por Matías Carugati (*)
Desde el inicio de su gestión, Mauricio Macri apuesta a que la inversión se convierta en el principal motor económico. El modelo de crecimiento kirchnerista se basaba en una economía cerrada al comercio, aislada financieramente y con el consumo interno como motor de expansión. La intención del Presidente es diametralmente opuesta: pasar a una economía abierta, integrada al mundo y cuyos puntales de crecimiento sean las exportaciones y, sobre todo, la inversión. Es con ese objetivo de fondo que deben entenderse las reformas estructurales que implementó al inicio de su gestión y que apuntan a mejorar la productividad.
¿Vamos bien?
En los papeles, las perspectivas son auspiciosas. El Gobierno lleva contabilizados anuncios de inversión por más de US$ 32.000 millones para los próximos años. La propia Argentina es el principal país de origen de estos anuncios, seguido por Estados Unidos, Canadá, España y Brasil, países de los que tradicionalmente proceden los flujos de inversión. Hay una marcada heterogeneidad en cuanto al destino de los fondos, ligada al potencial futuro percibido para cada sector. En un primer nivel se encuentran los anuncios relacionados con la industria y la minería, seguidos por transporte y comunicaciones. En un segundo escalón se ubican la actividad inmobiliaria, el suministro de electricidad, gas y agua y la actividad financiera.
Se nota que el mundo tiene interés en Argentina, pero las inversiones por ahora no llegan en la cantidad esperada. Los flujos de Inversión Extranjera Directa (IED) relevados por el BCRA sumaron US$ 1.448 millones en los primeros siete meses del 2016, 60% más que en igual período del año pasado pero no más que lo ingresado al país en los primeros meses de años como 2011, 2012 o 2013. Con el “agravante” de que el cepo cambiario vigente hasta diciembre del año pasado incrementó la IED vía reinversión de utilidades, que el balance del BCRA no captura al relevar flujos de entrada y salida de divisas al país. Si se analiza el balance de pagos tradicional del Indec, que sólo cuenta con información al primer trimestre, se observan dos cuestiones: (1) que el monto de IED es menor al de años anteriores y (2) que la reinversión de utilidades sigue siendo la fuente principal de IED a pesar del levantamiento del cepo.
Los números
La realidad muestra una situación distinta a los anuncios que celebra el Gobierno. Según las estimaciones privadas (por ejemplo, las de Orlando Ferreres) la inversión cayó 5,1% anual en el acumulado a julio. A nivel desagregado, los indicadores varían entre caídas pronunciadas (construcción) o pequeños brotes verdes (maquinaria y equipos).
Falta más
El cambio de Gobierno fue condición necesaria, pero no suficiente, para alentar la inversión. La administración de Macri ha producido un cambio de expectativas en el ámbito empresarial, sobre todo en relación a la calidad de las instituciones, al grado de intervencionismo en la economía o al marco regulatorio. Sin embargo, este giro ha probado ser insuficiente, lo cual es lógico dado que las decisiones de inversión precisan de otras condiciones. En el plano político, hace falta consolidar la gobernabilidad (a través de las elecciones legislativas) para sostener la agenda de reformas a mediano plazo sin riesgos de reversión. En materia económica, las necesidades son variadas.
La macro, clave La agenda de corto plazo requiere estabilizar la macroeconomía. Encarrilar la situación en materia de actividad es imperioso si se quiere ofrecer mejores perspectivas de demanda para potenciales inversiones destinadas al mercado interno. En tanto, moderar la inflación importa, ya que entre otros efectos, ello conllevaría un descenso de las tasas de interés y haría más atractivos los proyectos de inversión productivos (en detrimento de los financieros). Alentar la competitividad es relevante tanto para los proyectos destinados a competir localmente con producción importada como para fomentar el desarrollo de exportaciones. En este aspecto, no debería reducirse el esfuerzo únicamente al nivel del tipo de cambio, sino que es preciso incrementar la productividad y reducir los costos de las firmas, incluyendo la carga impositiva.
Para fomentar la inversión también hay que pensar a largo plazo. No existen casos de desarrollo exitosos que no hayan logrado movilizar el ahorro interno hacia inversiones productivas. Si bien los países pueden aprovechar el financiamiento externo para apalancar el crecimiento, endeudarse sostenidamente con el resto del mundo es una estrategia riesgosa.
Para Argentina, esto implica dos desafíos en simultáneo. Por un lado, alentar el ahorro interno, ya que años de tasas de interés reales negativas empujaron los ahorros a otros activos y la excesiva presión fiscal fomentó el ocultamiento. Por otro lado, desarrollar un sistema financiero profundo y competitivo, que permita canalizar fondos hacia los proyectos de inversión más relevantes. El Gobierno entiende de estas cuestiones y está trabajando en todos estos frentes, aunque la política y la opinión pública se mueven a un ritmo mucho más rápido que la economía y, ciertamente, las inversiones.
(*) Economista jefe de Management & Fit