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Borges se va. Kirchner se queda.

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28 diciembre de 2020

Por Augusto Salvatto  Politólogo

En Argentina, hasta los edificios representan las disputas políticas. En los últimos cinco años, la propia Casa Rosada ha cambiado tres veces la imponente figura circular que ostenta en su ingreso por Calle Balcarce. Hemos visto a la Ciudad de Buenos Aires teñirse de amarillo, y a la provincia de naranja, luego de verde, y ahora de celeste. No vaya a ser cosa que nuestros amnésicos ciudadanos se olviden quien, en su profunda generosidad, le ha proporcionado ese edificio, esa parada de colectivo, o esa baldosa nueva.

Chau, Borges

Las autoridades del Centro Cultural Kirchner decidieron quitar de la fachada del histórico edificio el cartel que rezaba la frase de Jorge Luis Borges: “Nadie es la Patria, pero todos lo somos”. El texto, que en una lectura rápida y simplificada podría verse similar al famoso “La patria es el otro”, había sido incorporado por la administración anterior. Y, por ende, era sujeto de destrucción. Llamativamente duró más de un año, digamos todo. ¿Habrá sido la pandemia?

El único consuelo que nos queda ante esta injusticia histórica es que, a diferencia de la necesidad constante de autohomenaje que tienen muchos políticos argentinos, a los grandes hombres como Jorge Luis Borges les suele generar cierta incomodidad el reconocimiento público. “No he cultivado mi fama, que será efímera”, escribió alguna vez.

La explicación oficial, abusando casi ofensivamente de la subestimación de la inteligencia colectiva, buscó apartarse de los motivos políticos o ideológicos, alegando razones estéticas. Pero, ¿quién dijo que la estética no es política?

La estetización de la política

El término acuñado por Walter Benjamin y retomado por Jacques Ranciere, resulta más que útil para describir la obsesión argentina con la politización del espacio público. Los argentinos, haciendo gala de nuestro carácter profundamente superficial, pretendemos convertir la política en una batalla estética.

Ya hace casi 100 años José Ortega y Gasset describía nuestro ser nacional como “demasiado Narciso”, “absorto en la atención de su propia imagen”. Mucho no hemos cambiado. Entendemos la estética y la denominación elementos centrales de la construcción de sentido. En Argentina, a falta de capacidad de transformación real, nombrar es crear.

El esteticismo que profesamos puede definirse como un subtipo degradado de la política, que se encuentra vacío de contenido, y lleno de frases hechas. Comunicación sobre realidad. Estética sobre transformación. Etiquetas sobre discusión. Sofismo puro. No por nada se ha puesto de moda entre nuestros dirigentes publicar libros para dejar bien clara “su versión de los hechos”.

Pero esta constante estetización de la política no es gratuita. Según encuestas, tres cuartas partes de los argentinos no confía en los políticos para tomar decisiones. Y seguir vaciando de contenido la discusión pública, solo va a profundizar esta tendencia antipolítica. Revertirla implica devolverle contenido a la política, debatir ideas, y dejar atrás la soberbia necesidad de auto-homenaje y la tendencia a la refundación permanente. ¿Podrá Narciso con semejante desafío?

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