El Economista - 70 años
Versión digital

vie 29 Mar

BUE 24°C

EE.UU. maltrata sin motivo a sus aliados comerciales

Tras avanzar 5,7% en 2017, el comercio global, vapuleado por las guerritas comerciales tipo Armada Brancaleone de Trump, crecerá 1,6-2,1% o menos en 2019 porque, con el paso de los días, las revisiones apuntan cada vez más abajo. Si las cosas siguen así, recesión a la vista.

30 mayo de 2019

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Algunos incautos creyeron que Donald Trump fue a Japón, entre el 25 y 29 de mayo, para dialogar y coordinar ideas sobre los sensibles conflictos que ambos gobiernos mantienen con China y Corea del Norte; facilitar el desarrollo de la próxima reunión del G20 que se realizará en Osaka y discutir los enfoques orientados a acelerar la negociación del acuerdo bilateral de comercio hoy en cartera.

Suponían que, al ser un encuentro de miembros veteranos del Acuerdo de Asociación Transpacífica (TPP en inglés), las dos potencias estaban familiarizadas con el escenario resultante y sólo debían tomar la sustancia del primer texto y encontrarle la vuelta a las reglas y concesiones que hoy brotan en sus poderes legislativos y en las entidades de la sociedad civil con el ánimo de cerrar y no complicar semejante proyecto. ¿Cómo imaginar que el Jefe de la Casa Blanca iría a terreno amigo para improvisar tal zafarrancho?.

Pues la realidad demuestra que los deseos fomentan los errores de percepción. El mandatario estadounidense optó por embolsar la reciente apertura del mercado japonés para las carnes de su país, jugar un poco de golf con su anfitrión y confirmar que su hobby favorito es quemar las naves e incomodar a los mayores aliados estratégicos de Estados Unidos. Como si hubiera olvidado que Japón es el tercer mercado del planeta y el acuerdo bilateral la plataforma que tiene Washington para reconstituir con cierta elegancia su abrupta y estúpida salida de la región, cuando se imponía estar ahí para no dejarle a Pekín el camino libre para extender su ya enorme influencia regional. Un verdadero estratega.

Esta vez, Trump no sólo desestimó las serias preocupaciones japonesas y globales por los nuevos ejercicios misilísticos del líder coreano, sino que incomodó hasta la médula al Primer Ministro, Shinzo Abe, su generoso anfitrión, al dejar en el aire el tema de los aranceles restrictivos que Washington viene aplicando a las importaciones de acero y aluminio (sobre lo que ya existen varios enfrentamientos legales en la OMC), no obstante haber resuelto el mismo diferendo, de apuro y sin condiciones, para sus socios de América del Norte (Canadá y México).

Por si fuera poco, también reiteró que para Washington hoy pende de un hilo la aplicación de una nueva medida al amparo de la legislación sobre Seguridad Nacional (sección 232 de la Ley de Comercio de 1962), concebida para encarecer la importación de autos. Ello se jugaría con tal método, si Tokio y otras naciones superavitarias (la Unión Europea) no generan una política eficiente para resolver (¿digitar?) el eterno déficit comercial que afecta al intercambio con los Estados Unidos. Una clase práctica de mercantilismo en acción. Como es público, antes de partir para el Asia, el Jefe de la Casa Blanca había suspendido por seis meses la opción que con esa finalidad le presentaron sus geniales asesores y miembros de gabinete. En Tokio hizo notar que ese era el plazo que disponían sus interlocutores comerciales para arreglar las cosas por el camino del diálogo. Un genuino mensaje de amistad, paz y cooperación.

La aplicación de restricciones a la importación de acero con fundamento en los riesgos inherentes a la Seguridad Nacional en el marco de ley de Comercio de 1962 huele tan feo y tan falso, que el Consejo Nacional de Comercio Exterior de los Estados Unidos, que agrupa a una parte sustantiva de las exportaciones industriales estadounidenses, impulsa una propuesta destinada a lograr un dictamen de inconstitucionalidad de la Corte Suprema de ese país. Así y todo es harto discutible que tal Consejo, presidido por el ex Jefe de la Misión de Estados Unidos ante el GATT, quien con posterioridad fue director general alterno de la Secretaría de la OMC, el ex embajador Rufus Yerxa, se atreva a sostener que el camino apropiado para tratar el tema son las secciones 201 y 301 de la Ley de Comercio de 1974, cuando sabe o debería saber mejor que nadie, porque participó muy activamente en las negociaciones de la Ronda Uruguay y conoce muy bien las reglas, que esa legislación sólo es aceptable para el Congreso de su país, no para los restantes miembros de la comunidad internacional que repudiaron en forma sistemática ese arcaico criterio de unilateralismo comercial. Ningún especialista ignora que las aludidas secciones de esa Ley de Comercio fueron el emblema más estridente de lo condenable y condenado en esa Ronda negociadora y de las normas que surgieron para evitar semejante flagelo. Seguramente tampoco desconoce que el Artículo XVI:4 del Acuerdo de Marrakech, el que estableció la existencia de la OMC, obliga a todos sus miembros a dar término a cualquier regla o práctica interna que se oponga a sus disposiciones, algo que en el momento adecuado habrá que poner sobre la mesa en Ginebra, sin ambigüedades, y con la Argentina presente, bien preparada y usando el micrófono sin timidez.

Como destaqué días atrás, a pesar del revoltijo político que impera en Washington, sus diagnósticos no son la parte más tóxica o enferma del problema. El sonido que desafina es el referido a ignorar o menoscabar a cara descubierta las reglas que estimularon y facilitaron, por espacio de setenta años, una gigantesca expansión del comercio global cuya tasa de crecimiento fue, en un período no muy brillante (2017 por ejemplo) del 5,7% mientras ahora (2019) el planeta exhibe un ritmo que, vapuleado por las guerritas comerciales tipo Armada Brancaleone del señor Trump, será de 1,6%-2,1% o menos (con el paso de los días las revisiones apuntan cada vez más abajo). Esto se llama, si las cosas siguen así, recesión a la vista.

Otra enfermedad que no cesa de tomar envergadura es el nivel de subsidios que se propone conceder el Gobierno de Estados Unidos a sus agricultores por la caída del mercado chino, ya que Pekín llevó a US$ 22.600 millones la nueva cifra del comercio sectorial afectado por las represalias contra las importaciones de ese origen. El propio secretario de Agricultura, Sony Perdue, declaró que ahora la compensación a los afectados debe ubicarse en un nivel de US$ 20.000 millones en lugar de los US$ 12.000 millones concedidos en 2018, y que los cheques deberían emitirse en cuestión de días para apaciguar a los sectores afectados. En Ginebra parece claro que la legalidad de esta medida es más que dudosa y los especialistas de Estados Unidos no necesitan ayuda para diagnosticar el tema. El propio Perdue se opuso al principio, antes de alinearse con lo que dice y hace su jefe, a la nueva repartija de fondos. Las entidades que agrupan a los productores agrícolas de ese país están muy enojadas y preocupadas por los nubarrones que ensombrecen el negocio agropecuario.

Lo más paradójico de este escenario, es que horas antes de verificarse los hechos ocurridos en Tokio, los ministros de Estados Unidos, Japón y la Unión Europea (UE) se reunían en París, al margen de las reuniones del Consejo Ministerial de la Organización Económica de Cooperación y Desarrollo (la OCDE) realizada los días 22 y 23/5/2019, para seguir trabajando en la eliminación de los subsidios al sector industrial. Participaron el titular de la Oficina Comercial (USTR), embajador Robert Lighthizer, la Comisionada de Comercio de la UE, Ceciclia Malmström y el ministro de Economía de Japón, Hiroshige Seko. Uno de los objetivos del cuarto de los diálogos sostenidos con igual fin, es acabar con las prácticas chinas que contribuyeron a crear el proceso de severa sobreproducción industrial en diez sectores clave del desarrollo global, entre ellos los vinculados con la creación de sobreoferta industrial en el caso del acero y el aluminio. El origen de tales prácticas es generalmente imputable tanto al uso de mecanismos reñidos con las reglas de mercado y otras con efecto similar, casi todas localizadas en las economías asiáticas (aclaración del autor de esta columna). El tridente ministerial sostiene que las mismas son injustas para el desarrollo de las empresas y las oportunidades laborales de los trabajadores de Occidente, cuyas economías siguen formalmente vinculadas a las disposiciones sobre competencia de la OMC.

Los ministros sostienen que los esfuerzos de sus gobiernos permitieron elaborar una propuesta escrita destinada a mejorar los criterios de transparencia, el uso de medidas y prácticas incompatibles con la economía de mercado, como los subsidios industriales, la transferencia forzada de tecnología, los manejos de las empresas del Estado, la reforma de la OMC, el comercio digital y el comercio electrónico (todos elementos que figuran en las demandas de Washington en el marco de las conflictivas negociaciones bilaterales con China). Adicionalmente, los ministros anticiparon que se encuentra en pleno desarrollo una propuesta destinada a mejorar el proceso de transparencia, identificar los subsidios industriales implicados en estos procesos y los parámetros referenciales (benchmarks) para reforzar las reglas en cada una de estas materias. Los ministros no se privaron de elogiar el comienzo de las deliberaciones realizadas en la OMC sobre la revisión de las normas sobre trato especial y diferenciado en favor de las naciones en desarrollo.

Previamente, el G20 había propiciado la constitución de un foro especial sobre el acero, cuyas sesiones reciben la asesoría técnica de la Secretaría de la OCDE.

Tras leer esta declaración, resulta más difícil entender cuáles son los puntos de contacto del enfoque desarrollado por los tres gobiernos más importantes del mundo occidental en París, con el notable y abrupto cierre del diálogo que acaba de protagonizar el Presidente Donald Trump en Japón.

Seguí leyendo

Enterate primero

Economía + las noticias de Argentina y del mundo en tu correo

Indica tus temas de interés