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No hay esperanza sin estrategia

Sin estrategia, abundancias como las de Vaca Muerta nos condenan a la enfermedad holandesa. Cuando no hay estrategia (no la tienen los halcones ni los K) y sólo simplificaciones ideológicas, los beneficios pueden bajar la productividad. La esperanza se construye.

No hay realidad sin teoría. ¿Qué estamos oyendo en medio de la crisis?
No hay realidad sin teoría. ¿Qué estamos oyendo en medio de la crisis?
Carlos Leyba 02 diciembre de 2022

El análisis de la realidad colectiva, el presente, es siempre incompleto. Lo mínimo para abordarlo es abrir -desde afuera hacia adentro- suficientes ventanas como para captar, desde distintos ángulos, una misma realidad que se encierra y así, observar distintas "realidades" las que, cuando ensayamos iluminarlas, se proyectan distintas a la primera impresión como consecuencia de la iluminación y de los planos sobre los que se los proyecta. Por ejemplo, un cilindro, iluminado desde arriba, proyectado sobre el plano horizontal, resulta un círculo. Lo decía Campoamor: "Nada es verdad ni mentira, todo es según el color del cristal con que se mira"

Tampoco podemos captar la realidad, sus diversos aspectos, sin tener una teoría para su análisis y sin disponer, tanto de una mínima información acerca del pasado como de una mirada sobre los futuros posibles.

La mirada al futuro, esencial para la trayectoria, requiere que el presente ofrezca un entorno de cierta previsibilidad para las variables. 

Hablar del futuro necesariamente implica una cierta capacidad de tornarlo previsible. Es una enorme inmadurez hablar del futuro cuando la capacidad de tornarlo previsible es mínima. El pasa no pasa de cualquier planteo es analizar las probables consecuencias, el tiempo de desarrollo de las mismas y la capacidad de reacción de quien ejecuta. 

La realidad colectiva está en permanente movimiento y es la intensidad de los desequilibrios del presente lo que hace, más o menos, imprevisible al futuro. Cuanto mayor son los desequilibrios del presente, menor es la capacidad del análisis de la realidad para inspirar futuros previsibles. Esta es la clave de nuestra desconfianza generalizada. 

Nuestro presente, mirado desde la ventana de la economía, está en un grave desequilibrio cuya manifestación más cotidiana y evidente, es la persistente inflación que transita niveles extraordinarios, mientras se erosiona la vitalidad material de la economía como consecuencia del largo estancamiento y la constante declinación de la productividad promedio. Es lo que dicen los datos. Vemos la inflación. Pero detrás de ella, se oculta, la notable caída de la productividad de largo plazo. El estancamiento. La asignación sin productividad de las "inversiones": explosión inmobiliaria alentada por blanqueos. 

Al detrás de escena, lo que realmente importa, lo oculta el ruido que ocupa todo el escenario. La política es el ruido. Los diagnósticos de primera vista encandilan. 

Desde la ventana de lo social observamos una enorme pobreza, peligrosamente concentrada en la juventud y en los conurbanos de las grandes ciudades; un deterioro alarmante de las condiciones de convivencia, como lo son la creciente desigualdad y la creciente inseguridad, y una disminución alarmante del capital social, que se manifiesta en el deterioro del sistema de educación. 

Las estadísticas de gasto no pueden compensar la evidencia de la caída de los resultados concretos del desastre educativo.

La ventana de la política nos permite observar el enorme rechazo de parte de la ciudadanía a quienes se postulan como dirigentes políticos. Habla del fracaso de la representación, de los que pretenden representarnos y también del fracaso de la participación de los miembros de una sociedad que en la práctica no participa de la discusión pública. Nadie es ajeno a las consecuencias del fracaso de la política. Nadie es ajeno a las causas. 

Los dirigentes construyen un aislamiento militante de la sociedad. Pero aspiran a conducir el Estado.

Es exasperante la ausencia de diálogo. Es notable la incapacidad para formular ideas acerca de lo que hay que hacer desde el Estado para construir el Hogar de los argentinos. 

Para conversar hay que exponer ideas. La política es conversación acerca de ellas. Sin conversación no hay política. No hay conversación por ausencia de ideas. Decía J. L. Borges que las personas inteligentes conversan acerca de ideas y no de personas. La política argentina está centrada en discutir acerca de personas. Básicamente dos. Y ambas tóxicas. Cada un genera rechazo del 60% de los argentinos. Ambas no pueden ser parte de la solución. 

La falta de ideas y la toxicidad de los líderes, hace más imprevisible el futuro. La ausencia de ideas es el agente más eficaz de la parálisis colectiva. 

Hemos abusado de intentar salir de este laberinto por arriba, citándolo a Leopoldo Marechal. Pero el laberinto, por definición, tiene una puerta. Y encontrar la salida es la única manera de éxito. Está contenido en la palabra, no hay éxito sin salida. 

El abuso de "salir por arriba" es considerar, entre otras cosas, que escapar de la inflación es detener el crecimiento del índice de precios. Pero como enseñó J. M. Keynes, el problema de la inflación no es el aumento de todos los precios sino la alteración de los precios relativos, dijo "un cambio en la unidad monetaria, que opere de modo uniforme y que afecte a todas las transacciones por igual, no tiene consecuencias (...) se sigue que un cambio en el valor del dinero, es decir, en el nivel de precios, es importante para la sociedad sólo en la medida que su incidencia sea desigual" (...) "afecta a las diferentes clases de modo desigual, transfiere riqueza...frustra designios y desengaña expectativas" (Ensayos de persuasión, J. M. Keynes, pag. 69, folio Vol. I).

Allí radica el problema de la inflación. Si todo aumentara a la misma velocidad, incluido los salarios: ¿qué grave problema habría? 

Por eso, el atajo de usar "anclas" que en promedio atrasan la inflación, aumenta el problema que la inflación genera: altera los precios relativos. 

Tipo de cambio, tarifas, algunos precios, salarios, etcétera, han sido utilizados como anclas y si bien el índice de los precios pudo desacelerarse, ocurre una alteración de los precios relativos que es el problema más grave de la inflación. Los atrasos tarifarios tienen consecuencias implacables, al igual que el deliberado atraso cambiario o salarial, la finalidad de "estabilizar". Producen mayores desequilibrios. 

En la lucha contra la pobreza hemos infructuosamente salir por arriba ignorando que la pobreza es la consecuencia sistémica de la falta de trabajo para subvenir a las necesidades de socialización y la falta de capital social para poder lograrlo. Si una economía, por las razones que fuera, no crea trabajo inexorablemente se presentará la pobreza. Las necesidades no disminuyen por la ausencia de trabajo remunerado. Las necesidades son independientes de tener o no tener trabajo. 

Dado ese hecho de la naturaleza, el orden social exige al Gobierno crear trabajo. Crear trabajo es el modo equilibrado de subvenir a las necesidades. Sin trabajo, satisfacer las necesidades, genera desequilibrios. 

En la sociedad occidental la pobreza, la falta de trabajo y de capital social, genera déficit fiscal social. Es la respuesta de la cultura de solidaridad o de las acciones destinadas a mantener el orden. Cualquiera de esas políticas, de asistencia o control, a largo plazo incrementa de manera extraordinaria los desequilibrios. Lo natural es ganarás pan con sudor de tu frente. 

Las políticas sociales que no incrementan el capital social, que no aumentan a largo plazo la productividad, no son financiables. El sentido de la asistencia es ser un tránsito. Implica calcular y anunciar "distancia" y tiempo en llegar a destino. La clave es el destino, no el tránsito.

No hay, ni en lo económico ni en lo social, viabilidad para salir del laberinto por arriba. Hay que recorrer el laberinto a la búsqueda de la salida. No hay atajos.

Cuando hablamos de camino, dentro del laberinto, imaginamos una tarea cooperativa. El diálogo entre los apostados en los senderos del laberinto es la condición para "salir". Es responsabilidad colectiva. Conversar, cooperar, es la única lógica. 

Lo primero para ensayar el camino, es la organización. Una organización "para". Qué es lo que queremos resolver, las metas, prioridades, beneficios, costos. Quién qué. 

No hay realidad sin teoría. ¿Qué estamos oyendo en medio de la crisis?

Hoy las teorías dominantes, mayoritarias, están alineadas y ambas son excluyentes porque no hay conversación. 

Los libertarios, los halcones, que han ganado el espacio público verbalizado, militan en torno al discurso de Javier Milei, la organización que provee Patricia Bullrich y la conducción reivindicada por Mauricio Macri. Derribar todas las paredes conformadas a lo largo de décadas por el Estado. La convicción es que dejando libres a las fuerzas del mercado, ellas con un instinto superior, conscientes de los escombros y las consecuencias dolorosas que ello tendrá, encontraran la salida del laberinto. Sin ningún plan, ni ninguna organización, ni ninguna meta. ¿Derribar el laberinto? Derribado los muros, descontado el sufrimiento, finalmente el mercado producirá crecimiento y bienestar. La tarea no tiene plazos. Sólo apuestan a que ocurrirá. A largo plazo estaremos muertos.

La otra es el kirchnerismo, en torno al discurso de Axel Kicillof, la organización de La Cámpora y la conducción de Cristina. Es todo lo contrario. Las reglas ad hoc, en cada momento, ante cada problema, conducirán las fuerzas del crecimiento y al bienestar a la banquina. 

La mirada de intendente, muy respetable para esas jurisdicciones, domina al oficialismo. Néstor la practicó dilapidando el viento de cola con lo que comenzó el siglo. Desde entonces el país, disponiendo de inmensos recursos, no logró instalar un discusión de hombres de Estado.

Hablan sólo de ellos, chapotean en el barro. Recuerde que a todos los jueces, sin excepción, los nombré la mayoría peronista.

No perdamos la esperanza.

Hay realidades materiales generosas. Por ejemplo, Vaca Muerta. Son recursos posibles. Anuncian un pasaje de la escasez desesperante a una fuente de recursos. Sin estrategia, lo de halcones y kirchneristas, esas abundancias nos condenan a la enfermedad holandesa. Cuando no hay estrategia y sólo simplificaciones ideológicas, los beneficios pueden bajar la productividad. La esperanza se construye.

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