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Las tres orientaciones y dimensiones de las políticas anticrisis

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09 abril de 2020

Por Federico Pastrana (*) y David Trajtemberg (**)

La pandemia que se está desatando a escala global está poniendo en jaque, con distinta intensidad, a las economías del mundo. La crisis que estamos viviendo en este momento no tiene antecedentes, no sólo por su rapidez y profundidad, sino por su carácter. Se trata de una suspensión de mercados y paralización en la producción en diversas actividades, con consecuencias simultáneas en las transacciones tanto entre naciones como hacia el interior de las economías. Tiene su origen en causas sanitarias y golpea con fuerza a las principales economías del mundo (China, Europa y Estados Unidos).

Esto genera un desafío muy importante para los gobiernos. En el plano nacional, las políticas económicas anticrisis tradicionales pensadas en otros períodos, fundamentalmente para atender las restricciones de demanda o shocks de oferta, prometen ser ineficaces o insuficientes ante la profundidad de la recesión.

Las medidas recientemente implementadas por los gobiernos de distintas latitudes dejaron solamente en funcionamiento a los sectores considerados esenciales (servicio sanitario, producción y comercialización de alimentos y medicamentos, entre otros). Las secuelas de estas medidas han llevado a que algunos especialistas identificaran esta situación con una economía de guerra. La mayor intervención del Estado, la incidencia en la producción y las políticas de cambio de regulaciones sociales y económicas son comunes en estos tiempos, lo cual hace pensar en lo apropiado de este paralelismo.

Sin embargo, existen diferencias importantes. En una guerra se destruye la capacidad productiva de la economía, mientras que en esta situación gran parte de esas capacidades quedaran intactas para cuando se inicie el período de recuperación.

En la actualidad, el daño sobre la economía se relaciona necesariamente con la extensión de la situación de parálisis de la actividad productiva, que tiene su origen en una cuestión sanitaria, y no en los clásicos ciclos de crecimiento y depresión de la economía capitalista.

Hoy la destrucción de capacidades de la economía puede ocurrir a partir un fuerte crecimiento del desempleo y mortalidad de empresas como consecuencia de las quiebras.

Una primera orientación de las políticas públicas debería vincularse a paliar su profundización, dado que dificultarían la posterior recuperación y dejarían cicatrices a largo plazo. La combinación de políticas de provisión de liquidez de manera rápida (que no se agoten en el crédito bancario), la postergación de pagos de obligaciones y de sostenimiento del empleo (por medio de los programas RePro anunciados recientemente) va en esta orientación. Una primera premisa consiste en plantear que hay que sostener la estructura productiva, y esto incluye tanto a las empresas como a sus trabajadores. Dada la rapidez, profundidad y carácter, el volumen de las políticas anticrisis son fundamentales. De nada sirve una política bien diseñada si los recursos son escasos o demoran en llegar.

Esto marca una segunda orientación. Las transferencias directas de recursos hacia los sectores objetivo (ejemplo, trabajadores informales y Pymes) suelen ser más efectivas que las que son condicionadas, intermediadas o propuestas bajo la lógica de “incentivos”. En las actuales condiciones, la exigencia sobre las políticas es sumamente importante por la situación social acuciante y el tiempo castiga. Ejemplos de buenos reflejos de este tipo de políticas son la rápida inyección de recursos hacia los beneficiarios de la AUH y los jubilados de menores recursos y la creación de un Ingreso Familiar de Emergencia, que tiene como objetivo los trabajadores informales y monotributistas. Esta última marca una cuestión importante: hay políticas que se pueden llevar en momentos de crisis que antes eran impensadas y, no solamente permiten una rápida inyección de dinero, sino también tener un registro de estos/as trabajadores/as que suelen estar al margen de las políticas tradicionales.

Una tercera orientación hace a su sostenimiento y la esfera internacional. Entendiendo que las políticas que se llevan a cabo bajo la crisis moldean el esquema que habrá en el período posterior, es importante pensar en su sostenimiento. Si bien es importante distinguir las políticas durante la emergencia con las de la “vuelta a la normalidad”, es igual de cierto que existe una relación entre ellas no menor. Esto lleva a pensar, por ejemplo, en el sostenimiento de las políticas y los riesgos que asume una estrategia en el marco macroeconómico e internacional en el que está inserto nuestro país, con una tensión en el sector externo que está a la vuelta de la esquina. No estamos solos. El seguimiento e intervención en la discusión internacional sobre la crisis dará mayor o menos sustento a la estrategia llevada adelante.

Las dimensiones

Teniendo en cuenta estas tres orientaciones (evitar destrucción de capacidades, mejorar efectividad y volumen de las transferencias para paliar los efectos sociales y seguir de cerca el escenario internacional y el sector externo) creemos que es necesario prestar atención a tres dimensiones de las políticas.

La primera es la dimensión temporal. Como dijimos, se debe distinguir entre el corto y el mediano plazo y su interrelación. En el corto plazo hay que atender la urgencia en un escenario de paralización casi completa de la actividad económica. Es necesario pensar la temporalidad de las políticas. Por ejemplo, en las políticas hacia las empresas, en una primera instancia hay que prestar atención a la liquidez y luego en resolver los problemas de solvencia que irán apareciendo en el camino. Sin resolver la primera, difícilmente se puede atender a la segunda. La dimensión temporal es una de las más complejas de resolver en una crisis porque se trata de resolver urgencias, actuando en el presente con un futuro incierto.

La segunda es la dimensión operativa. Se debe definir la estrategia de intervención del gobierno considerando las particularidades de esta crisis y los objetivos a concretar en materia económica y social en el corto plazo. La capacidad de realización de las políticas (es decir, su operatividad) resulta fundamental en estos momentos. La operatividad o no de una política hace a su realización y su efectividad, dada la demanda de políticas públicas en este momento poco sirve una política que llega tarde. En este sentido, la Anses resulta una institución central en la instrumentalización de muchas de las políticas que se están llevado adelante.

La tercera es la dimensión institucional y política. Muchos de los cambios que se están realizando en este momento dejarán una huella institucional. La sostenibilidad de estas políticas en el tiempo está relacionada a su legitimación en la sociedad y el planteamiento de la necesidad de ellas a la sociedad. Los canales de diálogo social entre el Estado con las cámaras empresarias, sindicatos y organizaciones de la sociedad civil suelen darles una mayor densidad a las políticas, las enriquecen y permiten su sostenimiento en el tiempo. De cara a los desafíos que vienen, el apoyo de los distintos sectores sociales a las políticas anticrisis llevadas a cabo por el Estado resultará central.

En síntesis, creemos que la crisis constituye una oportunidad y un gran desafío a las políticas económicas y sociales de los distintos países del mundo y de Argentina. La profundidad, rapidez y distinto carácter de esta crisis impiden pensar las actuales políticas mirando las realizadas tradicionalmente. La urgencia reclama actuar rápidamente para evitar pérdidas de capacidades productivas y laborales, con transferencias directas a los sectores afectados y discutir en el ámbito internacional para legitimar el desarrollo de las políticas y conseguir financiamiento. En el accionar cotidiano, las dimensiones temporal, operativa e institucional juegan su partido. La rápida y buena implementación de las políticas resulta tanto o más importante como su buen diseño. La urgencia de la crisis lo reclama. Lo realizado hasta aquí muestra los buenos reflejos mientras que la salida progresiva de la cuarentena plantea nuevos y exigentes desafíos

(*) Economista (UBA) y Profesor Adjunto de la Dinero, Crédito y Bancos (UNDAV)

(**) Economista (UBA) y Profesor Adjunto de Teoría de las Remuneraciones (UNLaM)

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