Panorama

Chapeau Totó

La Fase 1 fue excelente mientras se daban vuelta las expectativas desde el mercado financiero. Pero ahora el juego parece ser otro.
Señales de que la "Fase 2" nace con desequilibrios que es mejor resolver más temprano que tarde.
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Lo que Adam Smith llamó "la mano invisible" no es más y nada menos que la confianza. El capitalismo se basa en la confianza. Confiamos en alguien que nos dice que nos va a entregar un determinado bien o servicio a cambio de una cantidad de dinero que, a su vez, servirá para comprar otros bienes o servicios o para ahorrar. 

Según Harari, confiamos en organizaciones abstractas que son meras construcciones imaginarias. Confiamos en un sistema que naturaliza la construcción, asignación y destrucción de valor a partir de expectativas.

Para la política económica, manejar expectativas es casi más importante que apretar los botones. Ya sea porque la información se incorpora en los precios o, porque cuando no hay precios desde algún lugar hay que formarlos, las contradicciones y las señales ambiguas que no cumplen las expectativas formadas previamente suelen resquebrajar la confianza, poniendo en riesgo la sostenibilidad y el normal funcionamiento de un modelo, un mercado o un sistema.

En las últimas semanas abundan las entrevistas y artículos de opinión de economistas argentinos y del exterior que, aún desde las antípodas ideológicas, alertan sobre los rumbos que está tomando la política económica. Y, la verdad, tienen razón. 

La cosa hoy parece estar rota. El discurso ya está roto. Pasamos de "el peso es excremento" y "la inflación es un fenómeno monetario" a "la inflación la producen los supermercados por los 3x2" y "no nos importa el dólar ni el riesgo país". Del "vamos a poner una bomba en el Banco Central" al "van a vender dólares para pagar impuestos" y las últimas sugerencias del presidente sobre qué "hacer puré está bueno para hacerse un manguito". Juego de palabras mediante, el cuadro se "adorni" con la expulsión de profesionales a favor de listas de periodistas "acreditados y de deélite" para controlar mejor la comunicación oficial. 

Yendo a la política económica en sí, todo se da en el marco de las recientes decisiones de política cambiaria y monetaria, que ahora algunos llaman "massismo austríaco", para no tener que decir "populismo cambiario que dilapida las reservas del Banco Central para evitar hacer los ajustes que la realidad demanda, sosteniendo un equilibrio que más temprano que tarde, pagaremos todos cuando estalle". Inconsistencias u omisiones sobre las que mejor ni preguntamos. 

¿No será que como las cosas salieron tan mal la última vez que se intentó algo en materia de política monetaria, ahora nos parece bien cualquier manotazo de ahogado? 

Por si no se recuerda, fue en 2018, cuando el mejor equipo de los últimos 50 años bajó con el manual de las metas de inflación, inmortalizándose en aquella conferencia que prometía "inflación de 10 +-2%", la cual terminaría unos meses más tarde en 10% + 2% + 35% (47% anual) con doble corrida cambiaria, préstamo del FMI mediante y abandono de la misma comunicado por el jefe de gabinete.

De la gestión de Luis Caputo, podemos discutir sobre uso de ciertas herramientas y algunos indicadores que encienden alarmas tempranas. Podemos poner blanco sobre negro y preguntarnos si es verdaderamente un éxito bajar la inflación al mismo nivel de la gestión de Martín Guzmán. A lo mejor probar la hipótesis del caos "autogenerado", al haberse construido expectativas de corrida cambiaria e híper, contra las cuáles cualquier cosa era mejor. Pero más allá de esto, es muy temprano para hacer un balance completo. De hecho, estos 6 meses son más buenos que malos. Caputo salvó -por ahora- al Banco Central de la bomba que llevaba su nombre, con sus trucos, poniendo al león en la jaula. El dólar se mantuvo relativamente estable, los bonos bajaron desde 50% de rendimiento hasta los 18%. Acomodó la deuda en pesos del BCRA, devolviéndole el borrego a su dueño (el Tesoro). 

Sin embargo, desde abril pareciera que las cosas en Economía se hacen un poco cuesta arriba. La inflación de principio de año récord en dólares, la pobreza y el desempleo subiendo, la economía cayendo. El peso volviendo a estar atrasado: no sólo porque la inflación ya al mes de junio se comió el 50% de la devaluación de diciembre -con suerte se mantiene así suponiendo 2,7% de inflación mensual para agosto-diciembre, sino porque además Brasil ya devaluó y así la Argentina queda ahora aún más cara frente a su principal socio comercial y competidor no solo en exportaciones sino en atracción de inversiones- y, por último, porque aún resta aplicarse un ajuste de tarifas que por el momento fue postergado.

Señales de que la "Fase 2" nace con desequilibrios que es mejor resolver más temprano que tarde. Quizás por todo esto, a pesar de los avances positivos, tantos economistas, algunos empresarios y hasta algunos asesores se han "despegado" últimamente de la gestión. 

No sé cuán fácil será construir credibilidad. El mercado pagó y acompañó desde el 10 de diciembre al Messi de las finanzas. En clave parisina, 'Chapeau Totó' por esta remada olímpica: el plan de transición (fase 1) fue excelente mientras se daban vuelta las expectativas desde el mercado financiero. Pero ahora el juego parece ser otro: ¿hasta qué punto la jugada ya pide solo "halcones"?

Que baje la inflación es condición necesaria, pero no suficiente; y abrazar la deflación como algo bueno, suena algo extraño dada la expectativa recesiva que podría acompañarla. A lo mejor sea una manera de generar un golpe de efecto. Espero que así sea. La economía real está muy golpeada y más que anunciar un semestre duro, es momento de cuidar y, a partir de la empatía, recomponer la confianza. 

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