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Si nadie condena a los propios, estamos condenados a la grieta

La grieta no es un fenómeno nuevo, pero vaya si ha crecido. Hipótesis: nadie parece dispuesto a condenar a los propios a ambos lados de la grieta.

Alejandro Radonjic 12 noviembre de 2019

Por Alejandro Radonjic 

La gravedad de los recientes sucesos en América Latina, en la época de la hiperinformación y las redes sociales, así como sus implicancias a futuro, no ameritan explicaciones. Está a la vista en vivo y en directo. Se puede decir que América Latina siempre fue compleja, volátil, violenta y demás. Lo fue, por cierto, pero es una resignación intelectual perezosa que no permite aprender de los errores. No se llega a situaciones como estas sin errores, es obvio.

La grieta no es un fenómeno nuevo, pero vaya si ha crecido. ¿Por qué? Una hipótesis: nadie parece dispuesto a condenar a los propios a un lado y otro de la grieta. Así, se van incubando situaciones que escalan y luego estallan en complejas encerronas que no hacen más que alimentar aún más la grieta y el odio. No hay autocrítica y todos se inmolan en sus posiciones imitativas. El verticalismo acrítico parecería ser lo políticamente correcto. El costo caro de pertenecer. Las cicatrices que se generan por estos días y los odios que se acumulan son todos evitables. Tardarán años, quizás décadas, en sanar.

A los amigos hay que bancarlos siempre, pero también señalarles cuando se equivocan. Por ejemplo, cuando Evo Morales perdió un referendo, allá por 2016, para habilitar un cuarto mandato. ¿Ningún líder de la Patria Grande la avisó que era hora de construir un sucesor? Con la almohada, más de uno lo pensó. ¿El propio Evo no se dio cuenta que no daba la situación para eso? ¿Por qué no eligió a Alvaro García Linera, su histórico número dos? Evo siguió (porque el fin, parecería, justifica los medios) y desoyó algo tan “progresista” como la voluntad popular. Acudió a un dócil Tribunal Electoral y, por si fuera poco, metió la mano en la urna el pasado 20 de octubre.

Curioso porque muchos gobernantes de la región del llamado “eje progresista”, que acompañan a Evo, respetaron a rajatabla las reglas de juego institucionales y la Constitución. Y no porque querían irse a sus casas sino porque el respeto de las reglas es lo más democrático que hay. Ese fue el caso de Lula y Dilma Rousseff en Brasil, Michelle Bachelet y Ricardo Lagos en Chile, “Pepe” Mujica y Tabaré en Uruguay y Cristina Kirchner, para decepción de Diana Conti, en Argentina. ¿Por qué Evo no? ¿Está arriba de la Constitución porque es indígena? ¿Vale todo? El consenso democrático debe alimentarse del respeto de la Constitución y sus mecanismos. Así operan países que, con grietas aún mayores, no sufren golpes de Estado y el orden constitucional se respeta hace décadas o incluso siglos.

Asimismo, desde la derecha del espectro ideológico, que nunca simpatizó con Evo, se considera que no hubo golpe de Estado (aun cuando quedaban meses para que termine su mandato) y, por ende, no hubo una condena explícita. Si el derribado hubiera sido Carlos Mesa, la situación hubiera sido otra. ¿Alguien tiene dudas? Esas posiciones se escudan en la no injerencia en los asuntos internos, pero según cierto prisma ideológico. Así, esa falsa neutralidad no hace más que avalar un golpe de Estado, rompiendo una larga tradición histórica.

Aquí y allá de la grieta se cambió el respeto por las reglas por las simpatías políticas de corto plazo. Son precios muy caros.

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