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¿La libertad no es un derecho individual?

El viernes pasada, Alberto Fernández dio a entender que la libertad de cada individuo depende de la autonomía del Estado, confundiendo los dichos de los constituyentes.

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13 julio de 2021

Por Enrique Aguilar Profesor de Teoría Política

El viernes pasado, al encabezar en San Miguel de Tucumán el acto central por la conmemoración del 205° aniversario de la Declaración de Independencia, el presidente Alberto Fernández sostuvo que los constituyentes “nos enseñaron que la libertad no es un acto individual. Porque la libertad entendida como un derecho individual es un tremendo acto de egoísmo. La libertad es un acto colectivo. Lo que garantiza la libertad es precisamente vivir en una sociedad libre, autónoma, independiente, capaz de construir su propio futuro, de garantizar su propio destino”.

Con estas palabras, el Presidente parece haber pasado por alto la génesis misma del ideario de nuestros constituyentes, el legado de Locke o de Jefferson, documentos históricos como la Declaración de independencia norteamericana (1776), la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (1789), o, yendo más acá, la Declaración universal de los derechos humanos (1948) y otras tantas referencias alusivas a la libertad concebida como un derecho inherente e inalienable que los seres humanos, sin distinción, traemos al nacer.

“Toda persona tiene derecho a la libertad y a la seguridad personales”, se lee en el artículo 7 de la Convención americana sobre derechos humanos (1969). Es decir, nada que tenga que ver con “un acto colectivo” o menos aún con “un tremendo acto de egoísmo”. ¿Acaso cabe pensar, por ejemplo, que los artículos 14 o 18 de nuestra Constitución fueron redactados en resguardo de un vicio moral, en todo caso tan viejo como el mundo?

El Presidente confunde libertad con autogobierno, confusión que varios autores contribuyeron a clarificar (Constant, por ejemplo, al comparar la libertad antigua y la moderna, o antes Montesquieu, cuando recomendaba distinguir “el poder del pueblo de la libertad del pueblo”) y que puede ser causa de males evidentes como la violación de los derechos individuales por parte de una mayoría opresora o un despotismo electivo (para usar la feliz expresión de Jefferson) ejercido desde la rama legislativa, la ejecutiva, o ambas a la vez.

Además, el presidente parece sostener que la independencia o soberanía estatal es asimilable sin más a la libertad que los ciudadanos pueden gozar al interior del Estado. Sin embargo, que un Estado sea libre, en el sentido de que es independiente y soberano, no significa que cada ciudadano, individualmente considerado, sea libre.

Como enseñaba Alberdi: “La libertad de la Patria es la independencia respecto de todo país extranjero. La libertad del hombre es la independencia del individuo respecto del gobierno de su país propio”.

Por último, Fernández señaló que la libertad es predicable a un “nosotros” mencionado en nuestro preámbulo mediante la fórmula “nos los representantes del pueblo de la Nación Argentina” (fórmula que, dicho sea de paso, es menos estrictamente democrática que el “we the people” que preside la Constitución norteamericana).

Ahora bien, si la libertad es un atributo colectivo en lugar de una propiedad individual, si remite fundamentalmente a un nosotros al que debe o debería subordinarse siempre el yo, el individuo se disuelve en la comunidad, la lógica de la identidad se impone y la noción de una humanidad universal deviene en abstracta.

El Presidente nos invita a una verdadera regresión: nos propone una sociedad desindividualizada. En la metáfora de Lord Acton, quiere que los pasajeros existan “con motivo del barco”, que los ciudadanos, las familias y las asociaciones sean el material del que se vale el Estado, como realidad irreductible, para sus propios objetivos. Pero los ciudadanos somos libres, ante todo, cuando Estado y gobierno no son omnipotentes.

Cabe la posibilidad, por cierto, de que al Presidente lo hayan traicionado sus palabras. No sería la primera vez. En cambio, si dio rienda suelta a sus convicciones, su invitación a obrar con desprendimiento, desatendiendo nuestros derechos, seguramente explica muchas de las cosas que nos están pasando. Teoría e historia se dan cita para ilustrar cómo, en nombre de la independencia o la autonomía, se puede convencer a un pueblo de que es libre cuando en realidad no lo es.

Una nación existe gracias a los individuos que la componen. Acusarlos de egoístas porque defienden sus derechos es una confesión de parte que nos releva de la prueba. Como advertía Constant, “cuando la nación se desinteresa de sus derechos, el poder se libera de sus límites”.

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