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La "restricción externa" no existe: Argentina sufre restricción interna

Las numerosas crisis de balanza de pagos que Argentina ha sufrido desde la segunda mitad del Siglo XX tienen su origen en los recurrentes desequilibrios fiscales.
La llamada "restricción externa" no existe y ningún país sufre "crisis de crecimiento".
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En épocas de SIMI, SIRA, cepos y super cepos, a diario escuchamos economistas o políticos decir que Argentina tiene un problema estructural de falta de divisas. Es lo que algunos llaman "restricción externa". 

  • Esta tesis indica que nuestro país no puede desarrollarse porque cada vez que empieza a crecer halla rápidamente un obstáculo que interrumpe el círculo virtuoso: escasez de dólares que le impide al sector industrial importar los insumos y bienes de capital necesarios para seguir produciendo en altos niveles. 

A esto mismo intentó hacer alusión el presidente Alberto Fernández en algún discurso cuando habló de la supuesta "crisis de crecimiento". Según su visión, como Argentina atraviesa un periodo de vigoroso crecimiento, el sector industrial demanda más dólares que los disponibles y dicha restricción genera una especie de cuello de botella en el mercado cambiario. 

Ante el diagnóstico descripto, la solución termina siendo un control cambiario y de importaciones. Lógicamente, si el problema se encuentra en la falta estructural de dólares que pone en peligro el crecimiento económico, resulta intuitivo restringir el uso de las divisas para usos secundarios o menos importantes como vacaciones, ahorro o la importación de productos terminados y canalizar los escasos dólares hacia los sectores que el gobierno de turno considere "estratégicos". 

Lamentablemente, debo decir que Argentina seguirá inmersa en la misma rueda de hámster en la que corre hace 70 años hasta que cambiemos la manera de hacer política económica. La llamada "restricción externa" no existe, ningún país sufre "crisis de crecimiento" y Argentina no padece ninguna escasez estructural de dólares. 

Las numerosas crisis de balanza de pagos que Argentina ha sufrido desde la segunda mitad del Siglo XX hasta la actualidad tienen su origen en los recurrentes desequilibrios fiscales los cuales, financiados mediante emisión de dinero por parte del Banco Central, inducen a desequilibrios monetarios y, por ende, a elevada inflación. Los gobiernos, en lugar de corregir el déficit y controlar la expansión de dinero, se ocupan de intervenir diferentes mercados fijando precios máximos procurando domar la suba de precios. 

Uno de los primeros precios que el Gobierno controla cuando comienza el despertar inflacionario es el del dólar. Esto se debe a dos motivos.

  • Primero, porque una devaluación del tipo de cambio oficial es admitir el fracaso de una política económica, es reconocer que los habitantes de un país son más pobres y eso resulta antipático en términos políticos. 
  • Segundo, porque el Gobierno utiliza el tipo de cambio como ancla inflacionaria, es decir que fija el precio del dólar para evitar el aumento de bienes importados y de aquellos que tienen cotización internacional como la energía y los alimentos. En este último punto debo hacer una aclaración, la inflación es la pérdida del poder adquisitivo del dinero (el peso argentino en este caso) y se trata de un fenómeno que no se detendrá interviniendo el mercado de divisas (dólar) sino estabilizando el mercado de los pesos, con lo cual, controlar el tipo de cambio exclusivamente resulta completamente inútil para anclar un proceso inflacionario.    

Lo cierto es que al fijar el precio de la divisa en un contexto en el que el peso pierde valor frente a todos los bienes y servicios de la economía, el dólar comienza a verse barato y, naturalmente, se incrementa su demanda.  

De pronto se vuelve barato importar cualquier producto del exterior o viajar afuera, por ejemplo. 

Por el otro lado, la oferta de dólares se contrae debido a que la exportación de algunos productos deja de ser conveniente a un dólar artificialmente barato y muchos productores que podrían liquidar exportaciones se abstienen de hacerlo (o liquidan lo mínimo e indispensable) hasta que el precio del dólar suba. 

Continuando con esta dinámica, más temprano que tarde el Banco Central se transforma en el principal oferente de dólares que satisface la creciente demanda, las reservas internacionales empiezan a caer y el Gobierno decide restringir el acceso a las divisas. 

Ahora, a través del cepo cambiario, el Gobierno de turno tiene discrecionalidad para decidir quién tiene el privilegio de acceder a dólar barato y quién no. Los privilegiados serán quienes se encuentren produciendo en las normalmente llamadas "actividades estratégicas" y puedan acceder al dólar oficial. Los perjudicados serán el resto de los sectores que deban adquirir dólares más caros en algún mercado paralelo y los exportadores más eficientes de la economía que se verán obligados a liquidar sus exportaciones a un tipo de cambio ridículamente bajo. 

Al final del camino, luego de inútiles intentos por moderar la inflación mediante intervención creciente y controles progresivos en toda la economía, la historia termina inevitablemente con un pico inflacionario producto de un salto devaluatorio y un acomodamiento de los precios relativos. La actividad económica se desploma y la pobreza aumenta. 

La historia descripta es lo que acontece en Argentina hoy, pero también lo que ocurrió en los '50, en los '60, en los '70 y en los '80. Lo que quiero decir es que Argentina no tiene un problema de falta de dólares. El diagnóstico de Argentina es inflación crónica producto de monetizar déficit fiscal combinado con atraso cambiario (del dólar oficial) y múltiples distorsiones de precios relativos. 

La evidencia empírica le da la espalda a los teóricos de la restricción externa. Hace algunos días, el secretario de Planificación Económica, Gabriel Rubinstein, afirmó que el Banco Central necesitaría US$ 20.000 millones para levantar el cepo cambiario y evitar un "Rodrigazo". 

  • Por el otro lado, el último informe del Indec ("Balanza de pagos, posición de inversión internacional y deuda externa") indicaba que al segundo trimestre de este año los argentinos acumulaban en depósitos en el exterior, cajas de seguridad y debajo del colchón unos US$ 243.308 millones. 

Es decir, los argentinos tienen 12 veces más dólares que los que el Ministerio de Economía pretende necesarios para volver a un mercado de cambios como tienen casi todos los países del mundo. 

La pregunta, entonces, es: ¿faltan dólares o falta política económica en serio? 

Respetando los cálculos del propio Gobierno, lo que se necesitaría es una política económica que genere credibilidad suficiente para persuadir a los argentinos de introducir sólo el 8% de sus ahorros dolarizados al circuito financiero local. Evidentemente lo que falta no son dólares sino confianza. 

Hoy resulta imposible pensar en un proceso de crecimiento virtuoso en medio de una economía llena de distorsiones, desequilibrios e incertidumbre. Pero también resulta casi una ironía hablar de "restricción externa" cuando es el mundo el que demanda con entusiasmo lo que nuestro país puede producir de manera eficiente. 

Por el contrario, Argentina tiene una restricción autogenerada, una restricción interna: su política económica. Para crecer de verdad es impostergable el equilibrio fiscal, un Banco Central independiente, una legislación laboral moderna, un Estado financiable con impuestos razonables, precios libres que surjan de la oferta y demanda, eliminar la burocracia inútil que impide hacer negocios, reducir los aranceles para integrarse al mundo y reemplazar el entramado legislativo por leyes de alcance general que eliminen los privilegios sectoriales.