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Barletti narra sus aventuras malvineras en el libro “Malvinas entre brazadas y m
“Malvinas entre brazadas y memorias”

El hundimiento del ARA General Belgrano, o el infierno en aguas heladas

"En noviembre de 2014, tuve la dicha de unir a nado las dos islas Malvinas por el estrecho de San Carlos", relata Barletti en su nuevo libro

Agustín Barletti 24 febrero de 2022

En noviembre de 2014, tuve la dicha de unir a nado las dos islas Malvinas por el estrecho de San Carlos. La travesía demandó algo más de dos horas con el agua a dos grados de temperatura. Esta aventura fue luego relatada en el libro “Malvinas entre brazadas y memorias”. 

Cuando ingresé mi cuerpo en el Mar de Malvinas comprobé hasta qué punto eran heladas sus aguas. Durante las primeras brazadas todo marchó a la perfección. Incluso llegué a pensar que había sobreestimado las bajas temperaturas y que la cosa no sería para tanto.  Me equivoqué de cabo a rabo. La sensación helada no tardó en aparecer y se hizo cada vez más evidente a medida que transcurría el tiempo. Una sola cosa quedaba por hacer: como me había enseñado mi entrenador, Pablo Testa, debía alejar la mente de ese momento y lugar. Solo así lograría mitigar el frío que me astillaba los huesos.

Mis pensamientos se trasladaron a un hecho único e inequívoco: el hundimiento del Crucero General Belgrano.

Martín Sgut, uno de los sobrevivientes, solía ser muy reservado con sus comentarios sobre la catástrofe. No obstante, en ocasión de una convención llevada a cabo en Panamá, tuve la posibilidad de almorzar con él y conocer la historia de primera mano. Martín fue quien, desde la balsa, consiguió registrar fotográficamente el momento del hundimiento. Son suyos los únicos documentos gráficos de este acto indigno de la marina británica, que provocó la muerte de 323 argentinos, casi la mitad de la totalidad de las 649 bajas en todo el conflicto.

El hundimiento del Crucero General Belgrano provocó la muerte de 323 argentinos, casi la mitad de la totalidad de las 649 bajas en todo el conflicto
El hundimiento del Crucero General Belgrano provocó la muerte de 323 argentinos, casi la mitad de la totalidad de las 649 bajas en todo el conflicto

El domingo 2 de mayo de 1982 amaneció tormentoso. Desde la madrugada, el crucero se encontraba en un área de espera, fuera de la llamada zona de exclusión impuesta por los británicos. Temperatura exterior de -10 grados, pesados nubarrones, viento de frente y olas de diez metros de altura creaban pésimas condiciones de navegación. Si el infierno, en lugar de fuego fuese de hielo, podría haber estado allí representado. El barómetro no cesaba de bajar y todo indicaba la pronta presencia de un temporal con mar de fondo. Tras varios días en alerta máxima, el comandante había ordenado pasar de la condición de combate a la de guerra. La totalidad de la tripulación ya no necesitaba estar en sus puestos y quienes iban siendo relevados, podían tomar descanso. En el comedor transcurría un ambiente de distendida algarabía con la presencia de una gran cantidad de tripulantes libres de guardia. 

A las 16:01, el buque recibió el primer impacto de torpedo desde el submarino nuclear inglés Conqueror.  Unos 15 segundos después llegaría el segundo. De inmediato la nave quedó a oscuras y la situación se tornó difícil de controlar. Poseer en ese momento una linterna fue la diferencia entre la vida o la muerte.  El fuego dominaba la escena mientras el barco comenzaba a inclinarse y el comedor, a diez metros de la primera explosión, recibió una corriente de fuego propia de la onda expansiva.  Los atrapados sufrieron quemaduras en partes del cuerpo no cubiertas, y aquellos que usaban en ese momento medias de nylon padecieron consecuencias agravadas al derretírseles sobre la piel. 

Al personal encargado del control de averías le fue imposible llegar a las estaciones de reparación por la magnitud del siniestro, aunque milagrosamente pudieron comunicar el estado de cosas al puente de mando con una línea telefónica directa que aún se mantenía operativa. Esta información resultaría clave para la toma de decisiones referidas a la evacuación. 

En cubierta se vivieron escenas de desesperación, la nave se hundía rápidamente y los helados vientos se tiñeron con el olor de los cuerpos calcinados. Muchas balsas estaban inutilizadas o no servían. De inmediato llegaría una imagen que varios sobrevivientes del Belgrano guardan a fuego en sus memorias. 

La gigantesca ancla del crucero cayó sobre cuatro balsas, que desaparecieron en las oscuras aguas junto a sus tripulantes.

Saltar desde el barco a las balsas disponibles no fue tarea sencilla, olas como montañas las zarandeaban de un lado al otro. Había que tener puntería y calcular el vaivén marino para no fallar en el intento.

El comandante fue el último en abandonar la nave.  Ya nada quedaba por hacer y fue allí cuando el coloso de acero tuvo el gesto más noble para sus marinos que lo admiraban, se hundió suavemente y así evitó succionar a las balsas cercanas como es clásico en este tipo de naufragios. 

A partir de ese momento comenzó el segundo calvario, navegar sin rumbo fijo en ese mar salvaje y helado. Los náufragos se orinaban encima y se amuchaban como racimos para obtener cuanto más no sea una pequeña fuente de calor.

Una hora después del primer torpedo, el buque se perdía para siempre en el fondo del océano mientras desde las balsas los sobrevivientes enrojecían sus gargantas al grito de ¡Viva la patria! ¡Viva el Belgrano!

“Malvinas entre brazadas y memorias”, el nuevo libro de Agustín Barletti
 

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