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Empujando la vacuna

Para los que tienen dudas sobre vacunarse, Richard Thaler, Premio Nobel de Economía 2017, propone emitir un certificado electrónico de difícil falsificación que opere como un “pasaporte” para que los vacunados tengan ciertos privilegios al asistir a lugares donde se junta gente.

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15 diciembre de 2020

Por Pablo Mira (*)

Es posible que los lectores ya estén familiarizados con los nudges, esos leves empujoncitos inducidos por las autoridades para contribuir a tomar mejores decisiones a nivel personal, y también social. Si bien su origen tiene que ver con la subdisciplina llamada Economía de la Conducta, muchos de esos nudges escapan a las cuestiones puramente económicas. Hoy en día, cualquier buena idea puede terminar siendo una contribución para que nuestras elecciones sean más beneficiosas para el conjunto.

La pandemia ha producido una catarata de recomendaciones y de nudges, y varios de ellos ayudaron a sostener algunos cambios de hábitos necesarios para cuidarnos. Pero hoy la atención giró hacia la noticia estelar, que es la llegada de las vacunas, y aquí también hay recomendaciones para dar. Como sucede con todo lo que se espera ansiosamente, su llegada provoca reacciones sociales intrincadas. Para anticiparse a ellas, el premio Nobel de Economía y creador de los nudges, Richard Thaler, escribió recientemente una columna en The New York Times donde propone una serie de sugerencias para que la transición del proceso de vacunación sea el más eficiente posible.

El primer problema es quién se vacuna primero. Todos entendemos que hay grupos de riesgo que son prioridad, pero después de ellos, ¿a quién le toca? Un fan de la teoría económica tradicional bien podría insinuar que sea el mercado el que decida. Si hay faltantes, que suba el precio. Pero dado que las preferencias por vacunarse son infinitas (o algo así), esto provocaría el efecto poco simpático de que el precio aumentara demasiado en lo inmediato, y que fueran los ricos los primeros en inmunizarse. El Estado, con criterio, evitará mercantilizar la vacuna y la repartirá centralizadamente. Pero para ser realistas, el “mercado” puede eludir fácilmente los controles, y es muy probable que los ricos se vacunen muy rápidamente de todos modos, gracias al poder de su dinero. Cuando el Titanic se hunde, ya sabemos quiénes tienen asegurados los salvavidas.

Dada esta realidad inevitable, Thaler propone que se lleve a cabo una subasta pública de vacunas a precios lo más altos posibles, y usar luego lo recaudado para solventar, por ejemplo, una mejor logística de inoculación. Los ricos se llevarán la mejor parte, como siempre, pero al menos el dinero obtenido servirá para mejorar en parte la situación del resto. Más aún, Thaler sugiere que los participantes sean celebridades. El objetivo principal es que los famosos induzcan a más gente a vacunarse, pero además podría ser posible que al pagar grandes sumas por la vacuna estas personas (o instituciones) mejoren su imagen pública, de la misma manera que, durante los períodos de guerra, sus donaciones producen sentimientos positivos en la sociedad.

El otro gran desafío es el opuesto: lograr que se vacune la gente que no se quiere vacunar. Sabemos que hay grupos que se resisten, sea porque la vacuna se produjo en el país X, porque le da impresión, o porque cree que le inyectarán un virus que les volverá un ser razonable que en el futuro se quiera volver a vacunar. Si bien los casos más extremos no podrán resolverse fácilmente, hay que asegurarse que nadie deje de vacunarse por la dificultad de hacerlo, apelando a un buen diseño logístico y la disposición de turnos bien organizados, para evitar largas colas. Para los que tienen dudas, Thaler propone emitir un certificado electrónico de difícil falsificación que opere como una suerte de “pasaporte” para que los vacunados tengan ciertos privilegios al asistir a lugares donde se junta gente, como los cines, los restaurantes o las canchas de fútbol.

Los nudges son ideas ingeniosas, pero el diablo está en los detalles y su implementación exige cualidades técnicas, políticas y sociales no menores. Lamentablemente, en los países menos desarrollados muchas de estas recomendaciones inteligentes se topan con las dificultades naturales de no disponer de recursos apropiados en un sentido amplio. La dificultad de coordinar diversos factores de dudosa efectividad suele provocar que, finalmente, las autoridades terminen por elegir las opciones más directas y seguras, y es entendible que esto suceda. Pero algún día deberíamos intentar romper este círculo vicioso y llevar adelante algunas pruebas pequeñas de nudges, al menos para determinar si funcionan o no.

(*) Docente e investigador de la UBA

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