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CFK y los mercados de futuros

Un discurso con varias polémicas

12 junio de 2015

(Columna de Iván Ordoñez, economista especializado en agronegocios)

El lunes, la Presidenta disertó en la asamblea de la Food and Agriculture Organization (FAO), la organización de la ONU que se encarga de velar por la seguridad alimentaria global. Que un Presidente del G20 tome la palabra en uno de estos foros suele ser extraordinario. Las agencias que componen la ONU tienen muchísimos aciertos y fracasos, pero sin dudas una virtud: la capacidad de fijar agenda.

La Presidenta eligió para un discurso de 36 minutos dedicar 80% del tiempo a describir cuestiones sobre la deuda externa argentina, las paritarias que anualmente se negocian, la AUH, el salario mínimo vital y móvil y las jubilaciones. Apenas tres minutos se los destinó a atacar las barreras al comercio exterior que imponen los países más desarrollados y luego, durante casi 9 minutos, a demandar una regulación para el mercado internacional de productos agropecuarios. Por primera vez en la Historia un Presidente argentino utilizó un foro internacional para demandar que el mundo le ponga un tope a los precios de los productos que Argentina le vende a otras naciones. François Hollande debía sonreír: la Presidenta argentina le concedía algo que Nicolás Sarkozy no pudo arrebatarle durante toda su presidencia, que convivió con el ciclo de precios record de la soja y el maíz. En el medio la Presidenta declaró que le resultaba inconcebible la existencia de los mercados de futuros, algo que tachó de aberración, equiparándolos a la especulación y el acaparamiento.

Los mercados de futuros son la solución, no el problema. El sistema de agronegocios enfrenta una dificultad casi única frente al resto de las actividades económicas: aquello que produce obedece las reglas de la biología. Una vaca demora un mínimo de tres años en volverse carne y una vez sembrados los granos solo pueden cosecharse seis meses después. El nodo de producción agrícola que siembra la soja o el trigo tiene una certeza sobre sus costos, pero desconoce cuál será su ingreso dentro de seis meses por dos razones: la relación de insumo-producto depende del clima ?cuanto grano producirá por hectárea? y cuál será el precio de la cosecha, el cual está determinado por la pujanza de la demanda y la producción global de granos. El productor, en definitiva, controla una porción muy reducida de sus ingresos. Los mercados de futuros tienen una doble utilidad. Por un lado, producen un bien público: la información. Gracias a los precios de cosecha al que el productor agrícola puede acceder en el momento de siembra, es posible que estime su ingreso futuro. Por otro lado, si cree que el precio es bueno, puede asegurarse su ingreso vendiendo el grano antes que exista. Mientras más participantes haya en el mercado, mejor: lo harán más líquido y profundo. Sin agricultores no hay agricultura y para que estos existan deben tener buenos ingresos.

La producción agrícola convive con un segundo problema: el valor por hectárea generado no cubre el costo de auditoría, con lo cual es muy difícil que exista un megafarmer que controle una superficie significativa. De hecho, todos los megafarmers de Argentina en su mejor momento no administraban más del 3% de la producción y actualmente, según informa a cuenta gotas la AFIP ?porque no tenemos Censo agropecuario?, el 80% de la producción granaria argentina lo manejan 18 mil productores. Coordinar esos planes de siembra de manera centralizada es sencillamente imposible, y es por eso que lo mercados son tan exitosos a la hora de regular la producción en el sistema de agronegocios.

Los alimentos que produce el sistema de agronegocios argentino, contrariamente a lo que creen muchos, no se venden solos. Alcanzar volúmenes record de producción y avanzar en la generación e introducción de conocimiento en los agronegocios ?el verdadero valor agregado, que es un fin en si mismo? requiere de una alianza estratégica inteligente con el Estado. Las tareas conjuntas entre Gobierno y privados van desde el diseño de las reglas de juego que fomenten el desarrollo, la apertura de mercados, la generación de más y mejor información de cantidades, calidades y precios, la inversión en infraestructura logística, educación, ciencia y tecnología y una larga lista de etcétera. Hacerle el juego a Francia en la FAO es tirarse un tiro en el pie. Es tiempo de pensar estratégicamente.

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