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La pobreza y la desigualdad como caldo de cultivo

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03 febrero de 2020

Por Jorge Paz Ielde de la Universidad Nacional de Salta y Conicet

Luego de analizar a fondo el problema del hambre en la Argentina quedan más preguntas que certezas. Por un lado, la evidencia es contundente: ya son seis las niñas y niños de pueblos originarios (comunidad Wichi) que murieron este verano en el norte de la provincia de Salta. Los certificados de defunción hablan de deshidratación, vómitos, diarreas y todo parece apuntar a la calidad del agua consumida en los días previos a los decesos. Por otro lado, está la evidencia de la situación a nivel agregado, es decir sin focalizar en grupos particularmente vulnerables, que hablan de avances notorios y marcados en la salud de la niñez en el país. Más allá del efectismo que rodea a noticias de este tipo es preciso reconocer las dos caras del fenómeno para saber cómo actuar de la mejor manera posible.

La palabra “emaciación” alude a un adelgazamiento patológico y suele ser medido como un peso corporal mucho más bajo del promedio correspondiente a una persona (niña o niño) de estatura similar. La emaciación interesa debido a que su causa, como así también de una baja estatura para la edad, es una ingesta de nutrientes escasa durante un período prolongado, como así también las infecciones frecuentes. La emaciación y la baja talla se presentan, por lo general, antes de los dos años de edad, con consecuencias muy graves y casi siempre irreversibles: retardan el desarrollo motor, la alteración de las funciones cognitivas y el rendimiento escolar. Combinados con episodios de diarreas y vómitos pueden producir la muerte. En los países más pobres del mundo (casi todos ellos africanos), la prevalencia de la emaciación en los menores de cinco años está entre 10% y 25%.

Los sucesos recientes invitan a pensar que en Argentina estos indicadores deberían ser altos, o al menos tanto o más altos que los registrados, por ejemplo, hace diez años. Pero esto no es así. Hacia fines del año pasado se difundieron los datos de la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud (ENNyS), que permitió observar, entre muchas otras cosas, que la baja talla y la emaciación se mantuvieron en valores relativamente estables con respecto a la última medición correspondiente a los años 2004- 2005. La ENNyS reporta una prevalencia del 1,6% de emaciación, un nivel muy bajo comparado con aquellos registrados en algunos países africanos que superan el 20%, y una baja talla del 7,9%. En el NOA la emaciación fue del 1,4%, similar a la media nacional tomando en cuenta una variabilidad estadística razonable.

Ciertamente, algunos de estos indicadores se relacionan de manera inversa con el nivel socioeconómico. La talla promedio de una niña/o del 20% más pobre de la población es del 12% frente al 4% que registra el 20% más rico de la población. Aquí hay un primer punto a rescatar: una niña o niño que padece bajo peso tiene una probabilidad de muerte mucho más alta que otro de peso normal, y la prevalencia del bajo peso es mucho más elevada en los sectores socioeconómicos más bajos. En este sentido se dice que la causa de muerte es la pobreza. Esa es una sentencia importante: la emaciación, el bajo peso y la baja talla no aumentaron, pero la pobreza no bajó.

Dos indicadores más

Una evidencia adicional de la situación sanitaria del país la proporcionan las estadísticas vitales y las de seguridad alimentaria de una fuente segura: la FAO. Además, las muertes de niñas y niños antes del primer cumpleaños, la llamada mortalidad infantil, es un importante indicador de vulnerabilidad social, principalmente las debidas a las diarreas y a la neumonía. Estas causas de muerte están estrechamente vinculadas a la malnutrición y el hambre. En el Gráfico 1 se reporta la mortalidad infantil debida a estas dos causas en el período 2005-2018.

Como se constata en el gráfico, las defunciones por neumonía y diarreas se redujeron en más de 50%, una caída muy considerable aun admitiendo posibles fallas del sistema de captación de los datos.

Si se detalla más esta situación puede constatarse que estas muertes provienen en su mayoría de nacimientos de niñas y niños cuyas madres tienen un nivel socioeconómico muy bajo. Solo para dimensionar la magnitud de la baja téngase en cuenta que de tener hoy los niveles de mortalidad de hace 15 años morirían anualmente 154 niñas y niños más de los que fallecen anualmente por estas causas. Esto no implica desconocer que el total admisible de estas defunciones es cero, pero su prevalencia descendió y eso no se puede negar. Si bien la tendencia en el tiempo de la inseguridad alimentaria medida con fuentes confiables (FAO) ha aumentado en último decenio, puede constatarse que el problema es los sectores de menores ingresos de la población (Gráfico 2).

Nada de lo anterior es nuevo y simplemente destaca el problema social subyacente, lo que hace que la población de menores recursos económicos sea la más vulnerable a las enfermedades y, en el caso extremo, a la muerte. En este contexto, las soluciones parecen ser dos: eliminar la pobreza y reducir la desigualdad social o, sin que esto cambie, hacer de los pobres, personas más capaces de soportar los embates del medio, ya éstos sean naturales (como inundaciones o catástrofes) o provocadas deliberadamente (como los desmontes). Estas soluciones quedan al descubierto con las muertes de las niñas y niños wichis. Mueren en verano (como sucedió también el año paso, y el anterior), cuando la ya mala calidad del agua empeora y cuando no están en la escuela que, en estos casos, sigue operando como amortiguadora.

Creo que es altamente conveniente tener en cuenta estos dos aspectos de la política pública. Una de las muertes se produjo porque no llegaron a tratar una deshidratación muy fuerte. No llegaron porque la ambulancia se quedó en el camino por desperfectos mecánicos. Una ambulancia nueva hubiese salvado esa vida, quizás. El problema es si la pobreza y la desigualdad social persiste. En microbiología, se llama “caldo de cultivo” a todo medio líquido que favorece la proliferación y/o multiplicación de micro-organismos (bacterias, hongos, parásitos). En estos casos, en estos temas, el caldo de cultivo es la pobreza y la desigualdad.

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