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Análisis

La paradoja de Bossuet

“Dios se ríe de los seres humanos que se quejan de las consecuencias mientras apoyan lo que las causa”, decía Bossuet

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Ricardo De Lellis 03 noviembre de 2021

Jacques Bossuet, teólogo del Siglo XVII, resumió la paradoja que lleva su nombre apelando a lo que podría interpretarse como sorna divina: “Dios se ríe de los seres humanos que se quejan de las consecuencias mientras apoyan lo que las causa”. 

Pierre Rosanvallon la adapta en su libro “La sociedad de iguales”: “Los hombres deploran en general aquello que consienten en particular”. Es probable que esto sea una característica bastante común en la condición humana, y seguramente habrá muchos ejemplos para reconocer esa paradoja a nivel individual. 

¿Y a nivel de nuestra sociedad? La encontramos a pleno. 40%+ de pobreza, 50%+ de inflación, 9%+ de desocupación, informalidad laboral, estancamiento en el crecimiento, etcétera, son todas consecuencias que lamentamos y odiamos tener. 

¿Y las causas? Centrémonos en la inflación, ¿simpatizamos o consentimos, en palabras de Rosanvallon, con las causas que provocan ésta? Si asumimos como la principal el déficit fiscal, el cuál es financiado en buena medida con emisión monetaria y que es el derivado de los desbordes del presupuesto público generados por las crecientes necesidades de asistencialismo, jubilaciones extendidas a no aportantes, empleo público, subsidios al consumo de energía, promoción industrial, etcétera, y aún antes que definir la necesidad y/o corrección de cada una de éstas causas, ¿se coincide que esta es la causa básica, al menos para llegar a una inflación del 50%? 

No parece del todo a nivel oficial, al menos en el reconocimiento público, como así tampoco en la mayoría de sus votantes, según una encuesta reciente de D'Alessio y Berensztein. 

Mientras esto no ocurra y la sociedad no exija trabajar sobre las causas es difícil que haya solución. 

Nadie duda de las complejidades de la problemática de la inflación en Argentina. Más allá de la citada responsabilidad del déficit fiscal, la frustrada experiencia de 2018-2019 refleja que, aun aminorando ésta, otras variables pueden seguir generándola. No obstante, no es imposible, y otras sociedades lo han logrado. 

Debe partirse de un diagnóstico claro que sea explicado a la sociedad (falla reconocida al comienzo del Gobierno anterior), un plan macroeconómico de estabilización que además sea compartido y apoyado por la mayoría del arco político y una firme voluntad política de mantenerlo. Sin perder las “simpatías” por las causas, pero ajustándose a evitar las odiadas consecuencias, sabiendo la sociedad en su conjunto a qué atenerse y qué parte de sacrificio, porque los deberá haber, le toca a cada uno.

Pasemos a la demonizada deuda pública de Argentina. Nuevamente sus orígenes se deben a causas similares a las de la emisión monetaria, aunque su trama es un poco más compleja. Para qué, y cómo nos endeudamos, pasando por su medición y su sostenibilidad son preguntas a responder. 

Algunas causas no sólo son para simpatizar, sino que resultan justificables, a saber: obras de infraestructura que mejoren las condiciones de vida de los habitantes y/o favorezcan la competitividad de la economía, las que surgen para salir de periodos recesivos o para ayudar a sectores o familias comprometidos por eventos excepcionales como la pandemia. Al respecto vale citar el reciente artículo de Joseph Stiglitz en Financial Times que, con relación a Europa, sugiere abandonar las rígidas políticas seguidas con anterioridad a la pandemia y que se aflojen los límites de endeudamiento de los Estados europeos (60% sobre el PIB) hasta que estos retornen a la senda del crecimiento, a efectos de no seguir degradando el bienestar de sus poblaciones. 

Claro que otro comentarista ha publicado en el mismo diario que no todos los países que han abusado del endeudamiento para reactivar sus economías durante la pandemia, en especial los emergentes, han logrado el efecto deseado. Más bien han tenido un pobre desempeño. Es que una misma receta no le va igual a todo el mundo, menos a los países sospechados de incumplir sus compromisos. 

Un extremo de esto se ve en la evolución de la deuda de Estados Unidos, que recientemente ha llegado al límite de US$ 28 billones, cuando en el 2000 era de US$ 5 billones, superando hoy el 120% del PIB, además de un déficit fiscal para 2021 cercano al 13%, asistencias que logran en su conjunto un crecimiento en el bienio pandémico que superará al de 2019 en un neto de aproximadamente 3%. 

Esto en un país caracterizado por seguir políticas neoliberales. La historia dirá si ha sido un buen ejemplo de manejo de crisis, pero hasta ahora ha cumplido con sus objetivos. 

Muchos analistas están anunciando una nueva era de mayor tolerancia de los mercados hacia el endeudamiento de los países en parte por razones demográficas (sociedades desarrolladas más envejecidas) más el efecto de la pandemia. 

Nuestro caso es el opuesto. Por las restricciones al acceso de financiamiento, nuestro apoyo a los sectores vulnerados por la pandemia ha sido muy limitado y en buena parte sostenido con emisión monetaria y, hasta donde se pudo, con mayor deuda en moneda local. Respecto al cómo nos hemos endeudado, el hoy lamentado endeudamiento en moneda dura nos lleva a repasar nuestras discusiones en el pasado cuando bajo el Gobierno anterior éstas se centraban más en el nivel del endeudamiento sobre el PIB en la búsqueda de un convencimiento que era baja (se le detraía la deuda intrasector público lo que daba una relación menor al 25%), aunque el grueso de la misma (cerca del 80%) fuera en moneda extranjera, lo que nos diferenciaba claramente de cualquier otro país emergente.

Para cerrar con el cómo nos endeudamos, están las tasas, donde lógicamente pesan los históricos nueve defaults de deuda pública, lo que nos ha condenado a endeudarnos a tasas superiores respecto de cualquier otro país emergente o, directamente, no poder hacerlo. Se dice que los mercados olvidan, pero no tanto ni tan rápido. Omito extenderme en el “con quién”, para solo señalar que nuestra utilización del FMI como prestamista en situación de auxilio siempre nos ha dado pobres resultados, además de establecer condicionalidades que no siempre fueron de las más aconsejables para un país con las complejidades como el nuestro. 

Y, por último, la medición. Si tomamos deuda/PIB, tenemos un numerador en moneda dura y de denominador un PIB que en dólares ha fluctuado en el trascurso de pocos años desde arriba de los US$ 600.000 millones en 2015 a los actuales, cuyos cálculos probablemente para 2021 superen los US$ 40.000 millones (ayudado por una mayor apreciación del tipo de cambio), lo que nos sitúa en una relación cercana al 100%. 

¿La sustentabilidad de la deuda? La dificultad de obtener refinanciación, lo normal para países que no hayan maltratado a los acreedores como nosotros hicimos, hace que hasta vencimientos como los que se avecinan para 2022, que no representan un porcentaje importante del PIB, sean dificultosos especialmente si hay que hacerlos efectivos en divisas. 

Para cerrar, ¿es bueno o malo endeudarse? Depende de para qué. De hecho, las sociedades deberán hacerlo aún más para detener el avance del cambio climático, invirtiendo en nuevas tecnologías y desactivando las que hemos sobreexplotado como el uso de combustibles fósiles (por citar uno). 

Vuelvo entonces a Bossuet y a las odiosas consecuencias. A saber: la dificultad de afrontar pagos de deuda e intereses, la existencia de un sistema bancario pequeño que es además cooptado por las necesidades de financiamiento del Estado (caso similar al todavía más pequeño mercado de capitales), el tener un nivel de inversión que no cubre las amortizaciones de capital, la de ahorristas corriendo al dólar para mantenerlos luego fuera del sistema y que representan ya al menos dos terceras partes del PIB traducido todo en los efectos ya mencionados al comienzo de la nota. Para contrarrestarlas, ¿y si de una vez por todas trabajamos sobre las causas? Eso sí: como paso previo tomemos conciencia de las mismas y fundamentalmente terminemos con sus manipulaciones.

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