Larreta, Macri, Bullrich: antipopulismo, pujas personales y estatalismo

Dentro del PRO crece la tensión a medida que se definen tres propuestas distintas.
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Oscar Muiño 01-09-2021
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Por Oscar Muiño

La organización y poder de Propuesta Republicana evocan más a su rival peronista que al socio radical. El disciplinamiento se asienta en el manejo del Estado antes que en la modesta vida interna partidaria. Un estatalismo lejano al hábito de comités en la UCR. El Macri que gobernó CABA y su sucesor proyectan liderazgo desde la centralidad de la Capital. Los recursos porteños acuden en auxilio de postulantes entusiastas. Las donaciones privadas de ciertas corporaciones completan el inestimable flujo de efectividades conducentes.

Tres proyectos

Liberado de los CEO, vibra la interna con competencia y desconfianzas. En el PRO las perspectivas individuales determinan el discurso.

Horacio Rodríguez Larreta pica en punta. Hijo de un influyente desarrollista, palpó de cerca el estilo del poder menemista. Comenzó a detectar las posibilidades de construcción política a partir de armonizar las ideas liberales con la formación de administradores gubernamentales.

Arrancó con amigos y compañeros, convocó cuadros universitarios y armó una organización pequeña pero vibrante: el Grupo Sophia. De algún modo, el origen de su proyecto. Desde entonces suma masa crítica. Menem le otorgó espacios de poder para foguearlos. El discurso crítico sobre el dispendio del tesoro estatal convivía con una práctica sustentada por el empleo público. La crítica neoliberal de moda más la formación de cuadros para manejar el Estado. Larreta aprendió allí la importancia de reclutar funcionarios fiables, un núcleo con proyección. Y la influencia que el manejo de la caja tiene para aumentar lealtades y crear afinidades.

Siguió durante la Alianza y se expandió con Mauricio, al que logró heredar tras un ballottage peleadísimo en 2015. Se acaba la ciudad y renace su anhelo de siempre: la presidencia de la República.

Se vislumbra favorito y sabe que sin 2021 no hay 2023. Por eso, ante la amenaza de una candidatura hostil de Patricia Bullrich, repatrió a la Capital a la golpeada María Eugenia Vidal. Y envió a Diego Santilli como virtual interventor a la provincia de Buenos Aires, arriesgándose a molestar a Jorge Macri, intendente de Vicente López y los alcaldes bonaerenses del Grupo Dorrego.

Larreta sabía que los quejosos no tendrían más remedio que encolumnarse detrás de Santilli. Sólo una victoria frente a Facundo Manes puede frenar ?siquiera parcialmente- la renacida vocación radical de disputar el liderazgo opositor. De ganar, Santilli será el emir larretista para Buenos Aires, el embrión de una gobernación agradecida.

Larreta sabe que es ahora o nunca. Ciertos jefes del PRO temen que, para acariciar el sueño presidencial, sea capaz de intercambiar la Rosada por la ciudad de Buenos Aires con el radicalismo de Lousteau, con quien sostiene contacto frecuente. La ciudad, desde hace catorce años, ha sido el maná que nutre la militancia local y la cooptación y/o auxilio a los desamparados dirigentes del interior.

La historia del PRO diluye esos miedos. Después de perforar el bipartidismo, el PRO viene subordinando a sus aliados, desde que fagocitara a su primer socio, el partido Recrear de Ricardo López Murphy, protagonista de un valioso tercer puesto en la presidencial de 2003.

La habilidad de Larreta para ensancharse hacia el centro condena a Mauricio Macri a una postura de mayor aspereza y su inevitable consecuencia: un núcleo duro muy convencido, pero poca capacidad de construir una mayoría. Mauricio no milita la prudencia de los ex presidentes que en la Argentina y en casi todas partes sienten la misión de aplacar las pasiones, poner paños fríos sobre los riesgos de choque, apaciguar los espíritus. Macri, a la inversa, ata su futuro a fogonear la vigencia de la contradicción populismo versus republicanismo.

Lo mismo vale para la tercer aspirante al premio mayor: Bullrich. Una militancia intensa y zigzagueante. Su rica historia arrancó en la Juventud Peronista que orientaba Montoneros, debió exilarse, volvió para acompañar la Renovación Peronista de Antonio Cafiero, luego fue diputada menemista y finalmente ministra de Trabajo de Fernando De la Rúa, donde protagonizó homéricos contrapuntos con el sindicalismo. A la caída de la Alianza, fundó Unión por Todos, convergió con Elisa Carrió y finalmente, ya ministra de Seguridad de Macri, fue obligada por éste a disolver su partido. A cambio, lograría la presidencia del PRO.

Después de haber migrado tanto, Bullrich percibe la futilidad de algunas diferencias. No obstante, se ha volcado a posturas que cavan grieta, negando la necesidad de acuerdos con el Frente de Todos. Su proverbial valentía para el debate exhibe ventajas y obstáculos. Igual que Macri, la sigue el ancho y entusiasta anticristinismo porteño, que no logra fluir hacia el interior. Su apuesta es revertir ese déficit y, en el marco de una fuerte polarización, convertirse en vocera y candidata de la mitad más uno de la sociedad.

Un riesgo para Bullrich: la falta de reconocimiento popular hacia la aristocracia de nacimiento, vinculada en el imaginario al “régimen” que denunciaba Yrigoyen y la “oligarquía” que marcaba Perón. En esta extraña Argentina la derecha no se decide a apelar a los “hacedores”. El propio Macri no logró popularidad como empresario sino por la presidencia de Boca Juniors.

El PRO también influye sobre el arco ajeno, promueve resultados imprevistos. Está produciendo un importante corrimiento hacia la derecha de organizaciones aliadas. La más notable, Elisa Carrió, cuya fuerza cambió hasta de nombre. Pasó de Afirmación para una República Igualitaria (boleta presidencial del 2003) a Coalición Cívica. El cambio de nomenclatura transparenta su evolución desde el centro-izquierda con eje en la distribución hasta el centroderecha concentrado en la República. En las PASO bonaerenses, Carrió elige acompañar al PRO contra el radicalismo.

La influencia del PRO se extendió también a la UCR. Varios líderes giran al centro-derecha, con voces menos rotundas que Carrió. A tal punto suena distraída cierta dirigencia radical que una colaboradora de su Fundación Alem se desmarcó y apareció en la lista porteña de Juntos como candidata ¡de Patricia Bullrich!

Ese corrimiento estimula la aparición de sectores que promueven un mayor liberalismo globalizante, como Ricardo López Murphy. Su presencia en Juntos está pensada para restañar una fuga hacia la anti-política militante. A la derecha de la pared, José Luis Espert y el iracundo Javier Milei, admirador de la década menemista, con influencia entre jóvenes de familias acomodadas.

El PRO está intentando expandirse en las provincias. Si lo logra, aumentará sus posibilidades de convertirse en la referencia principal del antikirchnerismo. Su deseo secreto: conseguir votos peronistas y consagrarse el nuevo Hegemón de la política argentina.

La actual entrega es la tercera de una serie de cuatro que se publicarán esta semana

El peronismo clásico no encuentra un jefe para desafiar a Cristina

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El dilema de CFK: cómo defender un gobierno que decepciona a sus fieles

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