Inquilino se busca

En el pasado, el peronismo mostró una destacable sensibilidad para olfatear hacia donde se encaminaba el grueso de la sociedad y adaptarse. Hoy, sin embargo, esa cualidad parece estar presente
10-10-2017
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Por Ignacio Labaqui Analista político y profesor en UCA y CEMA

Eduardo Fidanza alguna vez describió al peronismo como una casa de dos pisos. En la planta baja viven los dueños del edificio mientras que la planta alta la habita un inquilino, que mientras dura su contrato de alquiler adquiere el derecho a pintar la fachada del inmueble. Desde la transición democrática el peronismo ha tenido distintos inquilinos, para usar la terminología de Fidanza: la renovación, el menemismo y el kirchnerismo. Ellos pintaron el edificio de democracia cristiana en los '80, liberalismo económico en los años '90 y estatismo en los 2000, si se me permite una grosera simplificación.

Hoy la fachada del edificio no muestra un color claro dado que la planta alta de la casa está vacante mientras los dueños del edificio se encuentran en medio de una sorda disputa, típica de aquellas familias numerosas durante una sucesión. La cuestión de la fachada no es menor. El modo en el que el peronismo se presenta a la sociedad es clave para lograr el objetivo básico de cualquier organización partidaria: llegar al poder.

En el pasado, el peronismo mostró una destacable sensibilidad para olfatear hacia donde se encaminaba el grueso de la sociedad, acompañada de una notoria flexibilidad para poder adaptarse a los cambios de humor social. Hoy, sin embargo, de algún modo asemejando a lo ocurrido entre 1983 y 1985, ninguna de esas cualidades parece estar presente.

Un recorrido

¿Cómo y cuándo se resolverá la crisis del liderazgo por la que atraviesa el peronismo? A la luz del resultado de las primarias de agosto y lo que puede esperarse que ocurra en dos semanas, parece difícil que la cuestión del liderazgo quede saldada este año. Más aún, es poco probable que ello ocurra en 2019.

Desde 1983 en adelante la cuestión del liderazgo del peronismo se ha resuelto en las urnas. El triunfo de la renovación por sobre la ortodoxia en 1985, y de aquella sobre el alfonsinismo en 1987, llevó a una breve etapa de liderazgo renovador. El menemismo, que en un comienzo apostó a la renovación, se impuso en la única primaria celebrada por el peronismo en su historia en 1988 cuando la fórmula Menem-Duhalde derrotó inesperadamente a Cafiero-Macaya. Desde entonces, a falta de internas, el liderazgo se resolvió mediante la disidencia. Los desafíos a la corriente dominante optaron en diversos momentos por disputar el liderazgo por fuera del partido. Así lo hicieron José Octavio Bordón y Carlos Alvarez en 1995, o más recientemente Sergio Massa en la elección de 2013. El kirchnerismo también impuso su liderazgo compitiendo por fuera del partido en la provincia de Buenos Aires frente al duhaldismo en 2005.

El problema es que este año el resultado más probable de las próximas elecciones es la permanencia del statu quo. Si las encuestas no están erradas, Cristina Fernández de Kirchner sufrirá una derrota en la provincia de Buenos Aires. Así y todo, con poco más de un tercio del apoyo del electorado bonaerense seguirá siendo una figura gravitante, capaz de obturar una renovación partidaria. En el interior habrá ganadores y perdedores. Entre los ganadores, sin embargo, no cabe pensar en una figura con el volumen suficiente como para unificar al peronismo y ofrecer una alternativa atractiva a la sociedad con capacidad de retornar al gobierno nacional en 2019.

Nombres y figuras

Desde la oposición, los candidatos naturales a competir por la presidencia son lógicamente los gobernadores. El poder territorial otorga recursos y visibilidad. Los gobernadores son 24 (si nos permitimos la licencia de considerar a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires como una provincia) en tanto que los senadores son 72 y los diputados, 257. Los senadores y diputados cuentan con un presupuesto limitado y visibilidad escasa dada la poca atención que el grueso de la opinión pública presta a los debates legislativos. No es consuelo, pero también suele ser así en Estados Unidos. En los últimos 58 años solo dos presidentes surgieron del Legislativo: John Fitzgerald Kennedy y Barack Obama.

Quince de las veinticuatro provincias argentinas se encuentran hoy en manos de algún miembro de la amplia familia peronista. A priori ello alienta un panorama optimista: habría una cantera interesante de recursos. No obstante, hay una serie de cuestiones a tomar en consideración. En primer lugar, si octubre replica el resultado de la primaria, muchos de esos gobernadores, saldrán derrotados en su propio terruño, algo que difícilmente sea un buen punto de partida para una candidatura presidencial con chances de desalojar a Cambiemos del poder en 2019. En segundo lugar, buena parte de esos gobernadores llegaron al poder en 2015 y, por ende, podrían aspirar a una reelección. Si el escenario luce optimista para Cambiemos en 2019 y hay chances de ir por un mandato más a nivel provincial, ¿quién estará dispuesto a convertirse en el mariscal de la derrota? De los actuales gobernadores peronistas solo Juan Manuel Urtubey y Lucía Corpacci no pueden aspirar a la reelección, con lo cual o bien pueden optar por aspirar a un cargo legislativo o por encarar un proyecto presidencial. Urtubey es el que más avanzado está. No obstante, dadas las condiciones actuales, si el gobernador de Salta opta por convertirse en el challenger de Macri en 2019, muy probablemente se convierta en una versión peronista de Horacio Massacessi, sobre todo teniendo en cuenta que difícilmente logrará conseguir el apoyo del kirchnerismo.

Finalmente, está el factor Cristina. Aunque una carrera presidencial lanzada desde el llano o desde el Congreso tiene en principio pocas chances, la ex presidenta cuenta con el apoyo de un tercio del distrito más poblado del país (40% del padrón a nivel nacional), un apoyo que incluso si ella no es exitosa en octubre, difícilmente se diluya de un día para otro. Es decir, sin presencia fuerte en el conurbano bonaerense, parece difícil que un proyecto presidencial del peronismo sea exitoso.

¿Cuál es la solución a este dilema? Una respuesta obvia sería utilizar las PASO de 2019 para definir la cuestión del liderazgo. ¿Qué impide hacerlo? Allá lejos y hace tiempo, en 2002, el menemismo ya no lideraba, pero era la corriente con mayor arraigo popular, capaz de triunfar en una interna, pero a la vez de llevar al peronismo a una derrota electoral. En 2003 Duhalde bloqueó la elección interna a través del Congreso de Lanús permitiendo que la sociedad en elecciones generales decidiera qué facción del peronismo se haría de la presidencia, confiando que el rechazo mayoritario de la sociedad hacia Menem evitaría su regreso al poder. La situación actual no es muy diferente a la de entonces: dado el arraigo de Cristina en la provincia de Buenos Aires parece difícil que alguien quiera enfrentarla en una interna en 2019.

De no mediar un descalabro económico en lo que falta hasta 2019, el inquilino pintará la casa de un color que no es el que le gusta a la sociedad y ello llevaría al PJ a una derrota segura. ¿Qué podría cambiar este panorama?

Un resultado que sea leído como una derrota de Cambiemos en octubre y que haga sentir al peronismo que el regreso al poder está a la vuelta de la esquina, es decir, un caso de muy baja probabilidad.

Una sucesión de errores estratégicos de parte de Cambiemos entre 2017 y 2019 que comprometan seriamente las chances de la continuidad en 2019.

Un evento externo que frene la incipiente recuperación económica y que lleve a una recaída en la recesión.

De no mediar ninguno de estos tres eventos, y dados los problemas descriptos, parece difícil que el peronismo logre presentar una alternativa que pueda unificar a todas sus facciones y más importante aún, capaz de seducir al electorado. El período 2015-2019 pasaría a ser así la historia de dos apuestas fallidas: la del peronismo moderado y la del kirchnerismo. El primero, representado por los gobernadores, apostó a que Macri hiciera el trabajo sucio de lidiar con la herencia y cargara con el costo del ajuste, preparando el terreno para el regreso del PJ, libre ya del liderazgo de Cristina, a la que muchos responsabilizan por la derrota de 2015. El kirchnerismo en cambio, apostó a que el intento de Macri de corregir los desequilibrios heredados resultaría en una rápida pérdida de popularidad que, traducida en una derrota electoral en 2017, haría correr a Cambiemos la suerte de los gobiernos radicales.

De no mediar alguno de los tres eventos arriba mencionados todo parece indicar que la planta alta de la hoy conflictuada casa peronista seguirá deshabitada, principalmente por las discusiones entre los miembros de la familia que difícilmente logren llegar a un acuerdo en el mediano plazo.