 2019

Por Néstor Leone

El resultado de las PASO, tan sorpresivo como contundente, no parece haber dejado márgenes para cambios sustantivos rumbo a las generales del 27 de octubre. Más bien, todo parece indicar que la tendencia esbozada tenderá a acentuarse. El Frente de Todos, ganador entonces, se consolida en el primer lugar, con probabilidades en ascenso de sumar un porcentaje mayor de votos y ampliar así su diferencia frente a la fórmula de Juntos por el Cambio. Que, por cierto, mantendrá su segundo lugar, con un porcentaje parecido o mayor de votos y una brecha también más holgada respecto de Consenso Federal, (más) lejos en el tercer lugar.

La dinámica de campaña, hasta ahora, no parece haber modificado la ecuación. Y no es esperable que logre hacerlo de ahora en más, ni con el debate entre candidatos, ni con los spots de campaña o los actos previstos. Pero puede acortar o agigantar distancias, también importantes a la hora de las lecturas del día después y, más aún, como capital político a la hora de redistribuir poder al interior de los espacios y entre ellos. De cara a lo que viene.

Si en las PASO, el nivel de participación llegó al 76,3%, se estima que 1,5 millones de votantes más podrían participar en las generales. Juntos por el Cambio es el más expectante respecto del comportamiento de estos votantes, en su intento de acortar la brecha. Los más optimistas especulan con el peso mayor de los segmentos etarios más altos entre éstos, propensos a votar en favor del oficialismo. Aunque la experiencia y las encuestas que circulan muestran que ese voto tiende a distribuirse con proporciones parecidas a las de las PASO.

Otro territorio en disputa es el de aquellos que votaron por otras fuerzas y pueden variar su voto. Allí tampoco habría noticias auspiciosas para Juntos por el Cambio. Los poco más de 300 mil votos de los frentes que no superaron el piso de las PASO resulta demasiado exiguo y heterogéneo como para cambiar la ecuación. Mientras que los 3,3 millones que fueron a las otras fuerzas que sí estarán en las generales, representan un territorio en disputa. Es posible que Roberto Lavagna, José Luis Espert o Juan José Gómez Centurión pierdan votos en el camino, como producto de la mayor polarización, pero la distribución de ese voto tampoco parece cambiar de matriz. Entre los votantes del candidato de Consenso Federal dispuestos a variar su voto, la opción Fernández-Fernández parece más atractiva en términos “sociodemográficos” y políticos. En tanto, los votantes del Frente Despertar y del Frente Nos, tienden a tener mayor afinidad con la fórmula Macri-Pichetto, pero también resultan bastante más exiguos.

Antecedentes

Las primarias abiertas, simultáneas y obligatorias existen desde la reforma electoral de diciembre de 2009, cuando el kirchnerismo la promovió como forma de retomar la iniciativa y con el objetivo de ordenar la oferta electoral, mucho más fragmentada entonces. Y se aplicaron por primera vez en las presidenciales de 2011. Desde entonces, fueron algo más que una encuesta universal. Anticipó cierta tendencia. Fortaleció algún realineamiento rumbo a las generales. Pero con diferencias, según los casos.

En su debut como mecanismo para resolver candidaturas, por caso, Cristina Kirchner superó la mitad de los votos positivos, con una diferencia de 38 puntos ante el segundo, que fue entonces Ricardo Alfonsín. En esas generales, el porcentaje llegó al 54%, la distancia frente al segundo se mantuvo, pero fue Hermes Binner el que quedó como lejano escolta. En tanto, las PASO de 2015 permitieron a Cambiemos resolver sus diferencias internas para armar su oferta y mostrar el potencial electoral del frente recién creado. Con 30,1% de los votos, mostró que estaba en carrera, a 8 puntos del Frente para la Victoria, y con posibilidades para convertirse en alternativa. Aunque sólo los más optimistas presagiaran en aquel agosto las posibilidades de forzar un balotaje (el primero en la historia) y, luego, dar el batacazo.

En esta ocasión, Juntos por el Cambio obtuvo casi dos puntos más que la suma de los tres candidatos de Cambiemos de entonces. Pero mientras en aquel entonces la perfomance se vivió como una victoria y contribuyó a generar un clima favorable para desplegar ese potencial, en ésta, tanto las sensaciones como las lecturas fueron de derrota, difícil (o imposible) de remontar. El contexto de crisis creciente, indicadores socioeconómicos en caída libre y la incertidumbre que parece consolidarse, ciertamente, no contribuyen para que el votante indeciso, independiente, apolítico, lábil o de otras fuerzas opte por cambiar la ecuación que dejaron las PASO.

En campaña

¿Cuánto pueden modificar, entonces, los actos y movilizaciones de campaña? ¿Cuánto los spots radiales y televisivos? ¿Cuánto la militancia virtual mediante las redes sociales o la publicidad estática más tradicional? ¿Cuánto, incluso, los dos debates presidenciales? Poco. Desde el relanzamiento de la campaña, Macri dejó el estilo de campaña habitual del PRO, con el big data como instrumento estrella, para recorrer a modo de caravana algunos territorios en donde considera que puede sumar más que en agosto. Con la marcha por el “Sí, se puede” como estandarte. Sumó algo de clima “de aguante” entre su núcleo duro, pero sin ganar terreno más allá de ahí.

Algo parecido sucede con las promesas que fue anunciando, por goteo, para su eventual segundo mandato. Como si no estuviese hace cuatro años al frente del Ejecutivo. “El voto hacia un gobierno y un presidente en ejercicio son el resultado de un juicio retrospectivo: si la mayoría de votantes juzga que gobernó bien o mal. No es aspiracional ni motivacional”, señaló ayer la politóloga María Esperanza Casullo, a través de Twitter, a modo de síntesis de esa dificultad.

En tanto, Fernández fue mostrando en campaña ejes posibles de su gobierno, con un acuerdo social como necesario punto de partida y promesas de cambio de rumbo en la mayoría de las políticas públicas. La centralidad del “combate del hambre” como tema de campaña y como preocupación concreta para revertirlo, le suma potencial a la elección entre indecisos y ancla un tema que tiene indicadores precisos y que deja al Gobierno sin respuestas satisfactorias. A todo esto, tal vez, hay que sumarle cierta propensión de una porción del electorado a “jugar a ganador” en los momentos decisivos.

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