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La gestión de Biden debería resucitar el papel de la OTAN

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Atilio Molteni 14 diciembre de 2020

Por Atilio Molteni  Embajador

Está previsto que hoy el Colegio Electoral confirme a Joe Biden como presidente electo. Sin duda, será una gran noticia para la OTAN. La semana pasada, su Secretario General, Jean Stoltenberg, adelantó que tendrá un impacto inmediato en la organización, puesto que Biden es muy popular en Bruselas por su larga experiencia de estadista, lo que a su juicio facilitará las futuras acciones para fortalecer la llamada Alianza Transatlántica.

Para muchos, las políticas del presidente Donald Trump afectaron la posición dominante de Occidente al acelerar los desequilibrios en el balance de poder, disminuir la situación económica comparativa de Estados Unidos, y su capacidad tecnológica, mientras golpeó a la democracia al negarse a aceptar los resultados electorales. Entretanto la OTAN es consciente de que Washington, no obstante ser la mayor potencia militar, necesita la amplia cooperación de sus aliados para enfrentar los desafíos actuales.

La OTAN fue creada hace 70 años para enfrentar la Guerra Fría, siendo exitosa frente a la amenaza de la URSS y, luego, en la ampliación de su membresía a 30 países. Ahora, está en una situación de cierta debilidad frente al éxito económico y tecnológico de China, que busca el liderazgo del poder geopolítico y de la Federación Rusa, que mantiene una conducción y una estructura política autoritaria que le permite desarrollar conductas agresivas en el espacio euroasiático.

Cuatro años atrás, aquello que comenzó con las interpretaciones divergentes de Trump acerca de cómo financiar y reorganizar la OTAN, demostró posiciones antagónicas ante problemas de la seguridad internacional, por ejemplo, controlar con mayor amplitud el desarrollo nuclear en Irán, promover un acuerdo entre israelís y palestinos, hacer frente al terrorismo, concluir en Afganistán el proceso de paz y reconciliación, la denuncia de los acuerdos de control de armamentos con Rusia, y la ocupación de parte de Ucrania.

Lo antedicho, se originó en la actitud ambivalente de Trump ante el principio de defensa mutua de la OTAN, organización que representa un ancla de estabilidad, no sólo como alianza militar de disuasión y defensa, sino también como una comunidad de valores compartidos en la que los derechos humanos, la democracia y las normas de derecho, son los principios orientadores de las acciones conjuntas.

A esto se sumaron las acciones del presidente orientadas a debilitar el papel de los organismos internacionales en general y de la OMC en particular, que afectaron la prosperidad europea y la importancia que cabe al desarrollo tecnológico en áreas como la digitalización y la inteligencia artificial, hecho que amenaza el control del conocimiento.

Esta situación se reflejó el 9 de noviembre de 2019 en una entrevista del presidente de Francia, Emmanuel Macron con la revista The Economist, donde el mandatario afirmó que la OTAN enfrentaba una muerte cerebral y que Europa se encontraba frente a un precipicio. En esa instancia, alegó que debía revaluarse el significado de la Organización, a la luz de los compromisos que Washington estuviera dispuesto a asumir, dando a entender que no lo consideraba un aliado confiable. Sugirió que los europeos debían buscar su “autonomía estratégica”.

Una consecuencia de estas críticas fue que los Jefes de Estado y de Gobierno reunidos en Londres en diciembre de 2019, solicitaron a su secretario general, un programa de revisión de la organización, y elaborar un nuevo concepto estratégico para el periodo que se extiende hasta el 2030.

Por ende, se organizó un grupo de reflexión para elaborar recomendaciones referentes a: reforzar la unidad, solidaridad y cohesión de los Aliados, aumentar su cooperación entre ellos y la OTAN, y reforzar su papel político para enfrentar las amenazas y desafíos futuros. El informe del grupo ha sido presentado y publicado este mes, con un contenido de 138 recomendaciones, que comenzaron a ser discutidas el 2 diciembre en una reunión no presencial, por los Ministros de Relaciones Exteriores de los países miembros.

Entre ellas, el informe sugiere que la OTAN debe adaptarse al cambio de las circunstancias estratégicas que se produzcan durante los próximos diez años, especialmente por la competencia geopolítica proveniente de dos grandes potencias -China y Rusia-, Estados revisionistas con agendas externas destinadas a expandir su poder e influencia, por lo cual la organización tendrá un desafío sistemático y creciente en la seguridad y en la economía.

Es decir, las recomendaciones observan que Beijing se ha vuelto internamente más autoritario, mientras es más agresivo en el exterior, siendo insuficientes las experiencias occidentales de la Guerra Fría, al generar situaciones muy complejas en aspectos económicos, tecnológicos, diplomáticos y estratégicos. Sus objetivos inmediatos consisten en convertirse en la potencia dominante en el Asia-Pacífico, pero también sus acciones se comienzan a extender hacia Europa y su área de influencia. Fue la primera vez que el ascenso de China se discutió por los países miembros, e incluso con otros Estados amigos como Australia y Japón.

Al mismo tiempo China, debido a su escala y trayectoria económica, es un inversor relevante en varios países de la OTAN, por lo cual los redactores del informe recomiendan dedicar más tiempo y recursos políticos con respecto a Beijing, expandiendo los esfuerzos para valorar sus desarrollos tecnológicos, monitorearlos y defenderse de toda actividad china capaz de afectar la defensa colectiva.

Respecto a Rusia, el informe señala que probablemente seguirá siendo la principal amenaza militar y un desafío diferente al chino, pues busca la hegemonía de los espacios que constituyeron la URSS, afectando la soberanía de esos Estados y oponiéndose a su intento de integrase a la OTAN, con una presencia militar creciente en varios espacios marítimos, violando los acuerdos de control de armas y tratando de ejercer su influencia en el Mediterráneo y en el norte del África, utilizando proxies y otros grupos militares privados.

Enfatizan un enfoque dual de disuasión y diálogo con Rusia, respondiendo a sus amenazas y actos hostiles en forma determinada y coherente. Al mismo tiempo, señalan que la OTAN debe estar abierta a discutir la coexistencia y los cambios constructivos de Moscú, mientras debe responder con efectividad a toda agresión, incluyendo las de carácter hibrido. Es decir, conseguir que establezca relaciones de cooperación sin dejar de hacer frente a sus conductas que puedan ser peligrosas.

El propósito de Biden es concentrarse primero en controlar en su país la pandemia, la crisis económica, la desigualdad racial y favorecer inversiones sustanciales internas en industrias como las energéticas, biotecnología y la inteligencia artificial, posponiendo la negociación de cualquier acuerdo comercial.

Sin embargo, la nueva Administración debe demostrar rápidamente su posición de garante de la seguridad europea con decisiones concretas, que son muy variadas pues van desde las características de su despliegue militar hasta un acuerdo comercial con la UE, pues ayudarían a la Alianza Transatlántica a enfrentar sus amenazas geopolíticas. En todas estas acciones del presidente electo no hay una garantía de éxito, pero el contenido de sus declaraciones indica el propósito de llevar adelante una acción coherente para restablecer el lugar de Estados Unidos en el orden internacional.

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