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Guzmán en aguas bravas antes de la isla de la tranquilidad

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Alejandro Radonjic 25 agosto de 2020

Por Alejandro Radonjic

Aunque se pueda situar la crisis económica (que es casi permanente) más atrás, tomemos como punta de partida de la actual el 2011. Hace una década, Argentina se quedó sin dólares (el infame Stop & Go) y, desde entonces, está batallando contra esa restricción eterna y sus derivaciones. La crisis entró por allí, pero luego se diseminó.

Cuando se agotan los dólares, aparece otra familia de problemas. La que pasó fue una década que combinó años mejores que otros, pero se perdió: no se solucionó el problema. A las pruebas: a mitad de 2020, Argentina está renegociando su deuda pública en dólares, no tiene cómo devolverle US$ 44.000 millones al FMI, está con un megacepo (que se refuerza cada vez más), quedan pocas reservas en el BCRA y la ascendente brecha cambiaria ya está en la zona de 80%. Argentina ha hecho cosas (y muy distintas) para aliviar su restricción externa, pero ninguna funcionó y eso explica el cuadro descripto. El maldito dólar (¿o es el maldito peso?) siempre están allí acechando y generando algo que el ministro de Economía, Martín Guzmán, viene a batallar: la intranquilidad. Calmar el dólar (la madre de todos los precios) es clave para que exista tranquilidad (en dosis moderadas, por cierto, porque siempre seremos Argentina). Sacarlo de las tapas de los diarios y, luego, de las mentes. Tranquilidad que permitirá conductas económicas más virtuosas que terminen reforzando ese estado de cosas.

Es cierto: económicamente, no se vive tranquilo en Argentina. Al margen de los privilegiados (que cada vez son menos), las grandes mayorías están siempre desamparadas en el medio de las tormentas macroeconómicas que supimos conseguir. Más que “ascender”, como otrora, las clases medias amplias se esfuerzan por no migrar hacia la pobreza. No siempre se puede: más allá de los vaivenes, la tasa de pobreza está en ascenso estructural y el “núcleo duro” (el que, aun en los buenos años, no se sube a la ola) está más cerca de 30% que del 15-20%. Con una afectación particular en los numerosos segmentos jóvenes, adonde se duplican las tasas y en el que, los pocos que pueden, creen que la salida es Ezeiza.

En las crecientes clases populares, es el día a día y el “llegar a fin de mes”. La zanahoria del ascenso social desapareció y eso obtura la rueda virtuosa. Más bien, activa una negativa. La dificultad del ascenso baja los incentivos para “hacer las cosas bien” y, una vez allí, todo se complica más. Hay quienes nadan en contra de esa corriente estructural y no se tientan con otras cosas, pero las magnitudes importan y preocupan: son cada vez menos y eso no implica que el puerto de llegada sea el merecido. Todo eso implica, además de la inmoralidad de perpetuar la pobreza, un enorme gasto público que, si bien necesario, apunta más a contener y administrar el conflicto que a revertir el proceso. Gasto que, además, hay que financiar.

Por otro lado, la tasa de inversión privada es bajísima y ese es otro problema. Cualquiera sabe que sin inversión que amplíe la oferta, no hay crecimiento por delante. ¿Son amarretes los empresarios? ¿Son “llorones”, como los apodó un ministro de Cambiemos? ¿O son “héroes”, como los apodó su sucesor? No es fácil hacer negocios en Argentina. Un ejemplo, entre tantos, es Vaca Muerta. Quedó demostrado que, con los incentivos alineados, se pueden hacer negocios. Hubo empresas que invirtieron fuerte. Sin ir más lejos, las mayores inversiones de los últimos años fueron allí. Por eso, Añelo anduvo bien un tiempo y miles de familias, en vez de encarar para el AMBA, se radicaron en Neuquén. Hoy, la prodigiosa formación neuquina está parada. Next. ¿Quién nos salvará ahora? ¿El litio del norte? El problema fue la frazada corta: se privilegiaron otras prioridades, se sacrificaron los incentivos y el capex ajustó.

Además del empobrecimiento monetario, el escaso dinamismo privado conduce a un Estado grande que subsane las “fallas” que el mismo Estado genera. No solo que el “gasto social” sea enorme y creciente (y se crea que es algo bueno) sino que el Estado fantasee con su rol de dinamizador de la economía. Todo eso se financia con una presión impositiva entre las mayores del mundo que, además, no alcanza para cubrir el gasto, y (re)aparece el déficit. ¿Emisión monetaria o deuda externa?

Argentina está fragmentada productivamente. La restricción externa está en la base de la intranquilidad económica. Está bien que Guzmán haya limpiado las necesidades de corto plazo con la renegociación (ahora falta el FMI) pero, aun así, faltan dólares.

Y la película no es alentadora: el BCRA no está comprando reservas con un saldo comercial de más de US$ 1.500 mensuales y le quedan pocas, aun incluyendo los lingotes de oro. Por eso, se ajustan las importaciones y solo se pueden comprar US$ 200 mensuales. Por ahora. ¿Y cuándo la economía empiece a crecer? ¿Y cuándo se reactive BUE-MIA y reaparezca el “déficit Ezeiza”? ¿Y cuándo haya que pagarle al FMI? ¿Y a los acreedores privados? Se necesitarán muchas reservas: hoy hay menos de US$ 10.000 millones libres. ¿Se activará el swap con China? Ojo que Pekín también pone condiciones.

El “crawling-peg” del Miguel A. Pesce (devaluar a la par de la inflación y mantener el Tipo de Cambio Real) parece sensato y acertado, pero podría tener los meses contados. Más complicada Argentina si, en este contexto dramático con una pobreza cerca de 50%, se le agrega un salto del oficial? Procurar tranquilizar la economía, como quiere Guzmán, no está mal y ayudaría a tener un mejor funcionamiento sistémico. Hay serias dudas sobre si podrá lograrlo. Ganas no le faltan: es joven y aún tiene esperanzas. La pregunta es si se le acabarán los dólares antes. Envalentonado tras el deal con BlackRock & Cía., el ministro se está mostrando más; Alberto Fernández le da juego y apuesta a él mientras la influyente VP no lo veta. Pero a Guzmán todavía le falta volumen para ser un ancla y tener una palabra con peso a lo Mingo. Algo de eso también necesitará. La renegociación fue una cucarda y se están haciendo las cosas bien en el mercado de deuda en pesos, pero los que saben dicen que esto último no alcanzará porque no tiene profundidad aún. Por eso, el BCRA emite a lo pavote. No queda otra hoy. Toda esa masa de pesos es un gran riesgo para la nominalidad y para el “billete”. Con una economía real en el submundo por la pandemia y una “cuestión social” que se sostiene por el asistencialismo.

El semestre en curso es clave y determinará una gran parte del 2021. El ministro deberá dar señales de cómo imagina la pospandemia, tener delivery y entusiasmar a los privados para que tomen la posta del ciclo. Hay grandes riesgos en el camino y poco margen para evitar que aquellos se manifiesten. Si se pueden administrar y se logra empalmar con un ciclo económico en ascenso, el 2021 puede ser un año más tranquilo. O, cuanto menos, mejor que 2020, algo que todos firmarían.

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