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¿Qué significa y qué propone la “blue economy”?

22 noviembre de 2016

por Florencia Merino (*)

Inspirado al mirar el cielo, los océanos y a nuestro planeta desde el universo, Gunter Pauli bautizó como “blue economy” a un nuevo esquema económico que rediseñe las decisiones de producción, consumo e inversión (y la interacción que éstas generan entre los individuos).

El objetivo es desarrollar economías de manera sostenible, en las cuales el uso que se realiza de los recursos naturales no supere la tasa de renovación de los mismos, evitando hipotecar el planeta a futuras generaciones. Fue la crisis de 2007-2008 lo que motivó en el economista italiano la necesidad de repensar el sistema económico en el cual vivimos, ya que consideró que las innovaciones estaban limitadas a aquellas inversiones que produjeran retornos en el corto plazo, dejando sin satisfacer las demandas reales del ser humano y su entorno.

Lo que propone la “blue economy” fue discutido en un seminario del que participé en Alemania, invitada por la Fundación Naumann en representación de Libertad y Progreso. Allí asistieron economistas, expertos en medio ambiente y políticos de más de quince países.

La base de este nuevo esquema económico es la educación y la tecnología simple, que logre convertir la basura de un proceso en el insumo de otro, generando así un sistema “en cascada” que ahorra costos y abarata el producto final. Que la tecnología sea lo más simple posible es fundamental pues posibilita mayor difusión y apropiación de las técnicas a nivel local y, por lo tanto, genera nuevos puestos de trabajo. Para esto, se requieren emprendedores e innovadores que hagan realidad dichas ideas, compatibilizando los objetivos ambientales con los propios de la organización.

Si bien en algunas partes del mundo pueden encontrarse ejemplos que, por medio del empleo consciente de la ciencia y tecnología, nos permitan elaborar formas de vida que cuajen amigablemente con el medio ambiente, no es una tendencia generalizada y su avance es a paso lento. Para peor, la idea de pensar la economía en color azul se enfrenta con restricciones empíricas que pueden encontrar solución pero, al menos, generar debate.

Incentivos

Crear instituciones y reglas de juego dentro del mercado que fomenten una relación compatible entre hombre y naturaleza no es tarea fácil. Hay que pensar en los costos a largo plazo y en la internalización de externalidades? contaminación? en un mundo en el cual los tiempos de los procesos productivos se acortan permanentemente. La propuesta puede ser exigir a las industrias que eviten derramar los costos no monetarios de su producción a la comunidad y los incluyan en su estructura de costos monetarios. Y si bien esto abultaría el precio final del producto, crearía una situación más justa: pagaría por él quien realmente lo demande, sin ser “subsidiado” por un tercero.

Monopolios

Aquellas empresas monopólicas o con cierta posición de mercado cuyas actividades no sean compatibles con un uso adecuado de los recursos naturales, no optarán por la alternativa sustentable si ésta no se le presenta más conveniente. Estas empresas cuentan con la capacidad de invalidar legislaciones que promuevan el cuidado del medio ambiente. Por ejemplo, por su poder podrían presionar para evitar una restricción al derrame de líquidos cloacales a un río sin previo tratamiento o, una vez sancionada la norma, impedir que se la aplique o controle.

Países subdesarrollados

A simple vista, puede parecer que la propuesta de la economía azul provea soluciones para economías ricas; las cuales cuentan con el tiempo y dinero para ocuparse del medio ambiente. Sin embargo, en muchos casos, la actividad económica principal de los países subdesarrollados se basa en la explotación de recursos naturales. Por esta razón, y pese a que deban lidiar con otras prioridades en simultáneo, ¿cómo incentivarlos a que preserven el medioambiente y su principal fuente de riqueza?

Las personas tendemos a pensar que todo aquello que no hemos elaborado nosotros mismos carece de valor porque no es propio (o sea, es de todos) o porque se nos ha provisto gratis o muy barato, por eso le damos un mal uso a los recursos naturales. Quizás, también por esto, será que no creemos que el proceso de producción tenga que ser sostenible. Es decir, que a medida que éste transcurra permita prolongar la generación de riqueza a lo largo del tiempo, como si el hombre no dependiera del mundo natural y pudiera ignorar lo que éste nos brinda.

(*) Economista y analista de la Fundación Libertad y Progreso

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