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Progreso y desigualdad

05 febrero de 2019

Por Pablo Mira Docente e investigador de la UBA

Hace un año el científico cognitivo Steven Pinker (foto) publicó un libro sobre los logros notables de la humanidad, en especial del occidente europeo pero no solo de éste, de los últimos 250 años. La obra se llama “En defensa de la Ilustración”, y su subtítulo es “Por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso”. El objetivo de su trabajo es doble. Por un lado, Pinker lista con muchísimos datos duros los innumerables progresos durante el período referido, que coincide con la llegada del capitalismo. Por el otro, Pinker analiza las razones por las cuales esta realidad suele ser negada por los titulares alarmistas y las profecías apocalípticas.

El florecimiento humano de los últimos tiempos es innegable. Al tiempo que el sistema capitalista toma forma, el ingreso per cápita de Europa occidental se expande a toda velocidad, y hoy es aproximadamente 20 veces mayor al de 1700 (el ingreso por persona global está alrededor de 11 veces mayor). Entre 1800 y el 2000, la esperanza de vida al nacer en el mundo pasó de 30 a 67 años, y en los países avanzados alcanza prácticamente a los 80 años. Estas son dos mejoras muy importantes, pues son representativas de un progreso palpable en la mayoría de las variables sociales, económicas, políticas, sanitarias, educativas, etcétera.

Pero Pinker no cree que estas ganancias se correspondan únicamente con el devenir del capitalismo puro y duro. El psicólogo insiste en una razón más general: las soluciones residen en el ideal de la Ilustración: el uso de la razón y el desarrollo de la ciencia. Dado que la razón y la ciencia continúan en expansión, la posición de Pinker respecto del futuro es optimista, aunque él la cataloga como meramente “natural” al observar los datos. Pero hay aspectos que el propio autor reconoce como problemáticos e intimidantes del florecimiento humano. Uno tiene que ver con el cambio climático, y otro con la amenaza de la proliferación de armas tecnológicas avanzadas en regímenes poco democráticos.

En la economía también hay una advertencia mayúscula, y es el problema de la desigualdad. Dejando a un lado que en un mundo con demasiado azar, una distribución demasiado inequitativa se pelea con la justicia y con la ética, una pregunta que se hacen los economistas es si, de cara al futuro, la mayor desigualdad observada en las últimas décadas puede tener impactos sobre el progreso. El argumento usual es que si la desigualdad genera “excedentes” en la clase que invierte, esta es una condición necesaria para el desarrollo.

Sin embargo, en un trabajo reciente de Roy van der Weide y Branko Milankovic se muestra que la desigualdad puede dañar el crecimiento. Según la investigación, que abarca el período 1960-2010, en Estados Unidos la desigualdad mejora los ingresos futuros de los ricos, pero daña los ingresos futuros de los pobres, profundizando la inequidad inicial. En otras palabras, en la economía más capitalista del mundo el “derrame” no parece funcionar. Esto dañaría el crecimiento en el largo plazo porque los pobres podrían no lograr alcanzar el ingreso suficiente para educar a ellos y a sus hijos, y mejorar por sí mismos. Por este canal la desigualdad afectaría las oportunidades de progreso de los marginados.

La Sin desigualdad es, pues, otro de los fantasmas que el optimismo de Pinker aún no logra cazar, porque las soluciones no parecen involucrar únicamente el uso del raciocinio o de la ciencia, sino que abarca profundas reformas políticas vinculadas a intensos debates lejos de haber sido clausurados.

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