El discurso de Javier Milei puede dividirse en dos partes.
En la primera parte, agredió a las dirigencia política en su totalidad. Sin distinciones ni matices. Hizo un planteo sistémico intentando demostrar que más allá de hechos puntuales protagonizados por determinados personas hay un esquema de funcionamiento del sistema político negativo para el país que involucra a todos. Fueron varios minutos de un cuestionamiento generalizado, pero que también incluyó nombres propios como el de Cristina Kirchner.
Hasta ahí el Milei de siempre. Sin ninguna sorpresa. Pero sobre el final de su mensaje propuso abrir una etapa de diálogo con distinto actores de la política con un rol preponderante para los gobernadores. Los últimos minutos fueron abiertamente contradictorios con los primeros.
A todos los convocó a Córdoba el 25 de mayo para firmar un nuevo acuerdo en torno a 10 puntos. Se dieron a conocer los títulos, pero cada uno de ellos implicará un largo trabajo para que sean compartidos por todos los sectores. La orientación de los 10 puntos tiene el lógico sesgo favor de las ideas del Presidente que algunos sectores resisten.
Pero antes de firmar ese acuerdo, los gobernadores deberán apoyar los proyectos de ley que el Ejecutivo envíe al Congreso, probablemente una variante del la llamada Ley Ómnibus. Además, como otra condición que arbitrariamente fijó el Presidente, deberá lograrse un acuerdo en materia fiscal previa al 25 de mayo.
De todas maneras, frente a la convocatoria al diálogo y a la firma de un acuerdo para establecer políticas de Estados, los márgenes para tomar distancia para los gobernadores y fuerzas de la oposición son limitados. Al menos como reacción inicial.
