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Morir sin perecer es presencia eterna

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14 febrero de 2021

Por Eduardo R. Ablin Embajador

En agosto de 1990, me desempeñaba como Ministro Consejero a cargo de la Consejería Económica de nuestra Embajada en Bonn, capital entonces de la República Federal de Alemania (RFA). Luego de un intenso día de labor escucho en la radio durante el trayecto de regreso a casa que las fuerzas armadas de Irak, bajo las órdenes del presidente Saddam Hussein, habían invadido Kuwait, procediendo a su ocupación y anexión. Algún rumor había circulado ya durante el día, dado que la tensión era evidente hacía semanas.

La situación motivó la solicitud por parte de Estados Unidos de una inmediata convocatoria del Consejo de Seguridad (CS) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la cual se concretó el mismo día, aprobando únanimemente la Resolución 660, que condenaba la invasión y exigía a Irak el retiro inmediato e incondicional de todas sus fuerzas a las posiciones en las que se encontraban el 1° de agosto.

Ya en casa, al otro lado del Rin, en una zona semirural aproximadamente a 15 kilómetros de la ciudad de Bonn, pude compartir la cena temprana con la familia, ya que mis hijas debían descansar en tanto la escuela comenzaba temprano.

Luego miré el noticiero televisivo vespertino, y escuché brevemente las noticias de la BBC que retransmitía en ese entonces la radio local de las fuerzas británicas estacionadas en la RFA en el marco de la Guerra Fría. Sin embargo, las noticias resultaban muy limitadas, dado lo reciente de los hechos.

Leí algún rato, y cerca de las 23, decidí ir a reposar. En pocos minutos, ingresé en ese estado de vigilia propio del cansancio que aún no permite un sueño profundo. Dado que mi esposa se encontraba rezagada en alguna de sus múltiples tareas hogareñas dejé encendido el televisor, sabiendo que a las 23.15 se desarrollaba el último noticiero de la jornada de la West Deutsche Rundfunk (WDR), que se extendía por 15 minutos, previo al cierre de transmisión de los canales hasta la mañana siguiente.

En mi estado de somnolencia creciente escuchaba como voces lejanas, incluyendo a la locutora que anunció que transmitirían las declaraciones formuladas en una conferencia de prensa informal del presidente de EE.UU. en el Jardín de las Rosas de la Casa Blanca hacía apenas algunos minutos.

Continué escuchando -siempre como en sordina- la inconfundible voz del presidente George Bush quien consultado por un periodista acerca de los acontecimientos en Kuwait respondió que había dedicado el día al análisis de las acciones a seguir en relación con la grave situación planteada por Irak al invadir a su vecino del Golfo, así como la decisión del CS de la ONU al respecto, a cuyo efecto había sostenido intensas consultas con estrechos “aliados” de EE.UU., “destacando su contacto telefónico con la Primer Ministro británica Margaret Thatcher, el Canciller Federal alemán Helmut Kohl, el Presidente francés Miterrand, y el Presidente Menem, de la Argentina”.

Reconozco que me sobresalté. Dudé si había efectivamente escuchado correctamente, o se trataba ya de parte de un sueño. En fracción de segundos levanté la frazada, me incorporé y le pregunté a mi mujer -que ya había ingresado al dormitorio- si había oído lo que me parecía, a lo que me respondió con gran pragmatismo “dijo exactamente lo que oíste”, y apagó el televisor. Creo que esa noche sufrí de insomnio.

No es el propósito de estas líneas reseñar el desarrollo y corolario de la Guerra del Golfo, en la cual la República Argentina integró junto a otras 38 naciones la coalición bélica más importante desde la Segunda Guerra Mundial, aunque sus fuerzas navales fueron instruidas para cumplir tareas de contralor del tráfico marítimo en el Golfo Pérsico, evitando acciones ofensivas excepto en su propia defensa.

En cualquier caso no puedo omitir que en 44 años integrando el Servicio Exterior jamás había escuchado, ni volví a hacerlo, a un presidente de EE.UU. listar a un par argentino por su nombre entre los líderes mundiales de la época, y mucho menos definirlo como un “aliado”.

Sin embargo, Argentina alcanzó el status de “aliado extra OTAN” (“Organización del Tratado del Atlántico Norte”) en 1997 como reconocimiento al compromiso y la contribución argentina a la paz y la seguridad internacionales, con motivo del envío de naves al golfo Pérsico en 1991 y la intensa participación en “Operaciones de Mantenimiento de la Paz” de la ONU, aunque los sucesivos gobiernos no hayan hecho uso de los beneficios que dicha condición brinda (por ejejemplo, Australia, Corea del Sur e Israel, entre otros) para la adquisición y financiamiento de material bélico, tecnología, insumos y repuestos de los países miembros de la OTAN.

Cabe preguntarse si algún colega volverá en el futuro a vivir una experiencia de este tipo, señal inequívoca que ratificaría nuestro anclaje con los principios de libertad y democracia que definen a la cultura occidental, en el marco del rechazo al uso de la fuerza y el respeto por la normativa internacional. Tal confirmación contribuiría plenamente a la recuperación del prestigio nacional a nivel mundial por el cual todos los argentinos debemos continuar bregando si no deseamos quedar sometidos al ascendiente de algún autócrata carente de “un solo hueso democrático en su cuerpo”.

Homenaje personal ante el fallecimiento del Presidente Carlos Saúl Menem. El título es un proverbio chino.

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