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La integración en el mundo y la convergencia con la OCDE como herramientas para el desarrollo sostenible de Argentina

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25 abril de 2021

Por Marcelo Scaglione Contador Público y Especialista en Comercialización y Administración

Hace 90 años, tras el quiebre institucional de 1930 y con una economía orientada hacia el mercado interno, Argentina perdió el tren del desarrollo. La renta per cápita de Argentina se encontraba entre las diez primeras del mundo y ascendía al 92% del promedio de las 16 economías más ricas. Hoy, se encuentra en el puesto 60 y la renta per cápita se sitúa en el 43% de esas mismas 16 economías. A fin de convertirnos en un país confiable, con una economía competitiva y empleo de calidad debemos adecuar nuestra arquitectura institucional para generar una matriz productiva que incentive la innovación, la eficiencia en la asignación de recursos y una mayor integración al mercado mundial. La convergencia con las buenas prácticas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y la cooperación con sus países miembros constituye una Hoja de Ruta para cumplir con dicho objetivo, guiando al sector público en la implementación de políticas públicas alineadas a los estándares internacionales y al sector privado en la orientación de su actividad para aumentar la productividad.

¿Qué es la OCDE y cuáles son sus beneficios?

La OCDE es una organización internacional creada en 1961 e integrada por 37 países que originan el 75% de la Inversión Directa Extranjera y el 60% del Comercio a nivel global. Actualmente, a través de sus 300 Comités y Grupos de Trabajo, la OCDE establece las mejores prácticas internacionales -una forma de normas ISO para las políticas públicas- imprescindibles para anclar el proceso de transformaciones necesarias para fundar los cimientos de una Argentina desarrollada.

Muchas veces se presenta a la OCDE como el “club de los países ricos”. Nada más alejado de la realidad. En el plano histórico, esta Organización surge en su primera etapa como el brazo ejecutor del Plan Marshall promovido por los Estados Unidos y destinado a refundar a los países europeos devastados por la Segunda Guerra Mundial. Los beneficios del acceso de un país a la OCDE pueden describirse en diferentes planos. En primer lugar, están relacionados con la gobernanza global a través de la participación de la definición de la Agenda Global y construyendo relaciones de confianza con los países miembros. El desarrollo sostenible de triple impacto -económico y social, ambiental e institucional- constituye el principal beneficio de la convergencia con las buenas prácticas y estándares internacionales de la OCDE. El desarrollo económico y social inclusivo a través del impulso de la productividad y la competitividad en la economía, el desarrollo ambiental para contar con un modelo que contemple el respeto por la salud y el bienestar humano y la conservación de la naturaleza y su biodiversidad y el desarrollo de instituciones sólidas fortaleciendo los marcos legales e institucionales de los países miembros. Veamos algunos ejemplos.

En las últimas cuatro décadas, debido al valioso apoyo de Japón, la OCDE se constituyó en una importante herramienta de transformación que permitió a Corea del Sur, uno de los países menos desarrollados hace 50 años, convertirse en la 12ª economía desarrollada del mundo y en el sexto país exportador del planeta. Al mismo tiempo, escaló hacia los lugares más altos en los indicadores de la OCDE en Educación, Salud, Ciencia y Tecnología e Innovación.

Es interesante destacar el caso de Polonia, que -gracias al trabajo realizado en su camino a la OCDE- fue aceptada en la Unión Europea en 2004 y sorteó con éxito la fuerte crisis económica que golpeó a Europa entre 2008 y 2009. Por otro lado, los casos de Israel y Estonia, que ingresaron en 2010, nos muestran cómo gracias al avance exponencial de las nuevas tecnologías se puede producir un salto cualitativo en materia de desarrollo. Estonia, con sus políticas de emprendedurismo, incentivó la creación de empresas digitales como Skype y otros unicornios, que superaron la valuación de los U$S 1.000 millones. Israel pasó de una economía basada en la agricultura a exportar alta tecnología al mundo: hoy, el 75% de su comercio exterior corresponde a este rubro y el país ocupa el segundo lugar del mundo con mayor concentración de start-ups, solo superado por Silicon Valley.

La OCDE busca contribuir, a través de diferentes proyectos horizontales e iniciativas internacionales, a la implementación de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. En efecto, del total de las 250 buenas prácticas y estándares internacionales de la OCDE, más de un tercio están relacionadas con el desarrollo ambiental sostenible. Además, como socio histórico de las Naciones Unidas, proporciona una plataforma para el diálogo entre múltiples actores y los distintos países miembros y socios en sus redes regionales para promover el intercambio de conocimiento y capacidad técnica a fin de apoyar el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y para apoyar a los países en el diseño de políticas públicas con el fin de enfrentar con éxito los desafíos de productividad, de inclusión social y de gobernanza.

A imagen de la experiencia de los países desarrollados y emergentes relevantes del mundo que forman parte de la Organización, la convergencia de Argentina con las buenas prácticas y estándares internacionales de la OCDE permitirá a nuestro país afianzar su voz en el nuevo esquema de gobernanza global representado -entre otros- por el G-20, implementar un modelo económico-social con desarrollo inclusivo y -fundamentalmente- fortalecer y consolidar sus instituciones y el imperio de la ley, única garantía para que el desarrollo, la creación de riqueza y el progreso puedan ser sostenidos y sostenibles en el largo plazo.

El desafío de la convergencia con la OCDE y sus países miembros

La convergencia de un país con las buenas prácticas y estándares internacionales de la OCDE, que se realiza en el marco de un proceso de acceso, constituye un camino complejo que debe ser abordado con un enfoque multidimensional. Cuando la Organización internacional se creó, en 1961, estaba constituida por 20 países miembros y al momento de presentar nuestra candidatura, a mediados de 2016, la OCDE contaba con 35 países miembros. Esto significa que en casi seis décadas solamente ingresaron 15 nuevos países.

El proceso de acceso integra dos etapas diferenciadas. La primera, comprende desde la presentación de la candidatura hasta el momento en que el país recibe la invitación para iniciar el proceso. Luego, una vez recibida la invitación formal, el país debe -durante toda la segunda etapa- ser evaluado en 23 Comités dónde se analiza la línea de base del país y se la compara respecto de las mejores prácticas definidas por la Organización. Estas dos etapas fueron completadas por Chile y Colombia, los dos últimos países de América Latina en ingresar a la OCDE, en seis y ocho años respectivamente.

El vínculo de la Argentina con la OCDE, iniciado en 1982, no es propiedad de ningún gobierno. Las relaciones de cooperación de casi 40 años de nuestro país con la Organización han tenido tres grandes momentos de desarrollo durante las presidencias de Carlos Menem, Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri. En 2016, durante la presidencia de Macri se decidió presentar la candidatura para que Argentina comience el proceso de acceso.

En ese momento, nos encontramos frente a una ecuación con cuatro retos simultáneos: en primer lugar, la OCDE estaba cerrada a un nuevo proceso de apertura; en segundo lugar, varios miembros del G7 establecían que -en el caso de un eventual proceso de acceso- las condiciones de precalificación de candidatos tendrían un nivel de exigencia superior a los procesos de acceso precedentes; en tercer lugar, contábamos con un bajo nivel de apoyo -sólo seis países de los 35 miembros- y finalmente, el acceso se realiza en el marco de la conformación de paquete o grupo de países que debe respetar un cierto equilibrio global.

En este contexto, desde el Gobierno nacional decidimos desarrollar e implementar un modelo integral de reflexión, estrategia y gestión transversal para enfrentar nuestro principal desafío: la construcción de confianza. Para ello, pusimos en marcha un mecanismo de diálogo con cada uno de los países miembros y diseñamos el “Plan de Acción Argentina & OCDE”, donde tomamos la decisión estratégica de unificar las etapas de candidatura y proceso de acceso -para apalancar el apoyo y optimizar los tiempos- sobre la base de tres ejes:

El fortalecimiento de la participación en los comités técnicos. Nuestro país tiene hoy presencia activa en los 23 Comités donde debemos ser evaluados durante el proceso de acceso. En 21 años -entre 1995 y 2016- Argentina ingresó en ocho Comités, mientras que en 18 meses -de junio de 2016 a diciembre de 2017-, lo hizo en los 15 Comités restantes.

Adhesión e implementación de los instrumentos de la OCDE. El Congreso aprobó cinco leyes estructurales -Responsabilidad Penal Empresaria, Reforma tributaria, Defensa de la Competencia, Mercado de Capitales y Simplificación Administrativa- y se dictaron más de 50 normas del Poder Ejecutivo en línea con las mejores prácticas de la OCDE.

Planificación, coordinación y desarrollo de Estudios de OCDE. Durante nuestros cuatro años de gestión, avanzamos con 22 Estudios de la OCDE -18 finalizados, uno en ejecución y tres en análisis de factibilidad- destinados a evaluar la línea de base de nuestras políticas públicas y recibir recomendaciones para su alineamiento con las mejores prácticas internacionales.

También avanzamos en el desarrollo, implementación y fortalecimiento de distintas herramientas estratégicas -con base en el Congreso Nacional- que permitieron al país progresar de manera substancial en el proceso de convergencia:

Coordinación interministerial e interjurisdiccional. Gestión con el conjunto de los Ministerios nacionales, organismos descentralizados relevantes y un grupo de provincias integradas -entre otras- por Buenos Aires, CABA, Córdoba, Santa Fe, Tucumán y Mendoza.

Articulación con la Cámara de Diputados y el Senado. Creación del Comité OCDE, participación plural en la Red Parlamentaria y las misiones del Organismo y presencia de las máximas autoridades del Congreso -la vicepresidente Gabriela Michetti y el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó- en reuniones estratégicas en la sede de la OCDE.

Articulación con los partidos políticos en el marco del Congreso Nacional. Presencia y apoyo de los tres principales jefes de bloque de la Cámara de Diputados -Mario Negri (Cambiemos), Pablo Kosiner (PJ Federal) y Graciela Camaño (Frente Renovador)- en la sede de la OCDE y reuniones semanales con legisladores del oficialismo y de la oposición.

Diálogo regular y permanente con los países miembros. Relacionamiento y gestión activa con las 37 embajadas de los países miembros ante la OCDE en París, con las 31 embajadas de los países miembros de la OCDE en Buenos Aires y con las 26 cámaras binacionales de Industria y Comercio.

Diálogo regular y permanente con los actores de la Producción y el Trabajo. Articulación regular con las cámaras empresarias generales y sectoriales, asociaciones sindicales, como asimismo con el sector académico -universidades públicas y privadas- y Organizaciones de la Sociedad Civil.

Creemos en el diálogo político y las políticas públicas basadas en evidencia y entendemos que el Congreso Nacional, con los representantes del pueblo y las provincias, constituye la herramienta adecuada para canalizar ese diálogo y cooperación. Por eso, apoyamos e impulsamos el fortalecimiento de la participación en la Red Parlamentaria Global de la OCDE con diputados y senadores del oficialismo y de la oposición y su presencia en los Foros y en la Reunión Anual Ministerial de la OCDE, la creación y fortalecimiento de los grupos de amistad con los países miembros de la OCDE en la Cámara de Diputados y la organización de múltiples misiones de directores de la OCDE al Congreso Nacional para presentar evidencia y experiencia de los países que ya transitaron por las transformaciones que Argentina necesita realizar.

La convergencia de un país con los estándares y buenas prácticas internacionales de la OCDE depende fuertemente del nivel de diálogo y cooperación interno con todos y cada uno de los actores. Entendemos -como lo hemos expresado oportunamente- que el desarrollo sostenible es consecuencia de una visión a largo plazo, compartida más allá de las eventuales diferencias políticas de la alternancia democrática, y sostenida por la ciudadanía, el Gobierno en sus tres niveles -nacional, provincial y municipal-, el Congreso y la Justicia, las empresas y los sindicatos, el sector académico y la sociedad. Por esa razón, durante los cuatro años de nuestra gestión realizamos más de 2.500 eventos y encuentros con cada uno de estos actores para explicar la importancia y los beneficios de la integración de Argentina -junto a sus empresas, territorios y economías regionales- en el mundo y la convergencia con los estándares y buenas prácticas internacionales de la OCDE.

La cooperación internacional y las oportunidades para Argentina en la pospandemia

Desde hace más de un año, todos los países están desarrollando distintas alternativas sanitarias para enfrentar a la pandemia. Sin embargo, además de esta prioridad de corto plazo resulta necesario reflexionar sobre las consecuencias económicas y sociales del COVID-19 y establecer un Plan de Acción para el día después. Ángel Gurría, Secretario General de la OCDE, llamó a establecer un Plan Marshall para enfrentar con éxito a la pandemia. El conjunto de actores globales, de una manera u otra, defiende al multilateralismo y a la cooperación internacional como mecanismos para encontrar soluciones a la situación que dejará la enfermedad una vez finalizada y también para poder anticipar y mitigar con éxito las futuras pandemias.

El impacto económico y social del COVID-19 a nivel global ha sido considerable con una pérdida de casi cinco puntos del PBI. En nuestro país, el impacto fue todavía más importante potenciado por los dos años previos de recesión. Frente a esta situación considero importante que desde Argentina nos planteemos encontrar la respuesta a dos preguntas: ¿qué puede aportar nuestro país al mundo en medio de esta catástrofe y, además, cómo quedará configurado el nuevo orden mundial luego de la pandemia?

Respecto del primer interrogante, mi experiencia internacional me lleva a pensar que la salida más efectiva y sostenible pasa por una profunda inserción del país a nivel global aportando productos, servicios y capital intelectual -que denominaré bienes estratégicos- a un mundo que será muy distinto luego de la pandemia. Los bienes estratégicos más demandados luego de una catástrofe son -entre otros- el agua potable y los alimentos, la energía eléctrica y los combustibles, los servicios de salud y educación, así como las tecnologías y medios de comunicación.

Para responder la segunda pregunta es importante analizar que en los últimos 120 años el mundo salió de las grandes catástrofes mundiales a través del multilateralismo y la cooperación internacional.

-El fin de la Primera Guerra Mundial condujo a la creación de la Sociedad de las Naciones, primera institución multilateral de la Edad Moderna. Luego de la Segunda Guerra Mundial, se implementó el Plan Marshall para la refundación de Europa, se creó la OCDE para implementar dicho Plan y se fundó el sistema de Naciones Unidas y sus organismos especializados integrados -entre otros- por el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio y la Organización Mundial de la Salud.

-La crisis del petróleo en la década del 70 provocó la desestabilización de las monedas, el aumento de la inflación en el mundo y llevó a la creación de la Agencia Internacional de la Energía. Más cercana, la crisis financiera de 2008, generada por un sistema ineficaz de gobernanza corporativa en las empresas y la inexistencia de regulaciones a nivel del planeta, condujo a la creación del G20 -reuniendo a las 20 economías del globo que representan el 80% del PBI y la población mundial- como nuevo órgano de gobernanza global.

El mundo será distinto después de la pandemia. La historia demuestra que las grandes catástrofes mundiales inducen nuevos paradigmas y provocan transformaciones en el sistema de gobernanza global que -aprovechados en forma inteligente- pueden generar nuevas relaciones de poder y representar oportunidades económicas. Para aprovechar las oportunidades surgidas en estos cambios de paradigmas -en mi opinión- se necesitan cuatro pilares estratégicos:

Una serie de bienes estratégicos que aporten a la reconstrucción económica y social del planeta. Nuestro país se especializa en alimentos, energía, minería y petroquímica, tecnología digital y servicios profesionales, así como biomedicina y farmacia, entre otros.

Un Plan de Acción y equipos globales con la formación, experiencia y capacidades para colocar estos bienes estratégicos en los mercados globales, a partir de ventanas que se abrirán por un tiempo muy determinado.

Capacidad para desarrollar, consolidar e implementar alianzas estratégicas al interior de nuestra región latinoamericana y con los países y bloques económicos en los distintos continentes.

La visión, la determinación y el liderazgo político para conducir al país a través de este proceso complejo, lo cual requiere de flexibilidad y pragmatismo para aprovechar las oportunidades de una coyuntura cambiante.

Por otro lado, esta nueva situación requiere imprescindiblemente del diálogo y consenso nacional con todos los actores de la comunidad -Gobiernos nacional y provinciales, Congreso nacional, Justicia, partidos políticos, empresas y sindicatos, academia y sociedad civil- para encolumnarse detrás de un proyecto de país que requiere -necesariamente- de políticas de Estado. En este sentido, la reciente puesta en marcha del Consejo Económico y Social a nivel nacional -que debe consolidarse a través de una ley del Congreso- y la creación y fortalecimiento institucional de los Consejos Económicos y Sociales en las provincias y en la Ciudad de Buenos Aires constituyen herramientas estratégicas para el desarrollo de estas necesarias políticas de Estado.

Sin dudas, la crisis del coronavirus abrirá la puerta a nuevas oportunidades. El nuevo orden internacional -cada vez más complejo- implica la construcción de alianzas estratégicas que se cimientan desde la confianza mutua, se desarrollan con proyectos comunes y negocios bilaterales y se consolidan a través de personas que lideran e implementan esas acciones. El interrogante para responder será: ¿podrá Argentina aprovechar realmente estas oportunidades? Desde distintos espacios somos varios los que estamos dispuestos a colaborar en esta acción que considero estratégica. La respuesta final depende de la dirigencia y de la sociedad argentina.

Para más información, visitá www.eforo.org.ar

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