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Recordar nuestra historia, ser conscientes de nuestro presente para encarar un futuro solidario

En Argentina todos estamos de acuerdo en que el ajuste lo haga el otro.

Los argentinos debemos encarar un proceso lento y penoso, pero lo podemos lograr con las tres P: de a poco, proponer lo posible y que sea permanente
Los argentinos debemos encarar un proceso lento y penoso, pero lo podemos lograr con las tres P: de a poco, proponer lo posible y que sea permanente
Raúl Garré 05 junio de 2023

La crisis actual derivada de los mayores costos que generó para Argentina y el mundo el flagelo del Covid atraviesa también a los bancos intermedios de Estados Unidos y expone el daño colateral de la herramienta de la suba de tasas que la Reserva Federal impulsó en la batalla contra la inflación. Las consecuencias se pudieron ver también en los bancos de los, hasta ahora, servicios financieros más sólidos del planeta como Suiza y Alemania.

Un dato central en este teorema es que el gobierno de Estados Unidos, para estimular la economía en crisis por la epidemia, pero también desde antes, había inyectado en el sistema más de cuatro billones de dólares (millones de millones).

Para parar la suba de los precios, los bancos centrales de todas partes triplicaron las tasas de interés, las naciones endeudadas se complican y sus monedas se debilitan. Hay un vuelo hacia la calidad, el dólar sube a una cumbre y hay una generalizada huida de las consideradas posiciones más riesgosas.

Todo ese movimiento, pos-súper emisión de dinero por la pandemia de Covid, y con la invasión Vladimir Putin a Ucrania en el medio, colocan al mundo en una complicada encrucijada. Pero si miramos la película de la cronología de nuestros males, podemos entender porque nos cuesta más remontar la cuesta.

Con ese contexto internacional y con los antecedentes históricos citados en la memoria de los actores económicos de nuestro país, año a año se incrementa el monto de dinero que los ciudadanos atesoran fuera del sistema local: según las últimas estimaciones oficiales, la cifra ya supera US$ 261.795 millones.

Cuando uno mira el PIB per cápita de Argentina, desde 2011 el país no solo no crece, sino que hoy está por debajo de ese año.

Somos el país que más crisis tuvo desde 1960 a la fecha, con 17 crisis económicas.

De 1960 a la fecha estuvimos 52 años con déficit fiscal.

Países como Nueva Zelanda, Canadá y Australia exportan entre US$ 12.000 y US$ 14.000 per cápita por año. Argentina exporta por habitante US$ 1.800.

La dolarización de los ahorros y la huida del sistema local es una tendencia que hace años marca a la economía argentina y no distingue gobiernos y administraciones.

Las empresas están estoqueando importaciones como forma de comprar dólares al precio fiscal.

Los argentinos en general, pero fundamentalmente los empresarios, se adaptan rápidamente al sálvese quien pueda. Toman crédito a tasas de interés negativas, compran dólares oficiales "baratos" y venden a precios descuidados. Como decía Miguel Bein: "El deporte nacional es afanarle todos los pesos al Tesoro y todos los dólares al BCRA".

No obstante, a pesar de la crisis, las divisas liquidadas por el complejo oleaginoso-cerealero sumaron US$ 40.438 millones el año pasado y superaron en US$ 7.600 millones a las de 2021.

Con semejante potencia, el fenómeno catapultó otro registro sin precedentes: los US$ 88.446 millones que anotaron las ventas al exterior totales, esto es, US$ 10.000 millones más que en 2021.

Sin embargo, a comienzos de este año los problemas se agravaron. La sequía más virulenta de los años de democracia reduciría la cosecha en alrededor de 47 millones de toneladas, lo que impactaría negativamente en las exportaciones en US$ 10.000 millones adicionales respecto de lo esperado a finales de 2022.

Está claro que la sequía no es culpa del "kirchnerismo", aunque también es cierto que precauciones del tipo ahorrar y no malgastar en los tiempos de vacas gordas como hacen otros países son posibles. Sobre todo, en economías muy dependientes de factores que los funcionarios no pueden controlar.

La deuda remunerada que asumió el Banco Central (BCRA) por retirar del mercado buena parte de los pesos que emitió durante los últimos años, incluido el de la dolorosa pandemia, marcó un nuevo récord nominal al superar los $12 billones.

El déficit cuasi fiscal, agravado por las circunstancias domésticas y la bajada de los precios de las exportaciones, probablemente supere el 7% del PIB este año (4,3% del PIB en 2022), máximo nivel desde los '80. Y los intereses ya generan una base monetaria en menos de 5 meses, lo que incrementa permanentemente la liquides del sector privado.

En tanto, la deuda externa bruta alcanzó a fines del año pasado los US$ 276.694 millones, por encima de los US$ 266.740 millones del mismo período de 2021 (un alza de casi US$ 10.000 millones). 

Según el informe de Balanza de Pagos del Indec del cuarto trimestre, los movimientos de mercancías, bienes y servicios con el exterior dejaron un déficit de US$ 3.788 millones al cierre de 2022, lo que revirtió un resultado superavitario de US$ 6.708 millones de fines de 2021.

La deuda en pesos resulta sostenible, siempre que la trayectoria del déficit fiscal sea descendente y que la política a ambos lados de la grieta asuma un nivel de responsabilidad hasta ahora no visto.

Para garantizar la tranquilidad social y evitar el desempleo, 20 millones de personas obtienen sus ingresos a través de un cheque del Estado: 6,9 millones de jubilados y pensionados: 8,2 millones por AUH y otras Asignaciones Familiares; 3,6 millones de empleados en la Administración Pública Nacional, Provincial y Municipal: 1,4 millones pensiones no contributivas y 0,4 millón de Monotributo Social mientras que se registran sólo 8,6 millones de trabajadores en blanco ¿Es sostenible semejante desequilibrio?

Claramente no es sostenible por mucho tiempo más. Pero detrás de estos números hay dos discusiones que se retroalimentan. Una es un esquema de transferencias histórico asociado al régimen previsional y al régimen de asignaciones familiares que no es viable con el elevadísimo nivel de informalidad de la economía. 

La otra es la multiplicación de programas sociales, incluyendo la duplicación del número de jubilados con la moratoria previsional, no se puede tener un esquema contributivo y solidario con semejante nivel de informalidad. La superposición de reformas contradictorias en el régimen previsional requiere un ordenamiento sensato. Vale recordar que la mayor inequidad no está en el régimen general, sino fundamentalmente en la enorme cantidad de regímenes especiales y provinciales. En Argentina todos estamos de acuerdo en que el ajuste lo haga el otro.

En este sentido, cabe conciliar las visiones de abogados constitucionalistas y economistas. 

Consagrar derechos es una iniciativa loable siempre que pueda ser sostenido en el tiempo y que, en el momento de su consagración, se indique con qué instrumentos. Sin ese ingrediente complementario es todo "estudiantina" en el marco de la dolorosa maduración que viene sobrellevando nuestra democracia.

Hace pocos días, leía una consigna publicitaria que decía "Distribuir Para Crecer". Creo que está mal la causalidad.

Durante la primera presidencia de Néstor Kirchner hubo orden administrativo, se jerarquizó la imagen de la "política"  y hubo consenso suficiente para que la Argentina pudiera organizarse primero, institucionalmente y luego, ordenar la economía. 

El período 2003 - 2007 es el quinquenio de mayor crecimiento en la historia argentina desde el año 1990, no solamente porque iniciaba un ciclo positivo mundial, sino por la política macroeconómica de esos años (básicamente equilibrio fiscal y tipo de cambio real estable y competitivo).

Posiblemente, para sortear el estrangulamiento externo, debamos suavizar el ritmo de crecimiento de la economía, porque no van a estar los dólares para la actividad automotriz o los industriales.

La economía y los salarios por el piso, la inflación por las nubes, más pobreza e indigencia en aumento, con los dólares siempre metiendo ruido y todo junto y a la vez, vamos camino de las PASO y de las elecciones del 22 de octubre.

La sociedad afirma sin medias tintas cuáles son las tres "íes" que hoy le quitan el sueño: inflación, inseguridad e incertidumbre.

Cuando una magnitud quiebra un umbral, puede modificar las percepciones sociales de un modo disruptivo.

Los datos de la economía "de la calle" empiezan a convalidar lo que estamos viendo los economistas.

En lo social, vale la pena señalar algo: a pesar del sentir generalizado y de los "esfuerzos" que realiza el contexto por derrumbarlos, los valores arquetípicos que sostienen el andamiaje del ser nacional todavía están en pie. 

Esos ideales están magullados y apáticos, pero se mantienen dispuestos a ser convocados. La mayor parte de los ciudadanos sigue creyendo en el trabajo, en el esfuerzo y la educación como la manera de progresar y recuperar la histórica movilidad social ascendente que pregona la Doctrina Justicialista. Incluso una buena parte de los que reciben planes sociales se han dado cuenta de que allí no hay más que mera supervivencia.

La mezcla explosiva de una economía hiperinflacionaria con la marginalidad y la declinación educativa son pues los nuevos protagonistas frente a un Estado sin músculo suficiente, por la pesada carga que sostiene, para poder revertir esta inercia que los 40 años de democracia no han logrado. Por temor o cálculo político, la coacción prácticamente se diluye.

En un contexto semejante se desarrolla la amenaza del narcotráfico, este desafío a la legitimidad del Estado no es propio de una ideología revolucionaria o del espesor de las rebeliones sociales. Más bien, el narcotráfico es la expresión colectiva, organizada y sustentable con abundantes recursos, de la criminalidad individual.

Valga la metáfora: la criminalidad del narcotráfico opera como una termita, ese insecto que roe por dentro la madera de los árboles e impulsa el derrumbe y destrucción de lo que, aparentemente, parecía sólido.

Para combatir ese flagelo común se necesita un baño de sensatez por parte de la dirigencia política sin distinción de signo ideológico para encarar el apoyo al gobierno que el pueblo eligió y que elija en el futuro en un combate prolongado bajo el amparo de la ley que no se resuelve con parches ni improvisaciones pero que requiere políticas de Estado de una sociedad sin grietas acompañada por medios de comunicación que se solidaricen con esta tarea.

Esta fusión del liderazgo democrático con el gobierno legítimamente elegido que lo sustenta no puede caer en un crepúsculo.

  • Por este motivo, proliferan liderazgos de ocasión, propios de una democracia de candidatos que pugna por suceder a la democracia de partidos.

La polarización es binaria y matriz de antinomias y competencia agonista de catástrofes.

Para sortear esta circunstancia, el presidente Alberto Fernández que soportó desde el inicio de su mandato las sucesivas "siete plagas de Egipto", impulsa la vigencia de las elecciones primarias, abiertas y obligatorias -PASO- concebidas, precisamente, para dirimir liderazgos en el seno de partidos y coaliciones. Las experiencias críticas de las "coaliciones electorales" en el período democrático, indican la necesidad de encarar con responsabilidad ese remedio dejando a la participación ciudadana la última palabra.

Según se las mide, las PASO sirven de filtro en presencia de muchos candidatos como en los partidos de la oposición sin hacerse los distraídos por su corresponsabilidad con los errores del pasado o de mera excusa para aplicar el criterio del gran elector y prescindir de ellas. En este caso hacen las veces de una encuesta para explorar apoyos y ratificar a los candidatos seleccionados.

Una oportunidad para ir trazando la gobernabilidad de una diagonal de moderación capaz de amortiguar el faccionalismo y la polarización que nos siguen agobiando.

Solo una fuerte convicción política de unidad racional y de cohesión podrá salvarnos. Toda crisis es una oportunidad para desterrar soluciones facilistas. El debate de fondo está en el "cómo" en lugar del "quién".

La falsa dicotomía amigo/enemigo; la cultura de la cancelación; la vulneración de la cultura del trabajo; la exaltación del facilismo frente al mérito por el esfuerzo y la sana competencia sin descartar el sentido solidario; y el desapego de nuestra historia nos han colocado en este estado echándole las culpas al partido que gobierna y/o al gobernante de turno sin asumir en forma colectiva los costos de los errores acumulados en nuestra historia. "Nadie se realiza en una sociedad que no incluye a todos", decía JDP.

Los argentinos debemos encarar un proceso lento y penoso, pero lo podemos lograr con las tres P: de a poco, proponer lo posible y que sea permanente.

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