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A dos años del primer caso de Covid-19: la vida continúa

La humanidad ha demostrado nuevamente su nivel de resiliencia, y está a punto de ganar esta nueva guerra

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Fernando Cichero 17 noviembre de 2021

El 17 de noviembre de 2019, se detectaba en Wuhan, China, el primer caso de Covid-19 (SARS-CoV-2) en un hombre de 53 años. En aquel entonces, unos meses después de ese suceso, la Tierra literalmente se detenía y el mundo entraba en un terreno desconocido del cual no sabíamos cuánto tiempo nos demoraría salir.

Sin embargo, dos años después, y con más de 254 millones de casos y más de 5 millones de fallecidos por este virus, hemos logrado seguir adelante y, aunque aún queda mucho camino por recorrer, la vida continúa. 

En estos últimos dos años hemos aprendido mucho sobre nuestro enemigo desde el punto de vista médico. En primer lugar, sabemos que lo que causa la enfermedad es un virus de la familia Coronaviridae, el cual podemos describir vulgarmente como un primo del resfrío común en los niños.

En segundo lugar, sabemos que el mismo se contagia a través de las gotitas de saliva, la tos, tocando superficies contaminadas (el virus no sobrevive más de 30 minutos en las mismas) y/o llevando nuestras manos a la boca u ojos. Además, hemos aprendido que, en la mayoría de los casos, evoluciona como una gripe, provocando síntomas como tos, temperatura, dolores musculares y que el 80% de los pacientes se recupera sin secuelas. 

En ese sentido, también sabemos que la población más afectada son los adultos mayores de 65 años o personas que presenten obesidad, enfermedades cardíacas o pulmonares y/o diabetes. 

Pero, sin dudas, nuestros mejores aprendizajes están relacionados sobre cómo debemos tratar esta enfermedad: en todos los estadios se recomiendan antiinflamatorios, antibióticos, corticoides y, en el caso de aquellas personas que necesitan respiración artificial, estas deben ser colocadas boca abajo, ya que así sus pulmones ventilarán mejor. También se han desarrollado nuevos medicamentos antivirales (molnupiravir), los cuales evitan mayores complicaciones. 

Durante estos dos años, el estado de ánimo de la población mundial pasó por varias etapas: descreimiento, asombro, miedo y pánico. En un principio, la velocidad de contagio fue vertiginosa, ya que, al tratarse de un nuevo virus respiratorio, encontró a toda la población mundial sin protección. Por ello, los aeropuertos internacionales se convirtieron en la vía de entrada perfecta en la mayoría de los países: personas de todo el mundo, en lugares con altísimo tránsito que conectaban grandes distancias en poco tiempo, a lo que hay que sumar que, con un periodo de incubación de entre 2 y 10 días, el virus no brindó la oportunidad de que rápidamente aparecieran síntomas en los viajeros.

Respecto a las cuarentenas, las primeras medidas que se tomaron fueron casi en perfecto consenso a nivel mundial. Debemos aclarar que, desde la peste negra en el Siglo XIV, se definió la cuarentena (quaranta giorni) como un proceso en el que los enfermos debían ser aislados por un periodo de 40 días. Sin embargo, esto tiene más relación con relatos bíblicos de aislamiento que con el tiempo que duraba aquella enfermedad o su periodo de contagio.

Pero, en el caso particular de esta pandemia, sucedió lo contrario. La mayoría de los países del mundo, en vez de aislar a las personas enfermas, aislaron a millones de personas sanas, lo que a mi entender no fue una medida totalmente acertada.

Esto provocó en la población, en general, graves problemas psicológicos, educativos y económicos, y, paradójicamente, la cantidad de contagiados y fallecidos fue igual o incluso mayor en algunos de los países que implementaron las cuarentenas más largas, como el caso de Argentina. 

Las consecuencias de este tipo de decisiones variaron de acuerdo a las capacidades de cada país. Sin embargo, se registró una ola de angustia en la mayoría de las personas, mientras que los niveles educativos se vieron fuertemente afectados pese a que los niños y adolescentes eran quienes menos sufrían por esta enfermedad. Por otra parte, económicamente hablando, las cuarentenas provocaron que más de 6.000 aviones permanecieran en tierra por meses mientras que una situación similar hizo que los valores de los contenedores se incrementaran notablemente. Quizás uno de los hechos más llamativos fue que el valor del barril de petróleo llegó a cotizar a US$ 0 al casi no existir demanda. 

Sin embargo, pese a todos estos problemas, la humanidad ha demostrado nuevamente su nivel de resiliencia, ya que está a punto de ganar esta nueva guerra. La ciencia fue capaz de decodificar todo el virus en cuestión de meses y de desarrollar, en menos de un año, una vacuna, lo que representa un logro extraordinario si tenemos en cuenta que, normalmente, el proceso para cualquier vacuna requiere entre 5 y 8 años.

En general, las vacunas tienen variantes de fabricación, ya que hay vectoriales que utilizan la genética para generar inmunidad (Sputnik V o AstraZeneca, por ejemplo), de ARN (Pfizer o Moderna) y las clásicas por “virus muerto y/o atenuado” (Sinopharm o Sinovac).

Podemos decir que el principal objetivo a la hora de desarrollar una vacuna es no padecer la enfermedad o atenuar la misma. Sin embargo, en este caso, debido a la crítica situación, las vacunas sirvieron para que la gente no muriese por coronavirus. En el caso de estas vacunas de primera generación, la efectividad de lograr inmunidad es muy variable, existiendo un rango que va desde el 51% al 94%.

Esta última situación ha generado que, como los pacientes vacunados podrían contagiarse igual, las personas sean más resistentes el virus, pero, a su vez, posibilitó que el mismo mutara más rápidamente, permitiendo seguir infectando a la población, lo cual se ve hoy en día en Europa. 

Más allá de esta situación, debemos aclarar que los tres principios de una vacuna son generar seguridad, ya que una persona vacunada no debe sufrir complicaciones o efectos adversos por la misma; eficiencia, ya que debe generar anticuerpos para que el organismo se proteja y eficacia, ya que debe generar inmunidad en la mayoría de los vacunados, la cual debe durar el mayor tiempo posible.

Respecto a este último punto, debido a la rapidez con la que las vacunas fueron diseñadas, se ha decidido en casi todo el mundo, y recientemente en Argentina, aplicar una tercera dosis debido a que la inmunidad de todas las diferentes marcas no llega a los 9 meses.

Por todo lo anteriormente expuesto, a futuro se necesitará que las vacunas sean lo más eficaces posibles y que solo una pequeñísima cantidad de vacunados se contagie, lo que permitirá que el coronavirus se transforme en una enfermedad más, con su vacuna de calendario, y que, si se vacuna a la mayor cantidad de población posible, el virus desaparezca, como sucedió con la viruela.

Y a modo de conclusión, no puedo dejar de mencionar la película “Contagio” (2011), la cual parece una premonición de lo que nos ocurriría casi 10 años después. En esa película, el virus logra ser contenido a través de una vacuna y, como sucedió en esa historia, estoy seguro de que los seres humanos vamos a volver a ganarle a la naturaleza. 

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