Por Pablo Mira Economista
Para crecer hay que aumentar la productividad. Para ser desarrollados debemos planificar sobre la base de una industria nacional. Si queremos ser un país rico debemos estimular la competitividad “no precio”. La economía debe ganarse un lugar en el mundo desarrollando tecnología. El crecimiento viene por sí mismo, solo hay que esperar y mantener las cuentas macroeconómicas en orden.
Todas estas frases tienen varios puntos en común. Primero, la mayoría son retóricas, es decir, son puras expresiones de deseo. La primera es incluso casi tautológica, ya que crecer significa, literalmente, aumentar la productividad por habitante. Segundo, como expresiones de deseo que son, estas afirmaciones eluden lo más importante, cuáles son los mecanismos para poner en funcionamiento un conjunto de políticas consistentes con este objetivo. La única excepción es el último enunciado que, sin embargo, peca de simplista al asumir cándidamente que el desarrollo es un fenómeno que ocurrirá indefectiblemente.
Los economistas hemos hecho un gran esfuerzo para elaborar diagnósticos y recomendar políticas. Pero nuestra obsesión por las “posiciones de equilibrio” iniciales y finales nos hizo olvidar de un aspecto central: la “ingeniería” del desarrollo, que es tan o más importante que las grandes tesis y disertaciones sobre su determinación. La economía se ha ocupado poco de los procesos por los cuales un país llega a desarrollarse, ignora los pros y los contras de las políticas relacionadas, no ha establecido cuál es el orden adecuado de implementación, y no explica cómo tratar a los ganadores y perdedores durante la transición al desarrollo. El éxito del desarrollo de los países que lograron el catching up se debe poco a un diagnóstico y a una tesis teóricamente sólida, y mucho a cuestiones prácticas, como un timing apropiado en la consecución de las políticas, al logro político de poder sostener un conjunto de políticas coherentes en un mismo sentido, y a la interacción colaborativa entre los sectores público y privado.
Para ser desarrollados debemos planificar sobre la base de una industria nacional. Si queremos ser un país rico debemos estimular la competitividad “no precio”
Dada esta situación de desconocimiento de aplicación de las teorías, es común escuchar decir a diversos interlocutores (no solo economistas), que las soluciones están a la vuelta de la esquina pero que un grupo contrario a estas ideas conspira metiendo “palos en la rueda” para evitarlo y sacar provecho. Del otro lado del arco ideológico, se sostiene que los miedos infundidos por los enemigos del capital son los responsables de retrasar la llegada del crecimiento sostenido. No quiero negar algún posible rol para estos aspectos durante la transición al desarrollo, pero buscar culpables no puede ser una solución por la positiva. Una vez que “nos deshacemos” de estas trabas, no es seguro que el milagro ocurra.
El crecimiento de largo plazo no nos espera. Hay que construirlo. Es difícil, costoso al principio, y requiere de una amplia colaboración e inteligencia por parte de la dirigencia. Lamentablemente, Argentina está lejos de haber establecido una agenda de desarrollo completa, porque hoy todavía debemos lidiar con los problemas macroeconómicos urgentes que nos acosan día a día. Todos los economistas estamos discutiendo cómo hacer para evitar caer en una próxima crisis, y sabemos muy poco sobre qué hemos de hacer cuando, si algún día lo urgente deja lugar para lo importante, debamos encarar un proyecto de desarrollo.