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La agenda Trump para volver al mundo y reformar la OMC

29 enero de 2019

Por Jorge Riaboi Diplomático y periodista

Todo tiene que ver con todo. Aunque el pasado 23 de enero el presidente Jair Bolsonaro respiró con orgullo al ser identificado como el “Trump de los trópicos”, la columnista del Washington Post que le dedicó esa etiqueta invirtió más texto en criticar sus enfoques que a describir sus aciertos. El encabezamiento del reportaje fue excepcionalmente duro. Ahí destacó el insustancial diálogo del mandatario con los participantes del Foro de Davos; la mayoritaria prevención ambiental que hoy genera la simpatía del Gobierno brasileño con el slogan América Primero del Jefe de la Casa Blanca y un inesperado plus. Fue el propio Bolsonaro quien dijo, con tono reflexivo, que la profunda gesta reformista del Gobierno que encabeza podría agotar en los primeros cuatro años su voluminoso respaldo político.

Mientras tanto, a miles de kilómetros de Davos, el verdadero Donald Trump no tuvo más remedio que aceptar una tregua en el mayor y más delirante cierre de la administración nacional que se registrara en la historia de los Estados Unidos (35 días) y navegar en otros conflictos políticos susceptibles de generar un terremoto institucional. Teniendo en cuenta los recursos humanos permanentes y contratados, el lockout público que se engendró por la batalla de poderes legislativo y administrador del Estado, quedaron sin sueldo cerca de 1,8 millones de personas. Tan eléctrico mar de fondo no impide que vaya tomando forma la nueva agenda de política comercial que se murmura en Washington, cuyos improvisados niveles de chapucería y mercantilismo son alarmantes. La nueva fuente de crispación que acaba de parir la Casa Blanca, es un proyecto de Ley sobre Reciprocidad Comercial que conspira contra toda expectativa seria de modernizar la OMC. No hay un problema de diagnóstico. La dificultad estriba en saber qué modelo capitalista impulsa el gobierno Trump para forjar las disciplinas de referencia del intercambio mundial.

El mismo día en que Bolsonaro fue la decepción de Davos, el experto Matthew P. Goodman del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos (CSIS en inglés), con sede en Washington, recordaba que, según el titular de la Oficina del Representante Comercial, embajador Robert Lighthizer, las actuales prioridades estadounidenses de apertura al mundo consisten en terminar un acuerdo creíble con China; lograr lo antes posible la ratificación legislativa del USMCA/T-MEC (el nuevo NAFTA que se firmó en Buenos Aires) y ocuparse de la reforma de la OMC. Ninguno de estos asuntos es un dilema para principiantes.

También hay indicios de que al Jefe de la Casa Blanca le picó el bichito de meterle para adelante con el acuerdo Estados Unidos-Unión Europea, un proyecto que está en el congelador desde 2016 y que hasta julio pasado Trump dejó reposar en paz, no sin antes generar discrepancias y enemistades en todos los rincones y frentes del Viejo Continente. Siquiera respetó la estabilidad y futuro de la OTAN. El problema es que ahora las cosas se ven mucho más difíciles por la inminencia de las elecciones del Parlamento Europeo y por la cerrada oposición de sus actuales legisladores a meter agricultura en cualquier paquete bilateral con Washington. ¿Habrán entendido esto el presidente Mauricio Macri, el canciller Jorge Faurie, el ministro Dante Sica y los agudos estrategas de la Casa Rosada? ¿Serán conscientes de ello las nuevas y dinámicas autoridades brasileñas? ¿O el Cono Sur de América se conforma con cualquier texto regulatorio y nivel de concesiones con tal de conseguir firma y foto? Y si bien Bruselas está orillando una enorme crisis, nunca será fácil desafiar a la maraña proteccionista armada por el Viejo Continente.

Hay expertos en Washington que se animan a suponer que de todos modos las negociaciones con la UE podrían avanzar si las partes aceptan dejar de costado, por ahora, el tema agricultura sí o agricultura no de este paquete, un enfoque constructivo para quienes encuentran placer en ver como caminan por las paredes los eurodiputados. Yo recuerdo que la misma estrategia se aplicó, en todo el Siglo XXI, y por razones totalmente falaces, al debate sobre la eliminación de los subsidios agrícolas. Bruselas nunca entregó las armas ante Washington. Un acuerdo entre Washington y la UE sin agricultura no será legal ante la OMC.

Pero hay más, bastante más. Este menú indica que las negociaciones pautadas con Japón no son la avanzada de las prioridades de Washington, y que Brasil siquiera figura en la lista de los cinco primeros candidatos a suscribir acuerdos bilaterales, a la que si hay que agregar alguna ficha de Washington por volver a lo que ahora es el Acuerdo Comprensivo y Progresivo de Asociación Transpacífica (CPTPP en su nueva sigla inglesa), el que ya empezó a funcionar como tal y en donde Estados Unidos sólo puede negociar como un aspirante más. Lo que no significa que algo impide agregar otros nombres y cumplir con los ritos del gobierno estadounidense más adelante. Conversaciones no faltan.

Las negociaciones con Japón y Filipinas (éstas últimas no están muy meneadas pero existen), se explican por dos razones. La primera es la importancia intrínseca del mercado que se dirige desde Tokio y la obsesión de Trump por lograr que en él pisen fuerte los sectores automotriz, químico-farmacéutico, la agricultura y los negocios informáticocibernéticos. Además, las autoridades de los dos países lograron un consenso extensivo e integral cuando se negoció y suscribió el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), del que Donald se retiró apenas empezó a calentar su silla en la Oficina Oval. Los motivos de tan intempestiva decisión fueron y son tan secretos, que siquiera parece conocerlos quien suscribió la medida del caso. La segunda, es que el Jefe de la Casa Blanca y sus apóstoles dijeron que lo suyo era, al menos hasta hace poco, la firma de acuerdos bilaterales de nueva generación, en los que Estados Unidos pueda ejercer su hegemonía de gran mercado y dicte a voluntad los textos reglamentarios. Pero salvo el remiendo suscripto con Corea del Sur, el que afecta esencialmente al sector automotriz y otras costuras sueltas, el Gobierno de Trump no suscribió ningún acuerdo de esa naturaleza. Además, si Washington estuviera realmente en condiciones de ocuparse de todos los temas mencionados como prioritarios, recuperaría el liderazgo internacional que dejó en alguna parte y no logra recordar dónde fue. Va de suyo que si la gente de Trump logra firmar con el CPTPP, mataría dos pájaros de un tiro, porque Japón es parte de ese Acuerdo.

El otro problema tóxico de Washington es que el mentor de la política comercial de Trump, es un ideólogo de escasa talla profesional e insólitos enfoques mercantilistas como Peter Navarro. Prueba de ello es el antedicho proyecto de Ley sobre Reciprocidad Comercial que a comienzos de año presentó informalmente a un selecto grupo de legisladores, cuyo contenido ya está causando mayoritario rechazo en el Congreso y en las organizaciones de la sociedad civil expertas de toda América del Norte. Las disposiciones fueron redactadas con la vista puesta en autorizar al Presidente, en consulta con el Poder Legislativo, a imponer medidas compensatorias, producto por producto, a las importaciones estadounidenses que provengan de mercados en los que las condiciones arancelarias y no arancelarias de acceso propias no guarden simetría con el tratamiento otorgado por los Estados Unidos. Un caso al que se podría aplicar en forma unilateral ese modelo, es a la industria automotriz de la Unión Europea, objetivo que por otra parte ya es materia de análisis bajo las legislaciones de Comercio de 1962 (y 1974), ambas ya cubiertas por la sombrilla del unilateralismo estadounidense, cuya objetable legalidad está por dirimirse en la OMC.

Pero una medida de esta naturaleza es también una violenta e injustificada provocación a las reglas básicas de la OMC. Casi todas las normas del Sistema Multilateral de Comercio fueron concebidas para evitar las acciones o decisiones unilaterales. Ninguna persona familiarizada con su marco regulatorio ignora que existen disposiciones y un GPS muy bien definido para renegociar concesiones (el que nació hace casi setenta años y es perfectible como todas las cosas de la vida). En adición a ello, porque toda la concepción de la OMC descansa en un sistema de compensaciones y reciprocidad destinado a hacer comercialmente viables las concesiones, lo que no implica igualdad de trato sector por sector, ni una garantía de que habrá comercio si el exportador no sabe competir. El quid de la cuestión son las condiciones de acceso al mercado. En otras palabras, el sistema crea previsibilidad y oportunidades de comercio, no garantías de exportación. Ninguna economía del planeta puede establecer las mismas condiciones objetivas de competencia y eficiencia sector por sector, salvo en la mente de un singular amateur del Sistema.

¿O acaso en el “nuevo Nafta” (el USMCA o T-MEC) Estados Unidos no sólo manipuló a lo chino todas las condiciones de origen nacional y regional aplicables a la obtención de los beneficios del Acuerdo en el comercio automotriz, incluido en ello una restricción “voluntaria” a las exportaciones de Canadá y México, todas reglas de dudosa legalidad OMC?

Si todo ello se necesita para que América sea Primera, ¿qué clase de arreglo necesitarán todos los que acepten ser segundos?

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