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Una agenda para evitar que la restricción externa sea eterna

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08 julio de 2020

Por Lorenzo S. Gravina y Matías Rajnerman Economistas de Ecolatina

Desde hace muchos años, la escasez de divisas es el principal flagelo de la economía argentina. La devaluación y desconfianza en el peso, la aceleración de la inflación y la caída de la actividad, se desencadenaron casi siempre por la misma razón: el exceso de demanda de dólares.

Por tratarse de un problema recurrente, casi todos los gobiernos intentaron solucionarlo. Sin embargo, nunca lograron hacerlo de manera permanente. Aunque se buscó tanto aplacar la demanda de divisas como mejorar su oferta, lo cierto es que la mayoría de las alternativas fracasaron más temprano que tarde.

Como resultado, tenemos un sistema económico bimonetario, donde se cobra y gasta en pesos, pero se piensa y ahorra en dólares. Esta dinámica redunda en un elevado stock de ahorro privado en moneda extranjera, pero un flujo siempre deficitario, aun cuando la cuenta corriente arroja un superávit. Comprender las falencias de las políticas implementadas en el pasado nos permitirá entender cómo llegamos hasta acá, además de por dónde podría advenir la solución.

Los primeros intentos de saltar la restricción externa llegaron con la industrialización por sustitución de importaciones. En ese entonces, principios de la década del sesenta, se suponía que el precio de las manufacturas crecería secularmente por encima del precio de los productos agropecuarios. Asimismo, por el estancamiento de la población mundial, se asumía que las cantidades demandadas de alimentos mejorarían solo marginalmente. En consecuencia, tendríamos un déficit crónico de balance de pagos en el mediano plazo, que solo podríamos solucionar mejorando el aporte neto de divisas del sector manufacturero. Lamentablemente, no logramos este objetivo y nuestra industria casi siempre necesitó más divisas de las que generó.

Con la desregulación financiera global de los setenta, se ensayó otra alternativa para sortear la restricción externa: el endeudamiento en moneda dura. Este ingreso de capitales -muchas veces liderado por el sector público, que cubre su déficit en pesos con financiamiento externo- amplía transitoriamente la oferta de dólares, dando la falsa seguridad de que el mercado cambiario está equilibrado y que el combo devaluación-aceleración inflacionaria-recesión es cosa del pasado.

Sin embargo, los flujos financieros se revierten -muchas veces súbitamente o por problemas externos- y, como no ampliamos la generación de divisas genuinas en los momentos de bonanza, el choque con la restricción externa es más virulento que antes. El problema ahora no es solamente el desbalance de cuenta corriente, sino también la salida de capitales y el repago de la deuda acumulada en moneda extranjera.

La tercera alternativa para evitar las abruptas devaluaciones fueron las restricciones a la demanda de divisas. Por caso, los tipos de cambio diferenciados de fines de los ochenta o el cepo 2011-2015 intentaron, con diversos grados de “sintonía fina” y éxito, sortear transitoriamente la restricción externa. Lamentablemente, ambas situaciones solo pudieron demorar la corrección cambiaria, pero no lograron evitarla: bajo estos esquemas la oferta de divisas se va resintiendo hasta que -pese a los controles- el exceso de demanda de dólares inevitablemente reaparece.

En la actualidad, el problema sigue vigente. Al ciclo de déficit de cuenta corriente financiado con endeudamiento externo de 2016-2017, le siguió otro de reversión del flujo de capitales en 2018-2019, para dar lugar a uno de superávit de cuenta corriente con fuertes restricciones a la compra de divisas desde fines del año pasado. Al momento, pese a tener un saldo positivo de la de cuenta corriente -sin posibilidad de girar utilidades ni dividendos-, el frente cambiario sigue crujiendo.

Esta dinámica se torna más negativa por la aversión a nuestra moneda que tenemos los argentinos. Aversión que, vale destacarlo, es más que justificada después de tantos defaults, confiscación de depósitos, corralito, pesificaciones forzosas, reperfilamiento de deudas y tantos otros. Como resultado, nuestro país convive con un exceso crónico de demanda de divisas que no se genera sólo por el lado de la economía real, sino también por la falta de herramientas atractivas y confiables para ahorrar en moneda local, o al menos dentro del sistema financiero argentino.

Realizado este diagnóstico, se abren dos caminos. El primero sugiere reconocer la dolarización de facto que opera en la cabeza de los argentinos, dolarizando de jure la economía real. De esta manera, argumentan sus defensores, volveríamos a cobrar y ahorrar en la misma moneda, a la par que daríamos un avance significativo en la lucha contra la inflación, producto de la pérdida de la soberanía monetaria y cambiaria.

Sin embargo, en un contexto económico y financiero internacional volátil, resignar estas herramientas de política económica luce una alternativa demasiado costosa. De hecho, no resuelve la desconfianza en el sistema financiero local y acota la posibilidad de implementar políticas anticíclicas, lo cual puede agravar los shocks externos (el resultado de Ecuador es un claro ejemplo).

Es cierto que la política monetaria y cambiaria local de los últimos años fue deficiente y errática, adoptando un carácter expansivo y con múltiples restricciones entre 2012 y 2015, emitiendo un exceso de letras de corto plazo entre 2016 y 2018 y adquiriendo un carácter demasiado contractivo en 2019 para tratar de defender la flotación cambiaria, pero no por eso hay que resignarse a perderla.

Por el contrario, quienes escribimos esta nota, planteamos que hay una alternativa superior a la dolarización de la economía. El camino es arduo y extenso, pero vale la pena recorrerlo por los resultados que podría ofrecer.

Para comenzar, es necesario fijar un tipo de cambio real competitivo y estable, que permita sustituir importaciones e incluso desarrollar exportaciones manufactureras en el mediano plazo, ampliando así el ingreso de dólares genuinos. Luego, fomentar un sistema de ahorro en moneda local atractivo que vaya diluyendo con el correr de los años la importancia de la divisa norteamericana en el pensamiento de los agentes económicos.

Esto implicaría dejar de lado la ficción del dólar barato por mucho tiempo. Si superamos la tentación política de atrasar al tipo de cambio para mejorar la economía en el corto plazo y fortalecer las chances electorales de quien sea oficialismo, lograremos una mayor estabilidad en el frente cambiario, piedra angular para desarrollar un mercado de ahorros en pesos. Además, si evitamos los recortes bruscos de las tasas de interés para acelerar el crecimiento económico inmediato, el ahorrista obtendría rendimientos positivos en términos reales en el mediano plazo.

La posible reestructuración de la deuda y la superación de la pandemia abrirán una nueva etapa en la economía argentina. Tras una caída similar a la de la crisis 2001-02, lograr una recuperación sostenible es imperativo para frenar el deterioro del entramado social y productivo: no podemos tropezar otra vez con la misma piedra.

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